Acordar la necesidad de acordar
Hay un clamor permanente de que necesitamos diálogo. Por momentos pareciera que el diálogo es un objetivo en sí mismo y se nos olvida que no es sino un instrumento, una herramienta para construir entre todos, para entender y entendernos. Frente a la polarización el dialogo no es sino una forma de canalizar los argumentos.
Pero cuando la polarización no es para confrontar los argumentos sino a las personas, cuando polarizar significa descalificar la existencia misma del otro, entonces no hay manera de construir, no hay diálogo que solucione la polaridad. La actual administración entiende la polarización no como un acto de negociación sino de reapropiación -justa o no, eso es otro tema- de lo público, que en su visión había sido capturado por grupos de poder. Así, lo primero que tendríamos que reconstruir es la noción de que el país es de todos, no sólo de los que están ahora en el poder y tampoco de los que antes estaban. Lo segundo es la certeza de que el país nos necesita a todos. La soberbia de quienes se creen moralmente superiores (no somos como antes) o técnicamente mejores (estamos gobernados por la ineptocracia) es el gran obstáculo para reconocer y reconocernos mutuamente necesarios.
Quizá uno de los errores que hemos cometido es pensar en que lo que necesitamos es un acuerdo: un gran pacto social, una nueva Constitución, una reforma legal de gran calado. Si algo nos ha enseñado la historia es que no es “el acuerdo” sino la necesidad permanente de acordar lo que hace avanzar al país. Esto es, no se trata sólo de construir hoy un acuerdo definitivo entre blanco y negro, entre izquierdas y derechas, chairos y fifís, sino de acordar la necesidad permanente de acordar, sin negar ni borrar al otro, sin obviar el conflicto.
En política el único acuerdo que debe ser permanente es el diálogo. En su propia lógica el Presidente López Obrador habrá cumplido con su cometido si logra desmontar lo que él llama las instituciones neoliberales. Quien llegue a la presidencia en 2024, del partido o corriente que sea, tendrá la misión de reconstruir un país polarizado con polos mutuamente desconfiados, con instituciones desmontadas y dañadas, pero sobre todo con una nueva correlación de fuerzas.
El nuevo Presidente tendrá que restaurar el diálogo y para eso se requieren voluntades y método, pero sobre todo demócratas que estén dispuestos no sólo a escuchar, sino a aprender del otro. Es la hora de los moderados, de los que entienden que disentir tiene todo el sentido, pero sólo si se tratara de construir acuerdos.
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