La soledad de Alito
Dicho en pocas palabras, el PRI fue un partido que nació desde el poder para garantizar la gobernabilidad de facciones revolucionarias, sectores sociales y grupos de interés. Y cuando se dio el caso de que no tenía presidente en Los Pinos que guiara a los priistas, una cofradía de gobernadores dio cohesión y fuerza a ese instituto. Hoy, prácticamente sin mandatarios estatales, Alejandro Moreno ha optado por aferrarse en solitario a la presidencia del tricolor, y con ello amenaza la viabilidad de lo que queda del Revolucionario Institucional.
Alito Moreno tiene al partido en la mano, pero también posee un récord de derrotas estatales y una reputación manchada. El saldo de esa triada es negativo, por decirlo suave.
Nadie le puede regatear que su liderazgo en el tricolor es legal, pero la legitimidad de su presidencia comienza a discutirse fuera y dentro del partido de Insurgentes Norte.
Ayer unos ex presidentes del PRI le pidieron que se haga a un lado. Ante tal planteamiento, él ha respondido con el mensaje que ya había enviado recientemente en distintos foros: que él se hizo del comité nacional, y que si quieren disputarle esa posición pues que intenten quitársela. Si pueden.
Alito no está leyendo bien el ambiente. Sí, puede haber maniobrado para hacerse del partido, pero sus polémicos antecedentes, su mal desempeño en las elecciones y la campaña en su contra lanzada desde el Gobierno federal e instrumentada desde el Gobierno de Campeche, han abierto un boquete a los formalistas argumentos que esgrime para aferrarse al timón. Un verdadero capitán ya habría advertido que está hundiendo lo poco que restaba de la credibilidad del PRI.
Quedan dos elecciones estatales de vida o muerte para el PRI antes de la sucesión presidencial del 2024. Las posibilidades de victoria para los priistas en esas entidades en 2023 no son malas en solitario, y menos malas en alianza, pero los escándalos que el oficialismo le puede seguir montando al campechano harán todo menos ayudar a su partido, y a sus aliados de la oposición, en los comicios de Coahuila y Estado de México.
Porque de aquí a un año el Gobierno federal tiene todo de su lado para explotar mediáticamente audios –ilegales, sí, pero muy dañinos– sobre presuntas transas y abusos de Alejandro Moreno. Su oportunidad para resistir el embate era hacerse del acompañamiento firme de figuras, como los ex presidentes que ayer dialogaron con él. Negociar genuinamente con ellos algunos cambios, e incluso renunciar, no suponía mala idea, pues podría ser acogido por priistas de alto calibre, por su partido mismo. Caer en blandito.
De lo contrario tanto liderazgos nacionales priistas, como otros a nivel regional y local, y lo mismo la militancia, se verán orillados a hacer una valoración muy clara para su supervivencia política.
Alito es un objetivo de López Obrador. El Presidente no va a detenerse hasta desacreditarlo por completo. Al no hacerse a un lado, el líder nacional priista podría arrastrar en su caída a muchos de sus compañeros. Y entre estos sobrarán quienes calculen que más vale apartarse ya del PRI e incluso negociar su incorporación en Morena, donde los tricolores hasta son premiados con candidaturas y puestos diplomáticos.
La fortaleza de Alito estaba en negociar una salida –dentro de lo que se pueda– honrosa. Ha preferido quedarse con el aparato, sí, pero sin el respeto de quienes le precedieron. No ha calculado que por los audios también en la alianza es ya un lastre. No ha calculado que a veces, precisamente, por estar en lo más alto, es cuando uno es más vulnerable.
Salvador Camarena
sal.camarena.r@gmail.com