La oposición no se halla
Mirar con fijeza al actual gobierno de la República tiene el efecto de hacernos creer que las nociones mandatario y servicio público se degradaron significativamente; el hecho resalta no porque la observación intensa del régimen vigente nuble la objetividad, sino porque el sexenio anterior impuso la certeza de que habíamos tocado fondo (en esas y en otras materias). Otra consecuencia de reducir el todo a una de sus peores partes, el gobierno, es que podemos llegar a suponer que el resto de los de elementos que conforman la política de los poderosos para el poder, flota ingrávido por encima del tonelaje que día con día ganan las expectativas truncas que adornan al gobierno de Andrés Manuel López Obrador, que ocupa el punto más agudo del vórtice que aceleradamente se abisma a las cloacas en las que reposa la memoria infausta de casi todos los gobiernos que antecedieron al suyo; sin embargo esos otros elementos no están distantes, incrustados en el devastador remolino van los partidos, los otros poderes, nacionales y locales, y los que para simplificar caben en lo que llamamos, con los sobrentendidos que no necesitan de paréntesis para precisar, clase política.
Fraseado al modo de las leyes de la física quedaría de esta forma: primera ley, la interacción en un conjunto de cuerpos políticos independientes se evidenciará por las órbitas que fatalmente imponga el que con mayor peso atraiga a los demás, comprometiendo la que a priori fue independencia. Segunda ley: en un sistema político dado, sus componentes acusan menor entropía cuando ninguno de ellos tiene fuerza suficiente para comprometer al sistema; cuando aparece uno altamente masivo, la entropía decrece aún más, solidificando la estructura hasta la parálisis, misma que, sin embargo, parece discreta por lo masivo del cuerpo dominante, aunque, al final, el anquilosamiento es contundente, sus efectos negativos en la sociedad lo demuestran.
Mirar con fijeza a las fuerzas políticas que teóricamente conforman la oposición actual tiene el efecto de hacer sentir que se mira a la nada, al vacío turbulento que se forma en el interior del vórtice de la degradación política generalizada. Ante los yerros, exabruptos y dislates del gobierno federal, la pregunta que atraviesa el territorio nacional es ¿y la oposición, por qué no aprovecha las circunstancias para ampliar su influencia? Quizá esta cuestión sea inútil, si tomamos en cuenta la que sugerimos debe antecederla: ¿por qué esperamos algo de la oposición? No de la oposición como concepto político, sino de ésa que tenemos a la mano, representada por algunos partidos, por políticos y políticas profesionales y los aspirantes a serlo. Si algo hemos experimentado a lo largo de los últimos cincuenta años es que el sistema es generoso con quienes son parte de él; en algún momento los opositores, si son pacientes, si ejercen una crítica moderada y no encabezan revueltas con visos de ser realmente cismáticas, les llega su turno, o dicho coloquialmente: su recompensa; nunca faltarán puestos para otorgar en el gabinete, en embajadas y consulados, o absoluciones para delitos que los enclavados en la dizque oposición hayan cometido o no, porque el temor que el poderoso en turno infunde no es poco, ya que con el cargo le es otorgada la capacidad para derruir prestigios a voluntad, sin que deba supeditarse a la ley, a la justicia o la decencia.
En suma, sujetar la observación al torbellino que forman las entidades políticas en el gobierno y las que están fuera de él en espera de entrar al relevo, tiene varias consecuencias: llevarnos a confundir lo que ahí sucede con lo que el país va siendo; desesperanzarnos, no tenemos remedio, todos los partidos son lo mismo, hagamos lo que hagamos siempre ganan ellos y para ellos; plantearnos salidas falsas, como imaginar que llegará alguien que gobierne bien, no sabemos de dónde ni por cuenta de quien, el caso es que nos asimos a un placebo casi parapsicológico de la esperanza: no yo, no nosotros, alguien etéreo que, si lo pensamos despacio, hoy mentamos oposición, más como letanía que considerando a un sujeto concreto: que la economía mejore, te lo pedimos oposición; que la inseguridad, te lo pedimos oposición; que el autoritarismo, te lo pedimos…
Entonces, si en verdad el país y sus estados son más que el vórtice exterminador que parece envolvernos ¿a dónde dirigir la mirada? Por lo pronto, por salud mental, a los puntos en los que se enfocan quienes escapan del deslumbramiento que producen aquellas y aquellos que consciente o inconscientemente ponemos al centro de los afanes sociales. Por ejemplo, hay mucho que mirar en la cultura que por todos lados da frutos; así con el mundo empresarial y el universitario, y en el de la educación en general, a pesar de tantos desfiguros oficiales, sigue siendo emocionante ver en las mañanas, en cualquier pueblo, en las ciudades, en los bordes de los caminos, hileras de niñas y niños que van a la escuela. Y cómo no darnos cuenta de que la solidaridad espontánea no se arredra, que las personas se ayuntan para resolver problemas medioambientales, de las personas mayores, de niños en el abandono, de enfermos, de hambre, etc.
Pero es cosa de emprender la fuga por las brechas de lo que sí está bien y que depende poco de los gobiernos, sino de tener la vista dispuesta para abarcar 360 grados: luego de atender la vida que sí hay más allá del mundillo de la política según la entienden los políticos, seguramente será más sencillo elevar los niveles de crítica y de exigencia y, como dicen los franceses, voilà, aparecerá una oposición más potente que ninguna otra: la que la gente debería formar siempre, y más cuando en suerte toca un gobierno asolador. Fraseado según la física: la energía opositora resultante será igual a la amalgama que forme la gente, multiplicada por la velocidad de la indignación (dispuesta a actuar) al cuadrado.
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