Familias bajo fuego
La degradación humana que exhibió con toda su crudeza la saña delincuencial que acabó con dos familias la semana pasada en El Arenal y Guadalajara, y que se suma a la ocurrida en el municipio de San Cristóbal de la Barranca el mes pasado, nos deja claro que han quedado rotos aquellos códigos mafiosos que prohibían matar a niños y esposas. Parece que ahora a los grupos delictivos no les bastan las ejecuciones personales sino hoy deben ir por la familia completa.
Para agravar este cuadro de descomposición social, cabe recordar que en el multihomicidio familiar de San Cristóbal, en el que asesinaron a un bebé de dos años, a su hermana también menor de edad y a sus padres, fueron cómplices al menos cuatro policías de Zapopan, que excepcionalmente están ya detenidos, porque no pudieron esconderse en el inmenso manto de impunidad que cubre a los asesinos de casi el 95 por ciento de los crímenes.
El viernes pasado se descubrió en una camioneta pick-up abandonada en la zona de Medrano, los cadáveres de otra familia que abandonaron desde el martes, según quedó registrado en cámaras de videovigilancia. Los cuerpos del padre y de la madre estaban envueltos en bolsas de plástico con objetos encima, mientras que un niño de 10 y una niña de 15 años estaban en la cabina.
Entre la noche del jueves y los primeros minutos del viernes pasado, tres sicarios llegaron a un fraccionamiento en el municipio de El Arenal, y mataron en su casa a la madre e hijo, abogados, y a su hija y hermana adolescente y a su novio.
Jornadas de muerte como esas que vivimos la semana pasada no se pueden ni se deben pasar por alto, como si nada grave ocurriera. Es momento de recuperar esa capacidad de asombró social que parece estar anestesiada ante la incapacidad de los gobiernos de todos los niveles para detener a los generadores de violencia, que la han hecho el pan de cada día en Jalisco y en el País.
Estos multihomicidios familiares ponen en entredicho también la narrativa de se están combatiendo las causas de la delincuencia, porque cada vez, son más los jóvenes que caen seducidos por los espejismos que les ofrece el narco.
Los orígenes de la delincuencia, y su constante escalada de crueldad y saña, señalan los especialistas, es complejo e involucra múltiples factores. Los de historia individual de vida como la desintegración familiar, pero también sociales y económicos.
Es momento, pues, de actuar sin duda desde las familias, pero también desde el Estado revisando sus políticas públicas en todos los niveles de gobierno, porque ya lo dejó claro el estudio de la pobreza dado a conocer por el Inegi: pese a la baja récord en los índices de pobreza, sigue existiendo mucha marginación social y grandes carencias en materia de educación y empleo. Esa condición, combinada con los altos niveles de corrupción de las autoridades que cobija el crecimiento del poder del narco y su impulso a las adiciones, cran el nido donde se incuba este engendro criminal en cuyas fauces todos corremos el riesgo de caer.
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