Ideas

Los coches de sitio

Todavía a principios de los años sesenta del siglo pasado, el vocabulario de los tapatíos no estaba tan americanizado y a lo que hoy llamamos taxis, se les conocía como carros de sitio.

No tenían un color oficial como ahora los identificamos, pintados de amarillo y blanco; sin embargo, en aquella época los distinguíamos porque en las portañuelas tenían un triángulo equilátero pintado de color distinto del del carro y allí aparecía el nombre y número del Sitio, el número de teléfono y, me parece, el número que le correspondía al carro. Pero no había colores oficiales, así que cada uno ponía el auto, la marca, las características y los colores a su gusto, aunque claro que para prestar el servicio público era requerido el permiso de sitio correspondiente y eran muy cotizados.

Muchos se hicieron ricos acaparando varios permisos que se supone debían otorgarse en forma individual y única, pero ya sabe usted cómo se manejan esas cosas y se decía que había quien tenía hasta 20 permisos.

Los carros de sitio usualmente estaban estacionados en los espacios destinados ex profeso; entre otros recuerdo el Sitio San Juan de Dios, ubicado justo afuera del mercado del mismo nombre; el Sitio Universidad, cuyos coches estaban estacionados en el carril sur de la Avenida Juárez en sentido de poniente a oriente, enfrente de la Plaza de la Universidad en Colón y Juárez precisamente, y luego los reubicaron por la calle Colón entre Juárez y López Cotilla; el Sitio Vallarta, que estaba por la calle Escorza entre la Avenida Juárez y la calle Pedro Moreno, exactamente a espaldas de lo que fuera la antigua Escuela de Música de la Universidad de Guadalajara. Sin duda ustedes recordarán muchos más, como el que estaba afuera de la Central Camionera, el Sitio Lux, el Sitio del Carmen, el del Mercado IV Centenario, el Sitio Minerva y otros más.

Se pedía un coche de sitio a domicilio por medio del teléfono y el despachador lo enviaba de inmediato y en pocos minutos llegaba; ninguno ruleteaba, es decir, no andaban en la calle libremente dando servicios, salvo que fueran de regreso a su base y en la calle alguien los ocupaba. Tiempo después empezó el ruleteo y colocaron unas pantallitas luminosas en el interior del coche, atrás del parabrisas, con los letreros de “libre”, y así era más fácil identificarlos de noche. Aunque había obligación de que donde estaba la base del Sitio siempre estuvieran carros, a veces no había porque andaban dando vueltas en las calles buscando pasaje.

Me acuerdo de que los coches de sitio cobraban $4.00 por dejada y cuando se construyó el anillo Periférico, las tarifas se incrementaron cuando el servicio iba más allá del Periférico y se produjeron muchas desavenencias entre choferes y pasaje por el costo. Para evitarlas se instalaron los taxímetros, pero aun trayendo el aparatito mejor se ponía uno de acuerdo con el chofer antes de abordar el auto para evitar dificultades con el costo del servicio.

La atención de los choferes era muy buena; amables con el pasaje, los transeúntes y los demás automovilistas, manejaban con precaución y llegaron a establecer relaciones muy cercanas y de confianza con sus clientes.

Mi abuelo, por su edad, ya no manejaba y tenía casi en exclusivo el servicio de un coche del Sitio del Carmen, que estaba en la Avenida Juárez y calle 8 de Julio, en la placita del templo. Su chofer era el señor Salazar, apodado “El Banderilla” por su pasado en la tauromaquia; “El Banderilla” pasaba a la casa a recogerlo en la mañana “a las ocho y tres cuartos” para llevarlo al centro de la ciudad, a su despacho que estaba en el Edificio Lutecia, en Colón y Juárez, y traerlo de regreso a las dos de la tarde; puntual, serio y de confianza, el querido señor Salazar.

La ciudad en esa época no estaba tan extendida como ahora, pues al Poniente apenas rebasaba los límites de la Avenida Unión o Las Américas, al Norte unas cuadras después de la Normal, apenas empezaba la colonia Independencia cuando andaban construyendo el Estadio Jalisco, poco antes de 1960. Al Oriente, de la 34 en adelante, todo eran llanos, lo que explica un poco eso de los $4.00 por dejada que les narraba párrafos atrás.

Los sábados y domingos, coincidiendo con los horarios de las funciones de los cines, era común ver a los carros de sitio afuera de las salas para llevar a los asistentes de regreso a casa después de haber pasado una tarde entera viendo películas en los cines Alameda, Avenida, Juárez, Metropolitan, Variedades y otros que ustedes recuerdan. No abusaban en el costo del servicio, pese a que los camiones dejaban de circular unos a las 10 y otros a las 11 de la noche, y era casi necesario tomar un carro de sitio para el regreso a casa porque la última función terminaba a eso de las diez de la noche.

Mis recuerdos de los coches de sitio son gratos; los autos siempre estaban limpios y en buen estado, los choferes precavidos y aseados, amables, buenos conversadores, aunque claro que hubo deshonrosas excepciones y dolorosas experiencias. Pero, para mi gusto, el balance resulta positivo.

Ahora es raro hablar de un coche de sitio porque se ha generalizado la denominación de taxi y, con la proliferación de las plataformas, cuando uno sugiere a alguien que tome un carro de sitio es usual que pregunten: “¿No es lo mismo que un taxi?” Y bueno, así es: lo mismo, pero diferente.

Deseo hayan disfrutado de este artículo, de su cafecito matutino y aquí los espero, si Dios quiere, el próximo domingo en EL INFORMADOR. Muchas gracias por su tiempo de lectura.

Temas

Sigue navegando