Serie del Caribe: beisbol, política y el regreso de Jalisco al centro del diamante
Aunque se juegue con pelota y bat, la Serie del Caribe nunca está aislada de la política, la geopolítica y las tensiones del mundo real. Esta vez, el calendario marcaba a Venezuela como sede natural de la justa, de acuerdo con el orden preestablecido por la Confederación de Beisbol del Caribe, ese organismo que desde hace décadas parece tener un cacique perpetuo —el dominicano Juan Francisco Puello Herrera, cuyo nombre completo a muchos se nos escapa, pero cuya influencia nadie discute—. Sin embargo, la realidad se impuso al calendario.
La compleja situación internacional de Venezuela, particularmente su relación cada vez más ríspida con Estados Unidos, y el endurecimiento del choque frontal entre el régimen que encabeza Donald Trump y la dictadura de Nicolás Maduro, encendieron focos de alerta. Algunas potencias beisboleras del Caribe optaron por no acudir: Cuba, República Dominicana y Puerto Rico. No fue una decisión deportiva; fue una decisión política disfrazada de prudencia. El resultado fue una resolución súbita: mover la Serie del Caribe, prácticamente a espaldas de la organización beisbolera venezolana, y traerla a México.
El destino elegido no fue casual. Zapopan, Jalisco, y el Estadio Panamericano, casa de los Charros de Jalisco en las dos principales ligas profesionales del país, aparecieron como la opción más sólida. Infraestructura probada, afición conocedora, logística afinada y, sobre todo, respaldo institucional. No pasó mucho tiempo antes de que la Confederación, la presidencia de la Liga Mexicana del Pacífico —ahora rebautizada con nombre comercial—, los directivos de Charros y el propio gobierno del estado, encabezado por el gobernador Pablo Lemus Navarro, anunciaran con bombo y platillo que el evento se realizaría en tierras jaliscienses.
Venezuela, dolida y marginada, decidió no acudir. Un episodio que deja un sabor amargo, porque la Serie del Caribe nació precisamente para unir, no para excluir. Pero así son los tiempos que corren: el beisbol también paga facturas diplomáticas.
No es la primera vez que Jalisco enfrenta este reto. En 2018, el mismo escenario fue sede de la Serie del Caribe. Aquella edición quedó marcada por claroscuros. México, representado por Tomateros de Culiacán bajo el mando de Benjamín Gil, armó un equipo poderoso, pero cargado de tensiones. La herida abierta desde la final de la Liga Mexicana del Pacífico en 2014 entre Tomateros y Charros seguía supurando. Hubo hostilidad en las gradas, fricciones innecesarias y un ambiente que terminó por afectar el desempeño deportivo. El resultado fue un fracaso rotundo para México, que se despidió temprano y sin gloria.
Aun así, sería mezquino reducir aquella experiencia a lo ocurrido en el diamante. Desde el punto de vista organizativo, comercial y logístico, Jalisco cumplió con creces. La gestión de la entonces directiva de Charros, encabezada por Salvador Quirarte, ya había demostrado músculo al albergar otro evento mayúsculo: el Clásico Mundial de Beisbol. En ambos casos, la sede respondió. El público asistió, la derrama económica se sintió y la imagen del estado salió fortalecida, aunque el resultado deportivo no acompañara.
Esa es la clave para entender lo que hoy ocurre. México y Jalisco no improvisan. Están preparados. Han aprendido de errores pasados y saben que ser buen anfitrión no garantiza campeonatos, pero sí prestigio. Hoy, con una nueva directiva en Charros y una coordinación más aceitada entre liga, club y gobierno estatal, la Serie del Caribe regresa con menos ruido interno y más claridad en los objetivos.
Lo que está en juego va más allá de un trofeo. Se trata de consolidar a Jalisco como una entidad capaz de albergar los mejores eventos deportivos del mundo, de enviar el mensaje de que aquí hay orden, capacidad y visión. En tiempos donde el deporte se cruza inevitablemente con la política internacional, México aparece como terreno neutral, confiable y funcional.
La Serie del Caribe llega, una vez más, a Zapopan. No por casualidad, sino por consecuencia. Y eso, en un beisbol cada vez más sacudido por factores externos, ya es una victoria que merece reconocerse.