Miércoles, 01 de Mayo 2024

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Clasismo y muy moderno

Por: Alfredo Sánchez

Una ciudad que se siente muy moderna, concursa  para que en ella se funde un proyecto de primer mundo.  Lo logra, le gana a otras ciudades que también se sienten con suficientes méritos de modernidad y anuncia de modo estentóreo la inminente fundación de otra ciudad dentro de ella: una ciudad creativa y digital, como corresponde no sólo a estos tiempos, sino al futuro que ya nos alcanzó.  Muchas voces entusiastas alzan su volumen en porras y gritos jubilosos.  Numerosos pares de manos chocan en aplausos contundentes.  Es el proyecto que esta ciudad necesitaba para demostrar de una vez por todas que ya no es más aquel rancho grande, que hace mucho dejó de tener “el alma de provinciana” de la que habla su casi himno regional, eso no es más que un cliché del pasado.  Se anuncia la llegada inevitable de empresas y capitales primermundistas, la creación de muchos miles de empleos y el definitivo desarrollo de una industria que nos pondrá, más aún que los recientes juegos deportivos, en el mapa.

Y al banderazo inicial del proyecto viene -no era para menos- el presidente del país;  y justo cuando comienza a hablar de las bondades del digitalismo por venir, un jovenzuelo lo interpela a gritos -¿había otra manera  en un contexto como ese?-  y le pregunta:

“¿Cuándo se acaba la guerra?, ¿cuántos muertos más?”.

No hay respuesta pero sí discurso, el mismo que le hemos escuchado al presidente demasiadas veces y que ahí mismo mereció aplausos de muchos  asistentes: son otros, los malos, los que han generado la violencia y causado las víctimas.  Felipe Calderón le pidió a Tonatiuh Moreno que no levantara la voz, le dijo que se podía dialogar sin gritos -aunque, eso sí,  con el intimidatorio Estado Mayor siempre vigilando-.

Algunos consideraron inoportuna y fuera de lugar la interpelación al presidente.  Vale, es algo que podríamos debatir.  Otros se sintieron identificados con su postura y le han hecho llegar felicitaciones por su audacia.  Y algunos más, como lo relata Moreno, prefirieron el insulto:

Se burlaron de la tonalidad de su piel, le reprocharon de mala manera que no usaba corbata y se rieron de su nombre autóctono.  Tres características que seguramente están fuera de lugar en esta modernidad clasista.

¿Será acaso que en las modernas ciudades digitales se reservarán -cadeneros de por medio- el derecho de admisión?

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