Libertad de expresión y los hijos del marqués de Croix
Cada caso es en sí mismo aberrante; juntos son una clara advertencia de lo que significa para las libertades que, en nombre del pueblo, un grupo de políticos empoderados controle las instituciones.
El primer caso tiene que ver con la censura directa y por la vía judicial al periodista Héctor de Mauleón. Nadie le cuestionó la veracidad de lo que escribió, nadie le rebatió la interpretación de los datos, simplemente una mujer que pretende ser presidenta del Tribunal Superior de Tamaulipas se sintió afectada en sus intereses por la publicación de informes internos de la Secretaría de la Defensa, divulgados a través de Guacamaya Leaks, y le pidió el favor a una jueza para silenciarlo. Por si fuera poco, el INE le facilitó los datos personales del periodista. ¿Para qué está el nuevo INE si no es para defender los intereses del partido en el poder?
El segundo es la humillación de un ciudadano, Carlos Velázquez, quien había confrontado al senador Gerardo Fernández Noroña en el aeropuerto. Usando otra vez al Poder Judicial, el senador presionó y amenazó al ciudadano con meterlo a la cárcel. Magnánimamente, el presidente del Senado aceptó retirar la demanda a cambio de una disculpa pública a su persona y a su investidura.
En ambos casos, el brazo ejecutor del silenciamiento es el Poder Judicial, ese que a partir de las elecciones del 1 de junio pasará a ser una extensión del poder de Morena.
Muerto el INAI, que al menos obligaba a las instituciones del Estado a entregar información y a proteger nuestros datos personales; muerta la Comisión Nacional de Derechos Humanos, hoy convertida en observador de piedra y con la amenaza de una nueva Ley de Telecomunicaciones que deja en una persona dependiente directamente de la Presidencia todas las decisiones sobre el espectro radioeléctrico, la libertad de expresión en México ha retrocedido en cuestión de meses lo que como sociedad nos costó décadas construir.
No deja de ser paradójico que quienes se dicen hijos del 68, el movimiento más libertario del Siglo XX, hayan terminado siendo unos perfectos discípulos de Fernando Gutiérrez Barrios, aquel temido director de la Federal de Seguridad que los persiguió y a muchos de ellos los encarceló. O, peor aún, se estén convirtiendo en émulos del Marqués Carlos Francisco de Croix, el cuadragésimo quinto virrey de la Nueva España que se hizo famoso por la expulsión de los jesuitas del territorio que gobernaba y porque publicó en 1767 aquel famoso bando, arquetipo del autoritarismo y la censura, donde decía “...y pues de una vez para lo venidero deben saber los súbditos del gran Monarca que ocupa el trono, que nacieron para callar y obedecer y no para discurrir ni opinar en los altos asuntos del gobierno”. Amén.