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Masacres y eufemismos en la 4T

Es tal la negación de la realidad ante la desbordada crisis de inseguridad y violencia expresada en el promedio más alto de homicidios de las últimas tres décadas en lo que va del Gobierno de la autollamada Cuarta Transformación, y con masacres –como la ocurrida la semana pasada en San Miguel Totolapan, Guerrero, donde el cártel de los Tequileros irrumpió en la presidencia municipal y en la casa del alcalde de manera simultánea, para matarlo a él, a su padre que había sido también dos veces alcalde de ese municipio (por sus presuntos vínculos con sus rivales de la Familia Michoacana, con quien se reunirían ese día), y a 18 personas más–, que ahora de plano tuvieron que llevar su retórica al extremo del eufemismo para tratar de minimizar esta nueva burla de crimen organizado.

Incurriendo nuevamente en el abuso del método, de la potencia comunicativa del Presidente Andrés Manuel López Obrador que cada vez es más insuficiente para ocultar las grandes asignaturas pendientes en materia de seguridad y salud, y ante la ola inflacionaria que está pegando fuerte en la economía de las familias más pobres del país, donde está la principal base electoral de su partido Morena, ahora optaron por el camino de no nombrar a las cosas por su nombre, sino referirlas con palabras más suaves, por expresiones sin franqueza, que ofenden la inteligencia de cualquiera.

A los eufemismos del subsecretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Ricardo Mejía Berdeja al referirse a la masacre de Totolapan, se sumó el desgastado recurso de López Obrador de culpar del hecho a la “descomposición que vino de la mano de la política neoliberal”, argumento que fue repetido casi textualmente por la gobernadora morenista de Guerrero, Evelyn Salgado Pineda.

Preocupante, pues, la recurrente postura del Presidente de buscar minimizar estos episodios de violencia extrema y no asumir la responsabilidad que le toca a su Gobierno que está ya en su último tercio, en el que ha tenido todos los apoyos legislativos para aplicar su controvertida estrategia de seguridad que gira y tiene su pilar principal en el Ejército, y cuyos resultados son menos que magros.

Pero más crítico aún es la cerrazón mostrada por López Obrador por insistir en que su política de “abrazos y no balazos” es la correcta pese a los cada vez más grandes desafíos de las mafias que doblan y se burlan de las corporaciones policiales del Estado mexicano, como ocurrió en Guerrero y todos los días en muchas zonas del territorio nacional.

Lamentable también que ninguno de los colaboradores de su círculo más cercano le aconseje que más que seguir culpando al pasado, es momento ya de revisar y ajustar su estrategia de seguridad, como lo clamaron muchos sectores desde el reciente asesinato de los jesuitas en la Sierra Tarahumara, y a la que siempre como en esta nueva crisis, ni los ve ni los oye.

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