Claudia, el pueblo y el verdadero México
La Presidenta Claudia Sheinbaum sigue acusando el golpe de las marchas del fin de semana. Está dolida, el jetómetro marca alto y el tono de voz no transmite la convicción que el discurso quisiera presentar. A ningún gobernante, y menos aún quienes han hecho de la popularidad un sinónimo de que vamos bien, le gusta que le griten “Fuera, fuera”. El grito no solo cuestiona el amor del pueblo, sino el rumbo del país, y eso duele.
Fieles al guion de conmigo o contra mí, la Presidenta dice que el verdadero pueblo, el de verdad, la ama. No acabo de entender cuál es el pueblo de mentiras, por qué si pueblo es un concepto unificador (por lo mismo, engañoso) hay ahora un pueblo de verdad y uno falso. El verdadero pueblo, según la Presidenta, es el que aplaude; el pueblo de verdad no cuestiona, agradece. El pueblo bueno es el que la apapacha cuando camina (a veces la apapachan de más, pero ese es otro tema). El pueblo de verdad no se enoja, no destruye, no grita (bueno la CNTE sí, pero no sabemos por qué, pues nadie los ha apoyado tanto como nosotros).
Si alguien pensaba que con la llegada de una mujer a la presidencia la lógica machista (voy derecho y no me quito, nosotros somos más, etcétera) se iba a terminar, se equivocó. El poder se sigue ejerciendo con la misma lógica de imponer, nunca de escuchar. El poder impone, aplasta y borra al adversario, no lo considera como la otra parte necesaria para hacer el todo. El discurso de descalificación continúa: no son jóvenes, son de derecha y fueron convocados por “masiosare”, ese extraño enemigo que siempre viene de fuera, aunque tenga rostro, nombre, domicilio en México y credencial de elector.
Quiero pensar (y si no es así, que Dios nos agarre confesados) que dentro del Gobierno federal hay quienes sí están leyendo de manera más fina lo que hay detrás de estas marchas, que hay quien sí se toma en serio el trabajo de gobernar y está atento a las demandas, plurales y diversas, de las marchas en las diferentes ciudades del país. Por que, no es lo mismo lo que sucede en Campeche que en Sinaloa, ni lo que pasa en Jalisco que lo que sucede en Ciudad de México, en Puebla o Veracruz.
Si no partimos de reconocer el mosaico cultural, ideológico y político del país; si no nos reconocemos como un solo pueblo con muchos rostros, los que le gustan a Claudia y los que no le gustan; los que le gritan a la Presidenta y a los que le aplauden; los que marchan por una cosa o los que marchan por otra. Si no nos reconocemos como uno solo en la pluralidad, poca esperanza tenemos de resolver los problemas comunes.