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La Universidad abierta para toda la vida

Hace poco tuve el honor de entregar un título universitario a don Juan, un estudiante de 81 años. Sus manos, arrugadas por el tiempo, sostenían con emoción ese pedazo de papel que no es solo un documento, sino la prueba de que nunca es tarde para soñar.

En otro rincón, Amelia termina de contar un cuento a sus dos hijos pequeños, que recién se quedan dormidos. A las 11 de la noche, cuando el silencio de la casa se convierte en su aula, ella se conecta a clases en línea. Y Javier, ingeniero mecánico de 52 años que perdió su empleo, ve pasar las oportunidades en la electromovilidad y decide aprender nuevas competencias en un tiempo donde el conocimiento corre como un río desbordado.

Ni don Juan, ni Amelia, ni Javier encajan con la imagen clásica del “universitario”: ese joven de 18 a 23 años con todo el tiempo disponible. Sin embargo, ellos son el retrato más fiel de nuestro presente: la educación dejó de ser un rito exclusivo de la juventud; hoy es un camino que se recorre toda la vida.

Lo que aprendemos se marchita pronto. En cinco o diez años, las habilidades que parecían firmes se vuelven obsoletas. Si la universidad no se abre a todas las edades y trayectorias, corre el riesgo de volverse irrelevante.

Según datos del INEGI, apenas 18 millones de mexicanos han ingresado a la universidad; de ellos, 10 millones abandonaron antes de concluir.

¿Quién los llama de regreso? ¿Quién les recuerda que la universidad sigue siendo su casa? Y de los 8 millones que sí concluyeron, muchos necesitan reconvertirse para adaptarse a nuevas profesiones, mientras otros desean aprender por el simple placer de crecer.

La universidad no puede seguir siendo un privilegio reservado a la juventud: debe convertirse en un derecho extendido a lo largo de la vida, con caminos flexibles y accesibles. Esto implica reconocer aprendizajes previos, certificar saberes adquiridos en la práctica y ofrecer programas que acompañen a los estudiantes donde estén, sin que la edad sea un obstáculo.

La universidad no debe ser un edificio al que se entra una vez y nunca más: debe ser una casa con ventanas abiertas para siempre. Una universidad abierta para toda la vida es la que combina la presencialidad con las plataformas digitales, impulsa modelos híbridos, ofrece doctorados y también microcredenciales. Mantiene una relación estrecha con sus egresados y busca a nuevos estudiantes, no solo espera a que lleguen.

No se trata de sustituir la formación tradicional, sino de ampliarla. La universidad que se piensa solo para jóvenes envejecerá pronto; la que abraza a las personas en todas las etapas de la vida permanecerá joven.

Porque educar no es acumular datos, sino encender luces. Y esas luces pueden brillar a los 20, a los 40 o a los 80.

Las universidades limitadas a solo cinco años en la vida de una persona terminarán siendo apenas un vagón de carga. La universidad abierta para toda la vida seguirá siendo una locomotora.

P.D. Durante años, me dijeron que debía escribir una columna. Yo me resistía, como quien se niega a hacer dieta. Al final, cedí. Espero que “Ruido en el desierto”, sea un espacio para escuchar las señales que se pierden entre la indiferencia y la prisa. Porque a veces, el eco en el desierto es el único que nos recuerda lo esencial. Este espacio no promete verdades, apenas unas cuantas dudas bien servidas.

@rvillanueval

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