Adiós al PRI
Si los mapaches electorales no vuelven a hacer de las suyas y si el domingo se confirman las tendencias de votación marcadas por la mayoría de la encuestas serias que se publicaron durante la actual campaña electoral, el gran derrotado de esta elección será el Partido Revolucionario Institucional (PRI).
La mayoría de las encuestas marcaba tercero al PRI y una o dos como segundo. Así, el PRI tendrá el peor resultado de su historia, perdiendo la Presidencia de la República por segunda ocasión desde que se fundó en 1929. Además se irá a un tercer lugar con una disminuida fuerza legislativa y perderá la elección en la mayoría de los nueve estados donde habrá elecciones este 1 de julio.
Hay razones de corto y largo plazo para explicar esta derrota, este adiós del PRI tal como lo conocemos. Las de corto plazo se llaman Enrique Peña Nieto y sus reformas estructurales + corrupción + guerra.
El programa de Gobierno de Peña Nieto fue otra vuelta de tuerca de las políticas neoliberales que han afectado a la mayoría de la población: se continuó con la política de contención salarial, ataque a los derechos laborales y políticas radicales de libre mercado que han devastado el campo y otros sectores económicos. El modelo extractivo también se radicalizó al grado de tener cerca de la mitad del territorio nacional en concesiones mineras, de explotación energética, de agua, forestal, o tierras privadas para la agroindustria, y desarrollos inmobiliarios, comerciales y turísticos. Las resistencias contra esta radical política privatizadora fue reprimida en el contexto de violencia que vivimos en el país. Así, mientras aumentaron significativamente homicidios dolosos y desapariciones, esta violencia fue funcional a la represión de muchos movimientos sociales en todo el país. La cereza del pastel es la extrema corrupción que se vivió este sexenio. Asistimos a una de las generaciones políticas más corruptas de la historia del país.
En términos de largo plazo, hay que decir que más que un partido con una ideología definida, el PRI ha sido una maquinaria de control político-electoral al servicio del Estado y al servicio del capitalismo mexicano. Fue fundado como Partido Nacional Revolucionario (PNR) en 1929 como pacto de los caudillos posrevolucionarios, cambió a Partido de la Revolución Mexicana (PRM) en 1938 durante las reformas cardenistas y tomó su nombre actual en 1946. Pero pudo tener otro nombre en el sexenio de Luis Echeverría o de Carlos Salinas. La masa priista se adaptaba a los giros ideológicos y políticos del Presidente en turno.
Más allá de las modas sexenales, el PRI es el partido que administró el Estado mexicano al servicio del desarrollo capitalista nacional. Lo hizo a través de un incipiente Estado de bienestar, la cooptación, el clientelismo, el fraude y la corrupción, y en muchas ocasiones con represiones y masacres políticas de gran envergadura. La represión a ferrocarrileros y maestros (1958), médicos (1966), estudiantes (1958, 1968, 1971), campesinos e indígenas (Rubén Jaramillo, Genaro Rojas, Lucio Cabañas, Aguas Blancas, El Charco, Acteal, entre otras) quedará de modo indeleble en la responsabilidad y conciencia de esa clase gobernante. Así que, adiós al PRI, sin confiar que sus sustitutos cambien su función: administradores del Estado al servicio de los intereses privados.