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Puerto Cacoma
Nuestro viajero nos muestra que el sur del estado de Jalisco es rico en escenarios maravillosos y experiencias únicas
GUADALAJARA, JALISCO (04/OCT/2015).- En la hermosa Sierra Cacoma, los cerros: Los Morillos y Las Vigas, enmarcan con gracia al fabuloso Puerto Cacoma. Puerto, quiere decir fondeadero seguro, pero también, garganta que da paso entre montañas. Sitio que formó parte de la Hacienda Jalocote.
En 1843, López Cotilla anotó: “Autlán. Haciendas: Ahuacapán, Ayuquila, San Buenaventura, Arboles, Platanar, Concepción, Isla y Jalocote. Ranchos: Ayutita, El Isote…”. Y Ramón Rubín refirió: “desde las alturas de la Sierra de Cacoma, el arroyo todavía vivo del Jalocote. A éste y al misérrimo caserío sobreviviente de la que fue próspera hacienda les prestó su nombre (del náhuatl xalocotl) una corpulenta variedad del aromático enebro… Barranca excavada con la azada erosiva de los siglos por un arroyo que movió trapiches y también fue río de arenas auríferas en un ayer no muy lejano. Al fondo de ésta, los bosques de esquistos y pizarras desprendidos de los paredones del cantil le disputan espacio a ubérrimas arboledas que se estiran hasta el gigantismo en busca de la caricia solar más allá de los labios de sus elevados bordes. Y en su fondo refresca el ya sombroso ambiente de tan amable paraje”.
Estando en Ayutita, apreciando sus moradas, me quedé comentando sobre una casa blanca, que entre sus vanos hay un anuncio de “Corona Extra”, denotando la tienda, al pie de su fachada, unas bancas invitan a reposar un rato.
Nos detuvimos en el abarrote de Joaquín por unos jugos y unas frutas, los degustamos en una de sus bancas, sombreadas por ficus, mientras mirábamos la finca de enfrente, sobre banqueta alta, blanca con guardapolvo canela y una romántica ventana vertical, de cuatro hojas (las inferiores de mayor tamaño), las inferiores cerradas y las superiores abiertas completamente, entrando la luz y el viento suficiente. Un vaquero pasó en su corcel moro, con espuelas, polainas y sombrero ancho.
Luego continuamos por el camino a la Sierra, cuesta arriba observamos el Arroyo el Jalocote, haciendo un pequeño salto entre dos piedras, higueras y parotas aledañas daban frescor. Victoriano Roa citó: “Las corrientes que se desprenden de la cañada de Ayutita, riegan los sembrados de cañas, dan movimiento a tres tahonas consecutivas que muelen los metales de las haciendas de S. Francisco, y alcanza a entrar en Autlán algunos días de la semana, a costa de inmenso trabajo, no obstante de que estas aguas corren a las orillas de la población por una atarjea de cal y canto”.
Pasando las moradas de El Jalocote, el sendero fue ascendiendo a través de túneles de espeso follaje, después vimos grandes ramilletes de enredaderas con flores blancas por doquier y enseguida, enormes paredones rocosos, ocres y blancos.
Fuimos serpenteando el Cerro los Morillos, encinos salpicados por heno, pliegues con cortes diagonales, que suben de igual forma, haciendo una V, para después curvear y repetir dicha forma. Contemplamos un precioso acantilado gris, con musgo y plantas incrustadas en sus grietas, unos manchones negros delataban escurrimientos. Enseguida observamos una ladera con cautivadoras peñas verticales, con grietas en el mismo sentido, el musgo blanqueaba su opacidad, unas cubiertas por pinos pero otras casi desnudas. Más adelante miramos una gran pared rocosa, casi plana y con cortes verticales, con bordo horizontal en su parte superior, marcado por la pared y los árboles que ascienden a la cresta. Vimos cuesta abajo el lomo de una piedra, figuraba un cachalote.
El Arroyo el Fresno, nos detuvo para que lo admiráramos, zigzagueando y haciendo pequeños saltos, con fresnos en sus veras. Al llegar al Puerto Cacoma, fuimos maravillados por el hermoso paisaje que nos brindó, crestas circulares con nubes bajas y espesas, arriba, nubes tenues y más arriba cielo abierto. Estábamos a 2,200 metros de altura, admirando las cimas de los cerros: Bufas, La Joya Verde, Las Joyas de los Zapotes, Aguas Salada y Las Verduras, embellecidas por algodones efímeros debajo de ellas. Nuestro regocijo creció al admirar el insólito paraje de bellas elevaciones, el Puerto Cacoma, simplemente nos hechizó.
En 1843, López Cotilla anotó: “Autlán. Haciendas: Ahuacapán, Ayuquila, San Buenaventura, Arboles, Platanar, Concepción, Isla y Jalocote. Ranchos: Ayutita, El Isote…”. Y Ramón Rubín refirió: “desde las alturas de la Sierra de Cacoma, el arroyo todavía vivo del Jalocote. A éste y al misérrimo caserío sobreviviente de la que fue próspera hacienda les prestó su nombre (del náhuatl xalocotl) una corpulenta variedad del aromático enebro… Barranca excavada con la azada erosiva de los siglos por un arroyo que movió trapiches y también fue río de arenas auríferas en un ayer no muy lejano. Al fondo de ésta, los bosques de esquistos y pizarras desprendidos de los paredones del cantil le disputan espacio a ubérrimas arboledas que se estiran hasta el gigantismo en busca de la caricia solar más allá de los labios de sus elevados bordes. Y en su fondo refresca el ya sombroso ambiente de tan amable paraje”.
Estando en Ayutita, apreciando sus moradas, me quedé comentando sobre una casa blanca, que entre sus vanos hay un anuncio de “Corona Extra”, denotando la tienda, al pie de su fachada, unas bancas invitan a reposar un rato.
Nos detuvimos en el abarrote de Joaquín por unos jugos y unas frutas, los degustamos en una de sus bancas, sombreadas por ficus, mientras mirábamos la finca de enfrente, sobre banqueta alta, blanca con guardapolvo canela y una romántica ventana vertical, de cuatro hojas (las inferiores de mayor tamaño), las inferiores cerradas y las superiores abiertas completamente, entrando la luz y el viento suficiente. Un vaquero pasó en su corcel moro, con espuelas, polainas y sombrero ancho.
Luego continuamos por el camino a la Sierra, cuesta arriba observamos el Arroyo el Jalocote, haciendo un pequeño salto entre dos piedras, higueras y parotas aledañas daban frescor. Victoriano Roa citó: “Las corrientes que se desprenden de la cañada de Ayutita, riegan los sembrados de cañas, dan movimiento a tres tahonas consecutivas que muelen los metales de las haciendas de S. Francisco, y alcanza a entrar en Autlán algunos días de la semana, a costa de inmenso trabajo, no obstante de que estas aguas corren a las orillas de la población por una atarjea de cal y canto”.
Pasando las moradas de El Jalocote, el sendero fue ascendiendo a través de túneles de espeso follaje, después vimos grandes ramilletes de enredaderas con flores blancas por doquier y enseguida, enormes paredones rocosos, ocres y blancos.
Fuimos serpenteando el Cerro los Morillos, encinos salpicados por heno, pliegues con cortes diagonales, que suben de igual forma, haciendo una V, para después curvear y repetir dicha forma. Contemplamos un precioso acantilado gris, con musgo y plantas incrustadas en sus grietas, unos manchones negros delataban escurrimientos. Enseguida observamos una ladera con cautivadoras peñas verticales, con grietas en el mismo sentido, el musgo blanqueaba su opacidad, unas cubiertas por pinos pero otras casi desnudas. Más adelante miramos una gran pared rocosa, casi plana y con cortes verticales, con bordo horizontal en su parte superior, marcado por la pared y los árboles que ascienden a la cresta. Vimos cuesta abajo el lomo de una piedra, figuraba un cachalote.
El Arroyo el Fresno, nos detuvo para que lo admiráramos, zigzagueando y haciendo pequeños saltos, con fresnos en sus veras. Al llegar al Puerto Cacoma, fuimos maravillados por el hermoso paisaje que nos brindó, crestas circulares con nubes bajas y espesas, arriba, nubes tenues y más arriba cielo abierto. Estábamos a 2,200 metros de altura, admirando las cimas de los cerros: Bufas, La Joya Verde, Las Joyas de los Zapotes, Aguas Salada y Las Verduras, embellecidas por algodones efímeros debajo de ellas. Nuestro regocijo creció al admirar el insólito paraje de bellas elevaciones, el Puerto Cacoma, simplemente nos hechizó.