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El histórico juego tres que ya es leyenda

La actual Serie Mundial entre Dodgers y Azulejos ya está inscrita en la historia grande del beisbol. Memorable, apasionante, impredecible y cargada de emociones genuinas, es sin temor a exagerar, la más emotiva y vibrante para los aficionados en muchos años. Sin duda, el duelo entre la tradición angelina y la fuerza canadiense ha devuelto al Clásico de Otoño ese misticismo que solo las series épicas son capaces de generar.

El tercer encuentro, celebrado en el Dodger Stadium, fue el punto de quiebre. Ese juego condensó todo lo que este deporte puede ofrecer: dramatismo, talento, estrategia y, sobre todo, carácter. Los Azulejos, que venían de igualar la serie en su casa, llegaron a Los Ángeles dispuestos a quebrar el dominio de los locales. Pero se toparon con una novena angelina inspirada, empujada por su gente y por un espíritu competitivo que se niega a ceder.

Lo que debía ser una velada más de Playoffs se convirtió en una epopeya de 18 entradas y 6 horas con 39 minutos que obligó a todos a rendirse ante la dimensión épica del beisbol. El desenlace llegó en la parte baja de la décimo octava: Freddie Freeman despachó un bambinazo de campo completo para sellar el 6-5 y desatar la locura en Los Ángeles. Fue un final que recordó a las páginas más dramáticas del Clásico de Otoño y que dejó a ambos equipos exhaustos pero orgullosos de haber escrito una de las noches más largas y memorables en la historia de las Series Mundiales.
  
Shohei Ohtani firmó una actuación única: cuatro extra bases y fue el primer jugador en 83 años en embasarse nueve veces en un juego de Postemporada (una hazaña que amplificó aún más el carácter legendario de la velada). En lo monticular, los relevos se convirtieron en protagonistas: el novato Will Klein lanzó cuatro entradas limpias para apuntarse la victoria, mientras que Clayton Kershaw apareció en una entrada alucinante; los managers rotaron hasta el último lanzamiento en una demostración de recursos y temple. El maratón dejó una marca en la temporada: 19 lanzadores utilizados, momentos de gloria defensiva y amargas oportunidades desperdiciadas por Toronto, que pese al esfuerzo vio esfumarse una chance irrepetible.  

Más allá del marcador, lo que hace de esta Serie Mundial un acontecimiento histórico es la forma en que ha devuelto la pasión al diamante. En tiempos donde el espectáculo a veces se diluye entre estadísticas y polémicas fuera del campo, ver a dos equipos entregarse con tal intensidad recuerda por qué el beisbol sigue siendo, para millones, el deporte más hermoso del mundo.

El ambiente en el Dodger Stadium durante aquel tercer juego fue digno de una final de época: un rugido constante, la emoción colectiva vibrando en cada lanzamiento. Los fanáticos, conscientes de estar presenciando algo irrepetible, celebraban cada jugada con una energía que se contagiaba y nadie se movía ni por un momento de sus butacas.

El beisbol, como la vida, se define por su capacidad para sorprender y esta Serie Mundial lo está demostrando con creces. No importa cuál equipo se alce con el trofeo, lo cierto es que ambos han honrado el espíritu del juego. Han ofrecido una lección de entrega, de respeto y de amor por la pelota. Han recordado que, más allá de los millones de dólares y de los reflectores mediáticos, el béisbol sigue siendo un arte hecho de precisión, emoción y coraje.

Cuando todo termine, quedará el recuerdo de una contienda inolvidable. Los niños que hoy ven estos juegos querrán, dentro de algunos años, imitarlos en los parques; los cronistas los citarán como ejemplos de grandeza deportiva; y los aficionados los evocarán como la serie que devolvió al Clásico de Otoño su magia perdida. Esta Serie Mundial entre Dodgers y Azulejos ya es leyenda.

bambinazos61@gmail.com

@salvadorcosio1
 

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