Viernes, 26 de Julio 2024

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- ¿Honestidad...?

Por: Jaime García Elías

- ¿Honestidad...?

- ¿Honestidad...?

A eso conduce el afán de comparecer todos los días ante la prensa: a aportar pruebas, fehacientes y abundantes, de que, como decían las abuelas de antes, “El que mucho habla, mucho yerra”…

-II-

Por ejemplo, una de las frases de “La Mañanera” de ayer; una frase que algunos medios ya convirtieron -el “copy-paste” tan en boga-, por rotundo, por sonoro, por grandilocuente, en titular obligado de sus ediciones digitales: “¿Saben que es lo que más me importa (para desempeñar cargos públicos), más que la experiencia?: la honestidad”.
Es probable (“lo que el Presidente quiso decir…”, según la frase que inmortalizó Rubén Aguilar en sus años de vocero del ex Presidente Fox) que la frase, más que al pudor o al recato, intentara aludir a la cuarta acepción que la Real Academia da al vocablo: probidad, rectitud, honradez…

En México, por una lamentable tradición, la honestidad se ha visto como la virtud contraria al vicio de la corrupción (“En las organizaciones, especialmente en las públicas -acota nuevamente el ‘Tumba-burros’-, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquéllas, en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores”), casi una característica distintiva de la clase política: nadie ignora que los “moches” -tan mexicanos como la “mordida” o la salsa de molcajete- han sido uno de los más comunes métodos de enriquecimiento de funcionarios públicos de todos los niveles en este país.

-III-

Suponiendo, sin conceder -en la hipótesis de que la realidad se correspondiera plenamente con el discurso oficial-, que esa modalidad de la corrupción se hubiera desterrado de la administración pública, nada demuestra que la honestidad, en consecuencia, sea la norma. La honestidad implica otras virtudes adicionales; eficacia y competencia, principalmente. Un funcionario público, aun sin robar, sin extorsionar al ciudadano, es deshonesto -y corrupto, en consecuencia- si no da resultados en el desempeño de sus funciones.

Una administración que merece censuras, no sólo de sus críticos -o “adversarios”, como prefiere etiquetarlos- sino de un organismo tan respetable como Amnistía Internacional, por ejemplo, porque la gestión del flujo migratorio, la creciente escalada de violencia (los recientes, terribles episodios de Michoacán, Guerrero, Sinaloa y Sonora) o las violaciones sistemáticas de los Derechos Humanos denotan incompetencia, es, toda ella, deshonesta; corrupta, pues.

Colofón: por algo dice el refrán que “Alabanza en boca propia es vituperio”. Por algo sentencia el adagio: “Dime de lo que presumes… y te diré de lo que careces”.

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