La sangre de Teocaltiche también salpica al Congreso
La crisis en Teocaltiche no es nueva, pero ya no se puede disfrazar con boletines ni con promesas recicladas. No hay gobierno ahí. Punto. El municipio habita un cuerpo enfermo, atormentado por sus males, por su insana condición.
El asesinato de quienes fueran su comisario (Ramón Grande Moncada) y secretario general (José Luis Pereida) no es una casualidad ni un daño colateral: es una advertencia. La muestra de que el control real no está en las oficinas municipales, sino en otro lado. Un lado donde las órdenes no vienen con membrete oficial, pero sí con secuelas letales.
El gobernador Pablo Lemus se mantiene: en mes y medio pacificará el municipio. El reloj corre, los días pasan y el crimen organizado también tiene su cronograma. La lucha no debería ser pareja, sobre todo porque los tres niveles del Poder Ejecutivo no deberían ir solos en esa complicada agenda.
La sangre que ha empapado a Teocaltiche no salpica únicamente a la alcaldesa, al gobernador o a la Presidenta de México. La realidad de un municipio sin ley también pega, y de lleno, al Congreso del Estado.
Porque ese pastel siempre se reparte en 38 rebanadas, las facultades del Poder Legislativo regularmente eluden la agenda de la inseguridad. No debería ser así.
Si son de oposición, los diputados se indignan en redes sociales un ratito y luego proponen en tribuna que los narcocorridos sean los enemigos del Estado; los otros, los compas, hacen puntos de acuerdo que no obligan a nadie a nada y luego vuelven a su rutina parlamentaria de café, selfies y levantar dedos.
Pero los diputados tienen responsabilidades. El Congreso es el alfa y el omega de la función pública y no existe sólo para aprobarle el presupuesto al gobernador o para asignar a los compadres en puestos estratégicos y bien remunerados donde sólo lucirán bonitos. No. Los legisladores tienen facultades que rara vez usan, quizá porque no les gusta ensuciarse las manos con la agenda de seguridad.
El artículo 76 de la Constitución Política del Estado de Jalisco es claro como el sol en la sierra: el Congreso puede suspender, desaparecer o revocar el mandato de un Ayuntamiento si la situación lo amerita. Y si Teocaltiche no amerita esa medida, ¿entonces qué?
Para lograrlo se necesita acuerdo de las dos terceras partes del Congreso —al menos 24, algo que suena más difícil que pacificar la zona—. Pero si lo hicieran, se convocarían elecciones extraordinarias en un plazo máximo de dos meses. Eso cuesta dinero, pero restablecer algo que se parezca al Estado de Derecho no es gratis ni en Jalisco ni en Nueva York ni en Ciudad Gótica.
Y si por alguna razón no quieren (o no pueden) hacer una elección, el Congreso tiene otra opción: designar un Concejo Municipal. Así pasó en Jilotlán de los Dolores, un municipio donde la democracia fue cancelada por “sugerencia” de quienes mandan con armas largas. Ahí, las elecciones de 2021 no se llevaron a cabo porque dos de los tres candidatos fueron “motivados” a declinar, dejando sólo al de Morena en la contienda. ¿El resultado? Se nombró un concejo ciudadano que gobernó durante tres años. ¿Y qué creen? Funcionó. Gobernaron sus propios vecinos.
Entonces, si Jilotlán pudo, ¿por qué Teocaltiche no?
La realidad es incómoda: no se puede seguir fingiendo que el Ayuntamiento gobierna cuando ni siquiera es capaz de mantener seguridad en sus espacios. En Teocaltiche, el cuartel policíaco era operado como centro de videovigilancia clandestino. En Teocaltiche había un taller para blindar vehículos “artesanales” y en Teocaltiche había un rancho con animales exóticos que luce como un oasis en el desierto. Todo, a dos horas y media de Guadalajara.
Por eso urge que los diputados suelten la comodidad de la curul, que al fin les toque y reconozcan que su chamba no se estanca en un escritorio. Si hay poder fáctico, si hay vacío institucional, si la violencia se convierte en régimen, entonces sí les toca. Les toca leer la Constitución, aplicar la ley y convencer a sus representados que no sólo son la mesa de trámite del Poder Ejecutivo.
Teocaltiche no necesita más promesas. Necesita decisiones. Y esas, les guste o no, también están en manos del Congreso. La sangre que brota allí sí salpica al Poder Legislativo.
Por cierto, si alguien de ustedes conoce al diputado panista Julio César Hurtado Luna, recuérdenle que más de 40 mil personas del Distrito 2 (donde está esa demarcación) lo eligieron. Igual y si lo ponemos al tanto de que hay una crisis en su terreno se le ocurre representar a sus representados.
Es cuanto.