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Seña particular: un millón

¿Qué distingue a Juan José Francisco Gutiérrez Pérez del resto de los tapatíos?

GUADALAJARA, JALISCO (01/JUN/2014).- Sabe hacer un millón de cosas, tiene un millón de familiares que lo quieren y tiene la fuerza de un millón de caballos cuando de arrear a su familia se trata. Esta frase numérica, tan utilizada para generalidades, a Juan José Francisco Gutiérrez Pérez le queda de un modo literal, porque el 8 de junio de 1964 él fue el tapatío un millón.

“Cuando nací dieron legalidad el gobernador, el presidente municipal y el cardenal. Ellos tres firmaron mi acta de nacimiento y a mis padres les regalaron una casa a mi nombre, en la colonia Atlas, que es donde vivo ahora con mi familia”.

Cuenta que su caso se ha politizado y que su cumpleaños resulta relevante o no de acuerdo al gobierno de turno. Mientras hablo con él un canal de televisión lo llama por teléfono y arregla una entrevista para la siguiente semana.

Pregunto si le molesta tener esta especie de fama por la que lo buscan y dice que no, que se ha acostumbrando y que por qué debería de molestarle. Que por el contrario, se siente orgulloso, que nunca se confió y que toda la vida trabajó para sus hijos, “¿sino para qué más?”.

Hace unos años cuando la idea de trabajar aún no aparecía, Pancho, como algunos lo llaman, estudiaba la secundaria en un seminario: “Pues sí iba para sacerdote, pero en la secundaria no sabía uno de la vocación”.

Pasó su infancia entre viajes en tren a la Ciudad de México que hacía junto a su madre y sus siete hermanos en cada Semana Santa, gracias a que su padre ahorraba todo el año desde la ciudad capital para mandarles el dinero y que lo pudieran visitar. También la pasó en Atotonilquillo, pueblo natal de sus abuelos maternos, al que iba seguido y en donde, junto a su tío, “le tocaba” ir a sembrar, milpa, maíz, alfalfa y garbanzos.

Ese tío fue quien le prestara la primera moto que aprendió a manejar. Luego de repartir cartas durante 10 años en bicicleta se reencontraría con una moto que hace 20 maneja en Correos de México. En diciembre se compró la propia como medio de transporte.

El primer trabajo que tuvo “El millón”, como lo conoce la mayoría de sus amigos desde que estaba en la primaria, fue cuando salió del seminario, cuando un vecino lo llevó a trabajar a un taller de laminado y pintura. Con algunos altercados comenzó la preparatoria, pero la dejó porque “se acostumbra uno a tener dinerito en la bolsa”.
Trabajó también de carpintero, albañil, fontanero y zapatero. Como conductor de la línea 1 y 2 del Tren Ligero y como repartidor de tanques de oxígeno de 90 kilos cada uno, pero dice que lo que le fascina es el correo, oficio que su padre desarrollaba. Me refiero a esos años dorados de juventud cuando podía levantar tanques de oxígeno de 90 kilos diciéndole que estaba joven, a lo que me responde con sus 49 años: “todavía”.

La gastronomía mexicana no estuvo exenta de su larga lista de aprendizajes. Dice que su especialidad es la birria y la tinga, y que este ocho de junio es probable que cocine tinga para toda su familia. Agrega al menú de especialidades el pozole, la torta ahogada y cualquier guisado que le pidan. Cuando exclamo que debe ser bueno, dice con modestia “pues es lo que me han dicho”.

Padre de cuatro hijos, tres que aún viven con él y uno que voló a su propio hogar, y casado desde hace 28 años, dice que ha hecho tantas cosas en estos 49 años como ha podido y que de Guadalajara le gusta casi todo, “aquí sí se puede pasear con la familia sin miedo”, sensación que experimenta luego de haber estado trabajando en Estados Unidos durante casi dos años, con el miedo de que lo agarraran. “Allá, con eso de que iba yo de mojado, no podía estar en todos lados, le hablaban a mi primo y le decían que no me lleve a tal lado porque había redadas. En California, casi casi me iba del trabajo a la casa y de la casa al trabajo”.

Permaneció en el país del Norte 18 meses y se volvió. Aclara que no es porque le faltara el trabajo, “si me seguían llamando todavía”, sino porque está demasiado acostumbrado a estar con su familia y que cuando se fue llevaba 18 años de casado. “Y yo que nunca falté a la casa a dormir y un de repente no verlos, a ninguno... ni me despedí de mis hijos y el más chico, que tendría unos cinco años, no me contestó el teléfono por más de tres meses”.

Es sensible, se le nota en la mirada cuando cuenta que no la hacía en Estados Unidos sin su mujer ni sus hijos. “Aunque mis primos me sacaban allá, a mí lo que me gusta es salir a pasear con la familia. Ya a esta altura no me iría porque estoy acostumbrado totalmente a la familia”.

“El millón” es un hombre tímido en apariencia, a punto de cumplir 50 años y que por la mañana recorre las calles y avenidas de la Colonia Industrial. Su radar: de López de Legazpi a Lázaro Cárdenas y de 8 de Julio a Colón. Arriba y abajo y lluvia de por medio hay un itinerario que cumplir con una moto y un maletín lleno de cartas por entregar.

Por la tarde, se presenta prolijo a trabajar a un gimnasio que está por Juan Palomar y Arias, con la polo de su empresa de vallet parking fajada en el pantalón y el pelo bien recortado, con canas asomando en los costados de la gorra. Sus ojos verdes-pardo no dejan mentir la edad a través de las arrugas que sutiles aparecen alrededor de la mirada junto con su quinta década.

Le pregunto, ahora que ha conocido otras ciudades, que si pudiera elegir dónde nacer otra vez, si  elegiría Guadalajara, y sin dudarlo dice que sí, que no hay como Guadalajara. “Tengo familia en la Ciudad de México y no se compara, aquí ando libre”.

La mañana de su cumpleaños un cura de su vecindario le ofrecerá una misa y tal vez varias personas se acerquen a probar la tinga que prepara Pancho, esperando que en su casa no haya una concurrencia de un millón de personas.

TOMA NOTA

El festejo
> Mañana a las 20:00 horas se realizará un evento en el Museo de la Ciudad (Independencia #684, Colonia Centro), para recordar cómo era la Guadalajara de hace 50 años que recibiera al tapatío un millón.

> Pancho estará presente como invitado especial.

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