La recomendación del Presidente López Obrador, de no criminalizar a las personas que “por necesidad” se han dedicado a ordeñar ductos de gasolina, invitaría, a golpe de vista, a aplaudir el gesto; a encomiar su buen corazón; a conceder que, aludiendo a la posibilidad de que, en acatamiento estricto a lo que las leyes establecen, se les procesara y sancionara con penas privativas de la libertad, “ningún ser humano merece un castigo así”…-II-Su declaración no tiene ese carácter, pero podría interpretarse como un indulto en grado de tentativa… El indulto, por definición, es la gracia por la que una autoridad remite una pena, o la conmuta. Indultar, pues, equivale a perdonar. Y aunque en México hay la creencia generalizada de que el Presidente tiene facultades omnímodas, las leyes establecen claramente los casos y circunstancias específicas en que el titular del Poder Ejecutivo puede, en efecto, decretar indultos. Esa potestad, por cierto, no aplica para delitos del orden común -como el robo, agravado por tratarse de hidrocarburos y porque esa práctica se ha convertido en una industria delincuencial a gran escala-, ni siquiera en nombre de la especie de cruzada que López Obrador ha emprendido contra el “huachicoleo”.Si se va a perdonar a todos los delincuentes que “por necesidad” han quebrantado las normas básicas de convivencia social, muchos ladrones y quizás algunos asesinos y secuestradores podrían solicitar ese gesto. Las leyes, sin embargo, establecen las penas como escarmiento para el delincuente y como advertencia para toda la sociedad. La lección, sobre todo si las leyes se aplicaran a un porcentaje razonable de delincuentes -no a una irrisoria minoría, como actualmente sucede-, debería ser que “El que la hace, la paga”. Punto.-III-Lo peor de la amorosa declaración presidencial -magnífico ejemplo de cosas malas que parecen buenas- consiste en que no sólo los marginados sociales, los pobretones que han hecho del robo de gasolina su “modus vivendi”, pueden refugiarse en el pretexto de que la necesidad los llevó a delinquir. Es probable que otro tanto pudieran decir los principales beneficiarios de esa práctica. Y que, aun en el caso de que así no fuera, la autoridad, hasta ahora -la mafia del poder de antes, los transformadores de ahora-, ha sido incapaz de atrapar, procesar y sancionar a uno solo de los “capos” de los cárteles que acaparan la mayor porción del pastel, y dejan las migajas a quienes roban “por necesidad”.¡Bonita justicia…!