“La Falla”… los niños saben más
Hay películas que observan al mundo infantil desde la distancia o de manera condescendiente. “La Falla”, el nuevo y entrañable documental de Alana Simoes, hace exactamente lo contrario: se acerca con cuidado, con respeto, con una mirada atenta que no impone. Es un filme que escucha. Que acompaña. Que entiende que, para mirar la realidad desde los ojos de un niño, hay que aprender a “hacerse chiquito” (o de “tamaño infantil”) sin dejar de ver con hondura.
En una conversación que Alana y yo tuvimos meses atrás en un café, me contó que había tratado de hacer una película sobre “un adiós” pero que en realidad se trataba de cómo nuestros niños construyen su imagen del mundo. ¿Y cuál es la materia prima para ello? Lo que nosotros, los adultos, les decimos y mostramos. Lo que normalizamos. La forma en que vivimos, convivimos, incluso cómo ejercemos —a veces sin notarlo— ciertas violencias o exclusiones. Lo que decimos, pero también lo que callamos. Después de haber visto la peli, coincido con ella. “La Falla” se asoma con delicadeza a todo eso. Aunque la vi hace como siete meses, todavía traigo su peli conmigo.
En su regreso al mundo infantil —que ya antes retratado con inteligencia y calidez en su imperdible documental “Mi Hermano”—, Alana nos lleva ahora a un salón de clases, ese universo contenido donde los niños juegan, ríen, aprenden, preguntan, recuerdan y, en ocasiones, también se despiden. El aula se convierte en un microcosmos: una metáfora del mundo, vista desde lo que sienten y expresan quienes apenas lo están empezando a entender.
Los protagonistas de esta historia —los niños— son entrañables e insuperables. En ellos hay curiosidad y descubrimiento… Pero también se asoman las primeras pérdidas, las primeras separaciones. “La Falla” es, entre otras cosas, una película sobre las emociones que orbitan el acto de decir adiós.
Una de sus mayores virtudes es el tono: Alana no cae en el estruendo ni en el subrayado fácil. No hay golpes bajos ni manipulaciones. Hay escucha. Hay un sentido de observación tan íntimo como sensible. Hay confianza en los pequeños: como espectador, diré que me quedo con la sensación de que ellos son los dueños de la película.
“La Falla” es también un recordatorio de lo importante que es dejar que los niños hablen, que se sientan vistos, reconocidos, participativos.
Este documental dice mucho con poco. Alana Simoes entrega una pieza sutil, que mira la niñez sin filtros impostados, que revisa el pensar, el sentir y el observar cuando uno está peque. Y que, en sus palabras, muchas veces en sus palabras (en sus miradas y posturas, agregaré) está contenida la verdad más luminosa y más dura sobre el mundo que les estamos heredando.