Lunes, 02 de Junio 2025
Cultura | VII Domingo de Pascua

Evangelio de hoy: Ustedes son los testigos de mi resurrección

Jesús termina su misión en la tierra, predicó el Evangelio y ahora intercede por nosotros, siendo constituido sumo Sacerdote, mediador entre Dios y los hombres

Por: Dinámica pastoral UNIVA

«Ahora yo les voy a enviar al que mi Padre les prometió». WIKIPEDIA/«Ascensión», de Francisco Camilo

«Ahora yo les voy a enviar al que mi Padre les prometió». WIKIPEDIA/«Ascensión», de Francisco Camilo

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Apóstoles 1, 1-11.

«En mi primer libro, querido Teófilo, escribí acerca de todo lo que Jesús hizo y enseñó, hasta el día en que ascendió al cielo, después de dar sus instrucciones, por medio del Espíritu Santo, a los apóstoles que había elegido. A ellos se les apareció después de la pasión, les dio numerosas pruebas de que estaba vivo y durante cuarenta días se dejó ver por ellos y les habló del Reino de Dios.

Un día, estando con ellos a la mesa, les mandó: “No se alejen de Jerusalén. Aguarden aquí a que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que ya les he hablado: Juan bautizó con agua; dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo”.

Los ahí reunidos le preguntaban: “Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?” Jesús les contestó: “A ustedes no les toca conocer el tiempo y la hora que el Padre ha determinado con su autoridad; pero cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, los llenará de fortaleza y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los últimos rincones de la tierra”.

Dicho esto, se fue elevando a la vista de ellos, hasta que una nube lo ocultó a sus ojos. Mientras miraban fijamente al cielo, viéndolo alejarse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: “Galileos, ¿qué hacen allí parados, mirando al cielo? Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá como lo han visto alejarse”».

Segunda LECTURA

Hebreos 9, 24-28; 10, 19-23.

«Hermanos: Cristo no entró en el santuario de la antigua alianza, construido por mano de hombres y que sólo era figura del verdadero, sino en el cielo mismo, para estar ahora en la presencia de Dios, intercediendo por nosotros.

En la antigua alianza, el sumo sacerdote entraba cada año en el santuario para ofrecer una sangre que no era la suya; pero Cristo no tuvo que ofrecerse una y otra vez a sí mismo en sacrificio, porque en tal caso habría tenido que padecer muchas veces desde la creación del mundo. De hecho, él se manifestó una sola vez, en el momento culminante de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo.

Y así como está determinado que los hombres mueran una sola vez y que después de la muerte venga el juicio, así también Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos. Al final se manifestará por segunda vez, pero ya no para quitar el pecado, sino para la salvación de aquellos que lo aguardan y en él tienen puesta su esperanza.

Hermanos, en virtud de la sangre de Jesucristo, tenemos la seguridad de poder entrar en el santuario, porque él nos abrió un camino nuevo y viviente a través del velo, que es su propio cuerpo. Asimismo, en Cristo tenemos un sacerdote incomparable al frente de la casa de Dios.

Acerquémonos, pues, con sinceridad de corazón, con una fe total, limpia la conciencia de toda mancha y purificado el cuerpo por el agua saludable. Mantengámonos inconmovibles en la profesión de nuestra esperanza, porque el que nos hizo las promesas es fiel a su palabra».

EVANGELIO

Lucas 24, 46-53.

«En aquel tiempo, Jesús se apareció a sus discípulos y les dijo: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto. Ahora yo les voy a enviar al que mi Padre les prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad, hasta que reciban la fuerza de lo alto”.

Después salió con ellos fuera de la ciudad, hacia un lugar cercano a Betania; levantando las manos, los bendijo, y mientras los bendecía, se fue apartando de ellos y elevándose al cielo. Ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén, llenos de gozo, y permanecían constantemente en el templo, alabando a Dios».

Ustedes son los testigos de mi resurrección

Hoy celebramos la solemnidad de la Ascensión del Señor. Cuarenta días después de la resurrección, Jesús sube al cielo, donde está sentado a la derecha del Padre y de donde vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos. Jesús termina su misión en la tierra, predicó el Evangelio y nos dio la promesa del Espíritu Santo, aquel que nos acompaña siempre y nos recuerda las promesas de Cristo. Ahora Él intercede por nosotros, siendo constituido sumo Sacerdote, mediador entre Dios y los hombres.

Todos tenemos una misión: hemos recibido por el bautismo la gracia de ser sus hijos y ser llamados a la santidad. Por lo tanto, nuestra vida tiene que ser un constante testimonio de la resurrección del Señor, un testimonio que brota desde el inmenso amor que Dios nos tiene, el cual no puede ser contenido para sí mismo, sino que se comparte con los hermanos.

En un mundo donde se presenta a Dios como un obstáculo para vivir, tenemos que ser los primeros en dar testimonio de que la verdad nos hace libres. La supuesta libertad que el mundo ofrece nos mantiene esclavos de los comentarios en redes sociales, de vicios y pecados. En cambio, para aquel que se mantiene en espera del Espíritu Santo, sabe perfectamente que su vida está en las manos de Dios y sus actos corresponden al amor que Dios le tiene.

A unos días de celebrar la solemnidad de Pentecostés, estamos invitados a preparar el corazón con la oración, agradeciendo a Dios su presencia en medio de nosotros y pidiendo la gracia de ser Santos, siendo luz para el mundo y sal de la tierra. Así lograremos ser los testigos de la resurrección, que es la última recomendación que nos dejó ante de subir al cielo.

Permanezcamos en Jerusalén, es decir, vigilantes en la oración, en compañía de la virgen María, la Madre de Dios y de nuestros hermanos, en espera del Espíritu Santo prometido.

Serán mis testigos

Hoy escuchamos el final del relato que hace Lucas sobre todo lo que hizo y enseñó Jesús. Después de una narración de 24 capítulos, Lucas nos dice que lo último que hizo Jesús fue bendecir a sus discípulos y elevarse al cielo, es decir, Jesús, ese a quien siguieron y amaron, se fue. Para nosotros, acostumbrados a los finales felices de las películas, podría parecernos un final triste; sin embargo, el evangelista nos dice que los discípulos regresaron a Jerusalén llenos de gozo alabando a Dios. Para entender esa actitud es necesario darnos cuenta de que para ese momento los discípulos habían constatado la presencia de Dios en Jesús, es decir, que ya habían aceptado lo que habían visto y vivido: que en Jesús se manifestó el Espíritu de Dios. Ante tal comprobación, no queda espacio para otro sentimiento que no sea la alegría.

Tal alegría los empuja a compartirla, como cuando nos pasa algo bueno y nos surge el deseo de contárselo a alguien. Actuar de esta forma los convierte en testigos, no solamente por haber presenciado la vida de Jesús y cómo Dios se manifestó en él, sino porque comenzaron a compartir aquello que presenciaron, es decir, comenzaron a dar testimonio de aquello que recibieron: una Buena Noticia.

Y de la misma manera que Jesús les dijo a sus discípulos que serían sus testigos, ahora nos dice que nosotros lo seamos hasta en los últimos rincones de la tierra. Ser sus testigos no se reduce a trasmitir doctrinas o dogmas, sino que, esencialmente, se trata de compartir cómo hemos experimentado la presencia y acción de Dios. Entonces, el primer paso es estar atentos a su presencia, que a veces puede ser completamente evidente, pero en otras muy sutil. Esa presencia que cura, dignifica, abraza, perdona, devuelve vida. Y de tales acciones de Dios, se nos llama a dar testimonio para que otros sean curados, dignificados, abrazados, perdonados y tengan vida en abundancia. De eso se trata ser cristiano, de dar testimonio de cómo el Señor está presente, de que está actuando en nuestro mundo, y al hacerlo, lo alabamos.

Hugo Xicohténcatl Serrano, SJ - ITESO
 

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