Viernes, 17 de Mayo 2024

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- Pedir... u ordenar

Por: Jaime García Elías

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Suena muy bonito: “Prohibido prohibir”; “Nada por la fuerza, todo por la razón”. También suena bonito el atento -aunque reiterativo- llamado, particularmente a los habitantes de la Ciudad de México y anexas, a “no salir” de casa, salvo para lo estrictamente necesario, y limitar “hasta el próximo día 24” esa comedida recomendación.

Suena feo, por contrapartida, el tono con que las autoridades han impuesto severas restricciones a las actividades “no esenciales”, tanto en varios países de Europa -Reino Unido, Alemania, Francia, España…- como en algunos estados de la República Mexicana -Tamaulipas y Nuevo León, por ejemplo- al efecto de reducir la presencia de personas en espacios públicos (escuelas, gimnasios, plazas, iglesias, calles, bares, restaurantes, centros comerciales…) y, por ende, el riesgo de contagios de COVID-19.

-II-

Lo primero se llama permisividad; lo segundo, autoritarismo. Por supuesto, en circunstancias normales, es deseable lo primero; en circunstancias extraordinarias -y se supone que las actuales, con la pandemia como tema dominante, lo son-, en cambio, es razonable lo segundo. Aun los ciudadanos más reacios al orden o más proclives al desmadre, acaban entendiendo que quienes gobiernan las ciudades o los países, como quienes gobiernan las familias, cumplen con su deber y están en su papel al dar órdenes o al imponer restricciones y aun prohibiciones, cuando hay sólidas razones o causas de fuerza mayor -como es el caso- para ello.

Cerrar escuelas o gimnasios, como se ha hecho en todo el mundo; suspender ferias, congresos y celebraciones religiosas; restringir horarios en centros comerciales; hacer lo mismo en bares y restaurantes, y, además, imponer una serie de medidas orientadas a distanciar a los asistentes; prohibir las reuniones de decenas de personas en fiestas y de más de seis en celebraciones familiares; prohibir que se cante o que haya música “en vivo” en esas reuniones…: todas esas y muchas otras disposiciones similares, en efecto, atentan contra la libertad de reunión o de tránsito, o contra los derechos humanos elementales de las personas.

-III-

Sin embargo, esas limitaciones resultan deseables, inevitables, exigibles en consecuencia, cuando un bien superior así lo determina.

El gobernante, en tiempos de paz, puede pedir; en tiempos de guerra -aunque sea, como en los presentes, contra un enemigo temible por invisible- debe ordenar… aunque ello signifique imponer, limitar, restringir, exigir o prohibir.

(Ahí aplica la frase de Campoamor: “La libertad no consiste en hacer lo que se quiere, sino en hacer lo que se debe”).

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