Jueves, 28 de Marzo 2024

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- “Por boba...”

Por: Jaime García Elías

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Si no son “el pan nuestro de cada día”, los linchamientos, en México, son sumamente frecuentes...

Una búsqueda en internet es más que suficiente para comprobarlo. Los casos en que grupos de personas consiguen detener a un delincuente y lo someten a una golpiza que ocasionalmente culmina en su fallecimiento, abundan. Estadísticamente, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos ha documentado en lo particular y rendido informes acerca de agresiones y aun asesinatos perpetrados por turbas airadas (impunemente, además, en parte porque el linchamiento no está tipificado como delito en los códigos penales, y en parte porque no hay noticias de que alguna vez se hubiera identificado, procesado y sentenciado a quienes han participado en ellos), que se incrementan incesantemente.

-II-

En los últimos días, en las redes sociales y en los medios de comunicación se han difundido escenas de tundas tumultuarias, inmisericordes, propinadas a rateros sorprendidos en flagrancia, o interceptados por testigos o por sus propias víctimas. Entre las reacciones ha habido, por supuesto, alegatos en que se reprueba la aplicación de la justicia por propia mano. Las más, empero, concuerdan en que la insuficiencia del aparato policiaco para garantizar la seguridad de los ciudadanos, previniendo los delitos, y la ineficiencia del aparato judicial para sancionarlos, explica plenamente -aunque no las justifique- reacciones de esa índole.

Los linchamientos, en efecto, no pueden tener una justificación ética. Sin embargo, tienen una explicación lógica. Si en México, según datos del Inegi, la impunidad es del 95%, el 90% de los delitos que se cometen ni siquiera se denuncian y con mucha frecuencia los delincuentes -probados, detenidos en flagrancia; no presuntos- son puestos en libertad, ya sea por imperfecciones en la averiguación o por venalidad de los jueces, el ciudadano común se sabe indefenso. De ahí que cuando se le presenta, como caída del cielo, la ocasión de aprovechar un descuido o un error del delincuente para hacerse justicia por su propia mano, ni se toma la molestia ni se da tiempo para reparar en las implicaciones éticas o jurídicas del caso; simplemente actúa de conformidad con su instinto, para no correr el riesgo de que, como en el juego de “damas”, le castiguen la pieza, “por boba”.

En todo caso, a quienes, en teoría, deberían generar las condiciones propicias para prevenir los delitos o los mecanismos adecuados para sancionarlos, pero en la práctica no lo hacen, habría que endosar los correspondientes remordimientos de conciencia (si la tuvieran, desde luego).

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