Me niego a pensar que…
Me niego a pensar que el acoso a la Presidenta haya sido un montaje. Me niego a creer que hayan caído tan, pero tan bajo, y que la Presidenta y su equipo sean tan frívolos como para generar un circo de esa magnitud. Me niego a pensar que sean tan, pero tan torpes, como para mostrar la vulnerabilidad de la seguridad presidencial solo para cambiar la conversación.
Dicho esto, lo que pasó con la Presidenta es gravísimo. No solo el acoso del que fue objeto, algo terrible para cualquier mujer, sino la vulnerabilidad que mostró el equipo de seguridad que suplió al Estado Mayor Presidencial: la llamada Ayudantía, y la Guardia Nacional, encargada de la seguridad física de la Presidenta.
En los Pinos, en el llamado Molino del Rey, donde estuvo la sede del Estado Mayor Presidencial, hay una pinta enorme con el lema de ese que era el grupo de elite que cuidaba al primer mandatario: “Al presidente no se le toca”. Sí, el presidente podía saludar de mano y abrazar a quien él quisiera, pero nadie podía tocarlo; era el presidente quien tocaba a los súbditos, jamás los súbditos al presidente. Algo como lo del martes pasado hubiese sido un escándalo.
El terrible incidente de acoso y manoseo a la Presidenta y el fracaso de la Guardia Nacional para proteger al alcalde Carlos Manzo obliga a discutir el esquema de protección de nuestros políticos. Y no, no es porque la vida de un alcalde o de la Presidenta valga más que la de cualquier mexicano, sino por lo que implican estos atentados. Michoacán está de cabeza a raíz del asesinato del alcalde de Uruapan, y el ataque a la Presidenta debe ser una advertencia de que algo no está funcionando en su esquema de seguridad.
Más preocupado por salvar la honra que por explicar lo que había sucedido, el general secretario de la Defensa, Ricardo Trevilla Trejo, soltó un rosario de torpezas entre domingo y lunes, como decir que los escoltas asignados de Manzo habían hecho todo bien, todos los días, excepto el día del asesinato; que la Guardia Nacional solo se encargaba del círculo de protección exterior (justo por donde ingresó el asesino), o asegurar que había gran coordinación porque él mismo y en persona le había pedido al general encargado de la zona militar que hablara con el alcalde, como si eso fuera prueba de que hicieron bien su trabajo.
La seguridad de la Presidenta no es un juego, menos aún en un país donde la violencia es el pan nuestro de cada día. Más allá del acoso y la denuncia pertinente, la Presidenta no puede dejar pasar un incidente de este tamaño sin que haya responsables y renuncias por lo ocurrido, porque, me niego a pensar que…