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Celibato contra natura

Los escándalos de abuso sexual de parte de sacerdotes pederastas y jerarcas de la Iglesia Católica no paran. Tenemos décadas de escuchar de las tragedias de menores sexualmente abusados de manera generalizada. Tampoco paran las evidencias de que el Vaticano simplemente no reacciona ante estos crímenes. Los casos de Estados Unidos, Chile, Irlanda y México, entre muchos otros, son terribles ejemplos de la perversión de amplios sectores de ministros de la Iglesia. El más reciente de los escándalos es la acusación del arzobispo Carlo Maria Vigano, ex nuncio del Vaticano en Washington, que advirtió al Papa Francisco sobre los abusos del cardenal McCarrick en Estados Unidos.

Claramente no son casos aislados. Hay una conducta generalizada y sistemática de abusos hace décadas. Así lo demuestran los informes del propio Vaticano que se filtran a cuenta gotas o los múltiples reportajes y documentales que se han realizado por la prensa, en los que víctima tras víctima dan testimonio del infierno que significó en su vida caer en la red de chantaje y abuso de los sacerdotes.

Este comportamiento enfermo de parte de sacerdotes no acabará mientras la Iglesia Católica no termine con el absurdo celibato que le exige a sus ministros y hermanas. Una vida espiritual, como sucede en tantas otras religiones, no tiene por qué estar enmarcada fuera de la naturaleza y la condición humana. Los seres humanos tenemos una necesidad biológica, emocional y psicológica de sexualidad y erotismo. Una persona sana logra un equilibrio entre sus intereses intelectuales, físicos, emocionales y espirituales. Hace años existe una corriente importante de teólogos que abogan por esta visión del sacerdocio.

El Papa Francisco inició su mandato en 2013 con un discurso que se antojaba fresco, renovador e inteligente. Han pasado cinco años y no se percibe un cambio de fondo en cómo atajar la epidemia pederasta. Ofrecer disculpas en Irlanda claramente es insuficiente.

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