Cultura

¿Es cierto que la vida va más rápido que antes?

De una de las sociólogas más relevantes de la actualidad, llega esta obra que reflexiona sobre la relación entre el tiempo, el capitalismo y la tecnología

Capítulo 2

TIEMPO Y MOVIMIENTO

Las máquinas y la construcción de la modernidad

Si no entendemos nuestro propio sistema de tiempo, tampoco nos entenderemos plenamente a nosotros mismos.

Hannah Gay, “Clock Synchrony, Time Distribution, and Electrical Timekeeping in Britain, 1880-1925”.

Tendemos a pensar en la sociedad de alta velocidad como un fenómeno reciente asociado al crecimiento de las tecnologías digitales. Sin embargo, las pretensiones de que la tecnología aniquila el tiempo y el espacio no son nuevas. Aquí consideraré el impacto de los enormes cambios tecnológicos que tuvieron lugar más o menos en el siglo pasado, algunos de los cuales posiblemente resultan tan significativos como los que ha comportado Internet. No es mi propósito discutir el hecho de que las temporalidades contemporáneas se han visto radicalmente alteradas por las TIC, sino más bien informar nuestra interpretación añadiendo una perspectiva histórica. Al fin y al cabo, los argumentos sobre el creciente ritmo de vida solo tienen sentido en contraste con un supuesto pasado más lento. Veremos que nuestra actual adhesión a la velocidad tiene antecedentes bien establecidos. De hecho, gran parte de lo que hoy se atribuye a la migración masiva al mundo online tiene profundas raíces en etapas anteriores de la evolución técnica. En el mundo moderno, controlar el tiempo es una actividad tan esencial como habitual, y nos dedicamos constantemente a monitorizarlo y verificarlo. Los teóricos sociales afirman que nuestra obsesión por medir el tiempo se remonta a la institucionalización del tiempo de reloj en el marco del capitalismo. El texto clásico en este sentido es el de EdwardThompson, donde el autor define el tiempo de reloj como disciplinario e íntimamente ligado a la mercantilización del tiempo como dinero.

La tiranía de los relojes es esencial en el discurso de la aceleración del mundo. Consideraré este argumento a la luz de las investigaciones que sugieren que el control del tiempo es en realidad una práctica más antigua, y no necesariamente negativa. Aunque la disciplina temporal implícita en las formas de producción capitalistas ha desempeñado un papel clave en la configuración del tiempo moderno, por sí sola no puede explicar la cambiante importancia cultural de la velocidad. Es difícil exagerar el efecto de las máquinas de vapor, el ferrocarril y el telégrafo en la experiencia de compresión espaciotemporal de la gente. El viaje en tren, descrito por Charles Dickens o por MarcelProust, es el símbolo de una percepción transformada del ritmo de la vida cotidiana. La visión que el viajero tiene del paisaje como una multitud de impresiones visuales que se mueven con rapidez carecía de precedentes. Sin embargo, es solo tras el rápido desplazamiento a la vida urbana cuando la velocidad y el cambio por sí mismos pasan a celebrarse como condición general de la modernidad. La velocidad es uno de los diversos aspectos de la moderna vida metropolitana que los artistas e intelectuales empiezan a valorar en términos culturales, y esta sigue siendo una explicación clave de la paradoja de la falta de tiempo. Todavía resuena hoy la descripción que hiciera GeorgSimmel de la emergente conciencia moderna del tiempo, caracterizada por la inmediatez, la simultaneidad y el presentismo. Y lo mismo ocurre con su astuto análisis de las diferentes respuestas alternativas que esta no dejaría de suscitar, señalando extraordinarias oportunidades a la vez que la corrosión del carácter moral (más tarde, Richard Sennett pasaría a identificar el cortoplacismo como una consecuencia peculiar del nuevo capitalismo; véase el capítulo 4). En mi opinión, puede considerarse muy bien a Simmel el primer teórico de la sociedad de la aceleración.

En el siglo xx, el automóvil pasó a ser el símbolo de la velocidad, la liberación y la libertad. Ofrecía la posibilidad de cambio a los grupos e individuos que deseaban escapar del confinamiento social tradicional. La viabilidad del movimiento físico ilimitado tenía sin duda implicaciones políticas, y veremos ejemplos de ello. Sin embargo, y como ocurre con toda la tecnología, el impacto del automóvil estuvo lejos de ser unívoco. El mismo coche que prometía movimiento ilimitado también generaba atascos. Y mientras la velocidad de las máquinas pasaba a representar cada vez más la fuerza motriz del progreso y el crecimiento económico, la euforia del movimiento constante también pasaba a asociarse a la violencia y la destrucción. Estas contradicciones culturales siguen constituyendo un aspecto fundamental de la dinámica de la aceleración. Aun así, el atractivo de la velocidad pura sigue seduciendo, y resulta evidente en el recurso sociológico a la movilidad, la fluidez y los viajes como descriptores clave de nuestra condición actual. Se supone que la velocidad y el movimiento perpetuo son deseos de existencia universales, realizables solo por medio de máquinas más rápidas y eficientes. Este tipo de relatos están ligados a discursos lineales sobre el papel de la innovación técnica en la construcción de los tiempos modernos. En realidad, las tecnologías evolucionan a través de su utilización práctica, y, por lo tanto, pasan a significar cosas completamente distintas para diferentes personas. De hecho, la capacidad de algunos para moverse deprisa y de manera frecuente puede ser causa de estasis para otros. Como tal, la aceleración tecnológica siempre viene acompañada de varios tipos de ralentización. No tiene nada de sorprendente, pues, que nuestra respuesta a la aceleración se haya caracterizado siempre por una profunda ambivalencia.

Fragmento del libro Esclavos del tiempo© 2020, Paidós. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

Portada. La más reciente publicación de Judy Wajcman, lanzada por Paidós. CORTESÍA

Sinopsis

La imagen de un individuo hiperconectado y adicto a su iPhone es recurrente. La mayoría de nosotros se queja de que no hay suficientes horas en el día y de que tenemos demasiados correos en nuestras bandejas de entrada. La idea ampliamente extendida de que la vida va cada vez más rápida de lo que solía ha germinado en nuestra cultura. Pero ¿no debería la tecnología hacernos la vida más fácil?

Sobre la autora

CORTESÍA

Judy Wajcman (Australia, 1950) es catedrática de Sociología en la London School of Economics, en la que ostenta la cátedra Anthony Giddens de Sociología y es investigadora asociada de Oxford Internet Institute. Se la considera también una de las pioneras en el estudio de la relación entre tecnología y género, y acuñó el término “tecnofeminismo”.

JL

Temas

Sigue navegando