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Reconstruir de otro modo

Las torrenciales lluvias que azotaron a los Estados de Veracruz, Hidalgo, Puebla, Querétaro y San Luis Potosí constituyen un recordatorio doloroso de la enorme vulnerabilidad estructural de amplias regiones del país ante los efectos del cambio climático. Se trata de una tragedia social que exhibe las debilidades acumuladas de los sistemas de planeación, de infraestructura y de protección civil. Las estimaciones preliminares del Gobierno Federal apuntan a cerca de 100,000 viviendas afectadas, con daños que van desde la pérdida total hasta afectaciones parciales de muros, techos y cimientos. A la par, la Secretaría de Infraestructura, Comunicaciones y Transportes informó que al menos 127 localidades permanecieron incomunicadas durante más de una semana, distribuidas en los estados más golpeados: 77 en Hidalgo, 37 en Veracruz y 13 en Puebla. 

En total, se calcula que fueron más de 100 municipios los que sufrieron afectaciones directas, entre deslaves, derrumbes, crecidas de ríos y destrucción de caminos. En Veracruz, alrededor de 40 municipios fueron impactados, de los cuales 22 se consideran prioritarios; en Hidalgo, 28 municipios reportaron daños severos; en Puebla, 23; mientras que en Querétaro y San Luis Potosí se contabilizan 8 y 10 municipios respectivamente con comunidades aisladas y graves afectaciones en infraestructura básica.

La pérdida de viviendas no implica solamente el daño físico al patrimonio familiar, sino la ruptura de los lazos comunitarios y la desarticulación de los sistemas de subsistencia local. Cada casa destruida es, en realidad, el reflejo de un modelo de desarrollo que ha marginado históricamente a miles de familias a los márgenes de la seguridad territorial y ambiental. Si consideramos un promedio de cuatro personas por vivienda, puede estimarse que al menos 400,000 personas se encuentran en una situación de alta vulnerabilidad, sin acceso adecuado a agua potable, saneamiento o atención médica, en regiones donde enfermedades como el dengue y el paludismo han tenido una presencia histórica, y donde el control epidemiológico depende directamente de la infraestructura básica que ahora ha quedado destruida o inutilizada.

Sin embargo, limitar la respuesta a la atención inmediata o a la reconstrucción “de lo perdido” sería repetir los errores del pasado. Lo que se necesita es una nueva perspectiva de reconstrucción, capaz de articular la emergencia con el desarrollo a largo plazo. La electricidad, por ejemplo, debe restablecerse con criterios de sostenibilidad y descentralización, incorporando fuentes renovables y redes inteligentes que soporten los impactos de eventos climáticos cada vez más frecuentes. Las carreteras y caminos rurales deben rehabilitarse como parte de un sistema de conectividad que acerque a las comunidades rurales a los mercados, los servicios públicos y las instituciones de salud y educación. 

En esa misma lógica, las viviendas dañadas no deben ser simplemente reconstruidas en los mismos lugares y con los mismos materiales que ya demostraron su vulnerabilidad. Además, la reconstrucción puede y debe convertirse en una oportunidad para detonar un nuevo curso de desarrollo que reconozca y potencie las vocaciones productivas y socioculturales de las regiones afectadas: la agroforestería, el turismo comunitario, la producción artesanal, la reforestación y la educación ambiental. Si la reconstrucción se concibe como un proceso meramente físico, se perderá la posibilidad de transformar la tragedia en un punto de inflexión hacia la equidad territorial.

El cambio climático no es algo que vaya a ocurrir en el futuro; ya está ocurriendo. Las lluvias de octubre son una manifestación tangible de un fenómeno que se intensificará en los próximos años. La deforestación, la expansión de monocultivos, la minería y la urbanización descontrolada han destruido los ecosistemas que antes funcionaban como barreras naturales ante los fenómenos hidrometeorológicos. Recuperar esas barreras naturales es tanto una estrategia ambiental como una política de justicia social. 

En suma, las lluvias de octubre colocan al país ante el desafío de reconstruir distinto: con inteligencia territorial, con equidad social y con respeto por la naturaleza. De lo contrario, cada temporada de lluvias se convertirá en un nuevo capítulo de la misma historia.

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