Ideas

La democracia en lo exquisito

La vulgaridad avanza varias casillas en el tablero de las cosas públicas. La vulgaridad como la calidad que ostentan de manera impropia personas que suponemos con cierta cultura y educadas (significa que fueron a la escuela), y se comportan groseras, toscas, bastas, incultas, maleducadas, pedestres. En el Congreso de Jalisco en eso andan. Cuando se ponen de acuerdo las diputadas y los diputados para aprobar una ley, una reforma o hacer un nombramiento, se debe al buen nivel de la política que ejercen: el futuro del estado es luminoso de la mano de su capacidad para hacer a un lado sus intereses personales y partidistas en favor del bien común, según opinan ellos mismos. Pero cuando nomás no pueden convenir en un asunto notoriamente significativo para la sociedad, digamos la reforma al Poder Judicial, la culpa es de externos al sagrado recinto del Poder Legislativo y mandan un mensaje de alcance cósmico: nosotras, nosotros, tan buenos, tan comedidos, tan preparados, tan hechos para ser guía de la sociedad y miren nomás, se interponen gentes y organizaciones de la sociedad para impedir que procuremos el bienestar del pueblo, esgrimiendo un arma de uso exclusivo de la clase política: externar los pareceres respecto a un dictamen, digamos, otra vez, el de la reforma al Poder Judicial. Tan a gusto que estaban. Sí, la vulgaridad avanza, o quizá está donde mismo y las legisladoras y los legisladores de repente le echan un reflector encima.

Si el tono es la vulgaridad. Qué sitio merece el contenido de la fotografía que ayer El INFORMADOR colocó en primera plana: sonrientes mandatarios y mandataria ostentado cada uno listones con los nombres de su país: USA, México, Canadá. El todopoderoso Donald Trump ve contento y satisfecho a su par (mero formulismo) de Canadá, Patrick Carney, quien le devuelve la mirada con el gesto sonriente de quien no tiene nada mejor qué hacer. En medio de los dos, Claudia Sheinbaum pone la vista al frente con una felicidad que no trata de contener. No hay misterio, casi todos sabemos a qué responde la foto. Pero para beneficio del argumento de este texto, preguntemos con inocencia ¿qué o quién pudo lograr que los representantes de los tres países que conforman una región económica de las más potentes del mundo, si no es que la más, se reunieran a mostrar letreritos con el nombre de sus naciones? Con sarcasmo intentemos respuestas: ¿van a intercambiar los listones para mostrar que no hay fronteras? Y que al decir América del Norte mentamos hermandad, derechos humanos, libertad y justicia. ¿O para decir al mundo que sí saben cuál Estado encabezan? ¿O tal vez se reunieron para ratificar el T-Mec? No. Lo sabemos, pero hay que refrendarlo: los congregó la FIFA, que los puso en donde la organización del futbol mundial quiso, para lo fines que le son propios: a través del juego con más seguidores en el Sistema Solar, la organización con más países afiliados dio una muestra de quién es quién en el mundo del poder político, económico y social. No les pidamos a los presidentes que organicen una cumbre para que hablen de migración o de medio ambiente, de inmediato esgrimen, y todos entendemos sus excusas, que la política, la diplomacia, que sus agendas… no es fácil. La foto y lo que implica conforman una ridiculez. Más bien, una vulgaridad.

De acuerdo con el diccionario, el antónimo de la vulgaridad es la exquisitez, aquello que posee la cualidad de exquisito: de singular y extraordinaria calidad, primor o gusto. Si nos descuidamos, o por el enojo por el mal estado de tantos asuntos en México o por el cinismo, la corrupción y la indolencia de tantos gobernantes, nos concentramos en las vulgaridades de los líderes de la política -son cotidianas- corremos dos riegos, uno, que no cejen en su empeño, al fin, sus vulgaridades les acarrean muchas menciones y éstas, por malas que sean, son para ellas y ellos evidencia de su “empaque político”. El otro riesgo es que no atendamos lo exquisito que también es cotidiano. La solidaridad de la gente a la menor necesidad de alguien. Las buscadas comunidades en tianguis y mercados, gozosas, con su orden peculiar al margen de cualquier otro arreglo, por oficial que sea. El arte de una olla de barro, de todas las ollas de barro, o de peltre, para los frijoles, que terminarán renegridas por el uso. El cine de Guillermo del Toro, los monos de Trino Camacho y de Qucho. Las novelas, la poesía, los cuentos de tantas y tantos creadores. Los árboles en las calles. Los conciertos de todo tipo de música e incluso el futbol, con su magia para congregar, para hacer que las ilusiones efímeras invoquen la felicidad que grita, que salta, que hace perder la compostura, así sea por un rato de irracionalidad racional. Y a lo largo de diez días por estas fechas: la exquisitez que es la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, todo lo opuesto a un remanso: tumultos, exceso de coches, su dimensión apabullante, pero un remanso al fin: persiste el gusto por encontrarnos, los libros siguen siendo símbolo de estatus cultural, las escritoras y los escritores mantienen su nimbo de seres capaces de la magia.

Pero no se trata de evadirnos de las vulgaridades, sino de a partir de lo exquisito que sí ocurre para poner en su justa dimensión a las y los vulgares. Mirarlos con intensidad y tratar de que hagan lo que deberían por el bien común, a partir de los ejemplos de exquisitez que la sociedad civil pone cotidianamente y de la que están muy lejos. Hacerlos a un lado y que sigan en lo suyo sería premiarlos, y nos haríamos de su bando: el de los vulgares.

agustino20@gmail.com

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