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Crónica de una visita al corralón

Estacioné mi moto sobre la banqueta y me cayó la patrulla.

-Oficial, me dijo un colega suyo hace unas semanas que sí, que me podía estacionar un momento aquí.

Era verdad, le había pedido permiso a un oficial, pero supongo que sólo me dio permiso ese día y yo lo quería usar ya de salvoconducto ad inifinitum, qué vergüenza. No hice más el ridículo. Recogí mis cosas, cancelé mis citas, me subí a la moto y los seguí al corralón.

Había un par de ciudadanos en la fila y 34 motos en resguardo. En la Ciudad de México hay 30 depósitos vehiculares y a este llegan hasta 50 motos al día.

Me avergüenza haber visto ciudadanos tan molestos, pidiendo favores y rogando por perdón. ¿Y por qué? Porque la última de las sanciones (el corralón) reveló todas sus irresponsabilidades previas

A Mario, que estaba antes que yo en la ventanilla, lo agarraron por dar una vuelta prohibida. A Juan y Jorge, a un lado mío, los infraccionaron por circular con una moto de baja cilindrada en los carriles centrales de Reforma (sólo pueden entrar si tienen más de 250 cc, igual que en Viaducto o Periférico). Además, tenían su tarjeta de circulación vencida y dos infracciones sin pagar, así que ésta era la tercera vuelta que daban.

Lo mío fue rápido, yo tenía todo: póliza de seguro, tarjeta de circulación, ninguna infracción pendiente de pago, placas en orden, licencia vigente y factura de la moto. Además, podía pagar en efectivo o tarjeta (¡bravo!) y en la misma ventanilla (¡bravo!). En menos de 15 minutos, me dieron la orden de salida. Nunca me ostenté como periodista y, aunque mal encarados y secos (les mientan la madre varias veces al día), todos los oficiales cumplieron cabalmente su tarea con prontitud y seriedad. “Pásele por su moto, damita”, me dijo la menos mal encarada de todos. Y ahí voy de regreso.

¿Por qué cuento esto? Porque hemos dejado de pensar en nuestra relación con la autoridad, a la que culpamos de todos los males y pedimos todos los bienes, y esto sirve como ejemplo. No aceptamos con facilidad que cometimos una infracción (la responsabilidad individual no está de moda). Una vez obligados a aceptar, no acatamos las reglas de la autoridad para que se nos imponga una sanción. Y aunque hemos logrado que la autoridad sea cada vez más competente, los ciudadanos parecen cada vez más irresponsables. No tengo quejas de los oficiales o del proceso. Nadie intentó extorsionarme y tuve claridad sobre todos los requisitos para liberar el vehículo. La multa fue pagable y aprendí la lección: chin si me vuelvo a agandallar la banqueta. En cambio, me avergüenza haber visto ciudadanos tan molestos, pidiendo favores y rogando por perdón. ¿Y por qué? Porque la última de las sanciones (el corralón) reveló todas sus irresponsabilidades previas: la licencia vencida, las infracciones sin pagar, adeudos en la tenencia, tarjeta de circulación extraviada. Me queda claro que las autoridades deshonestas buscan agujeros para llevarse dinero extra, pero esos agujeros los proporcionan los ciudadanos. Toca cambiar eso.

(ivabelle@gmail.com / @ivabelle_a)
 

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