La rebeldía liberal
En Mutaciones (Debate, 2022), su lúcida autobiografía intelectual, Roger Bartra (1942) critica valerosamente al “muchacho impregnado de dogmas que era yo”.
Como tantos intelectuales latinoamericanos de su generación, Bartra (autor de La jaula de la melancolía, antiguo militante del Partido Comunista Mexicano y editor de las revistas El Machete e Historia y Sociedad) fue un joven marxista recalcitrante. Incluso fue seducido por el carisma de Rubén Jaramillo y se aventuró en Arcelia, Guerrero, “para impulsar allí un alzamiento armado revolucionario contra el gobierno”.
“El viaje a Arcelia podía haber terminado muy mal”. En esto coincidiría Federico Reyes Heroles: “Han sido los dogmas, llevados al extremo, los causantes de atrocidades inenarrables, de violencia monstruosa, de destrucción y muerte” (Ser liberal. Una opción razonada). El revolucionario y el terrorista no son rebeldes. Son fanáticos.
El auténtico rebelde es acaso el liberal, ya que, como escribe Reyes Heroles: “A diferencia de un conservador, un liberal no acepta de entrada el statu quo y, en ese sentido, es un rebelde. Si las decisiones colectivas están basadas en dogmas (…) deberá rebelarse. En esto el silencio es complicidad.” (Ser liberal). Rebelarse contra los dogmas e injusticias es el acto liberal por antonomasia.
Hay muchas formas de rebeldía. No obstante, el fin nunca justifica los medios: siempre deberán discutirse. Bartra lo aprendió, no en alguna clase o de algún libro, sino gracias a su “inclinación por la rebeldía y la crítica”. El movimiento beat, el existencialismo, la contracultura y el rock le sirvieron de antídotos contra el “dogmatismo marxista que se colaba en aquella época por todos los poros de la izquierda mexicana”. Esta inclinación o, mejor dicho, pulsión vital lo llevó, en su madurez, a abandonar el comunismo dogmático y abrazar la socialdemocracia. Por esa mutación cierta izquierda lo acusa de “traidor” (pues el odio más despiadado proviene a veces de la propia familia).
Mientras algunos toman por virtud la firmeza y rigidez en los principios teóricos y políticos, Bartra, quien nunca ha dejado de considerarse un hombre de izquierda, juzga el mundo demasiado complejo, rico y sutil para los esquemas ideológicos e inflexibles. También en esto es inequívocamente liberal.
Admirable, en suma, es el temple liberal de Mutaciones. Cambiar de opinión y admitir los errores requiere no sólo inteligencia sino coraje moral. Una trayectoria intelectual vigorosa sin autocrítica ni mutaciones es inconcebible.
De la trayectoria de Bartra puede concluirse que la rebeldía consiste en una alianza entre liberalismo e izquierda. Pues la rebeldía vuelve al izquierdista alérgico al autoritarismo y al dogma (y cercano, por ende, al ethos liberal); y al liberal, crítico de las injusticias y sensible ante las desigualdades (una preocupación medular de la izquierda).
Nuestra época requiere no una “rebeldía estéril, peligrosa e infantil” sino “creativa y estimulante [no atada] a identidades fijas”. Necesitamos, en suma, más liberales rebeldes (y menos pasivos) y más izquierdistas liberales (y menos dogmáticos). Pues, por citar de nuevo a Federico Reyes Heroles, “son rebeldes los que han introducido grandes cambios en nuestras prisiones culturales, de las cuales, con frecuencia, no somos conscientes” (Ser liberal). Las prisiones, agreguemos, no sólo son culturales o sociales; son de conceptos. Durante décadas, el marxismo dogmático fue una de ellas.
Hoy son otros los dogmas: el libertarianismo, la ideología woke, el tecnologismo y el maniqueísmo de los gobiernos populistas. Combatirlos requiere imaginación, coraje y, sobre todo, rebeldía liberal: una pulsión que, en la esfera pública mexicana, Roger Bartra ha encarnado mejor que nadie.