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Otra de perros y encantadores

Astro, un tragón compulsivo, se reformó ante los ojos de miles de personas; el líder de la manada hizo su trabajo

GUADALAJARA, JALISCO (10/NOV/2013).- Se había vuelto tortuoso, desagradable, estéril comer en la casa de Astro, que jamás podrá confesar que era un tragón compulsivo. Si había jitomates, Astro quería jitomates y lo mismo con el aguachile de habanero, las tortas, las galletas y las salchichas. Las salchichas, sobre todo, eran la perdición de Astro. Eran: pretérito imperfecto. Tan imperfecto que Astro está rehabilitado desde la noche del jueves… O eso pareció entre luces, aplausos y cerveza, pobre Astro. El que hizo el milagro fue nada menos que César Millán, el líder de la manada.

Los de la manada aplaudimos, naturalmente. Casi no hay otro asunto más importante en la región que rehabilitar a un perro Beagle mañoso que puede comer aguachile de camarón con habanero si se le antoja.

El primer mundo en el primer mundo. César Millán, el “encantador de perros” en el auditorio Telmex de la Universidad de Guadalajara. Asientos de entre mil y 200 pesos. ¿Qué son tres salarios mínimos para la perrada? Un estacionamiento colmado con decenas de autos que cuestan más que una casa de interés social.

Gente feliz bajo la lluvia otoñal: por fin el dóberman dejará de agredir a la abuela.

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César Millán es encantador. De veras. Ha de ser una ventaja de los que nacen en Sinaloa. Además parece buena persona y es excepcional. La ha hecho en grande entre los 33.5 millones de mexicanos y descendientes, la mayoría de los cuales sobrevive en Estados Unidos como jornaleros del campo, lavaplatos, jardineros, niñeros, miembros de pandillas.

Millán, en cambio, tiene un programa en el canal de televisión privado NatGeo, que se ve en la Patagonia y a lo mejor también en Kazajistán.

Es más: en 2012 NatGeo produjo un documental sobre su canoso conductor, cuya vida en México transcurría como la de millones de connacionales. El líder de la manada era pobre “de los de debajo de la manada”, se autodefine él.

Igual que muchos pensó hacerse narcotraficante. El destino le había preparada otra cosa.

Hace poco más de 20 años se largó al Norte a ganar dólares. Se cruzó sin documentos a Estados Unidos, escondiéndose entre matorrales, vivió bajo un puente, fue lavaplatos, chalán, paseador y peluquero de mascotas hasta que un día el Tío Tom le sonrió. Conoció a una famosa de Hollywood, a la que debió caerle bien —es de veras encantador—, quien lo recomendó con otras estrellas, todas ellas muy amantes de los perros.

César había pasado parte de la infancia con su abuelo, arreando vacas, en el rancho Ixpalino. En su nuevo círculo aplicó la mexicana: empezó a tratar a los perros como perros, los perros entendieron que son perros y el país más poderoso del mundo cayó a los pies del sinaloense, que hoy descansan sobre una fortuna de unos 100 millones de dólares, según el diario El País.

Igualito que en Hollywood le ocurrió en Guadalajara. La manada que el jueves mismo usaba, en sus pláticas de Lobby en el Telmex, expresiones como “naco”, “chacha” e “indio” le perdonó a Millán palabras como “está impuesto a comer en la mesa”, “la diferiencia” y “caminastes”: las mismas que oímos tantas veces los que tenemos abuelos campesinos.

En el Telmex César Millán, que de por sí es muy sencillo tuvo un detallazo: usó la camiseta verde de la Selección Mexicana de futbol… igual que en el Superdomo Orfeo de Buenos Aires usó la de la Selección Argentina de futbol.

En los últimos meses César Millán ha recorrido siete países.

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El auditorio Telmex tiene capacidad para hasta 11 mil 500 espectadores y estaba casi lleno el jueves 7 de noviembre, cuando “el encantador de perros” se presentó en Guadalajara.

Entre el público había parejas de ancianos, mujeres en grupo, familias completas como la de Francisco, que debe mantener a tres hijos y cinco canes.

Era fascinante ver los rostros iluminarse cuando César Millán lograba que Rito, el perro neurótico, se transformaba en uno apaciguado y Roco, un huraño, acabara con un carácter muy sociable y Astro, el insaciable tragón, no recayera ni ante una apetitosa salchicha de las buenas.

Ahora Astro reposaba indiferente junto al embutido que tres minutitos antes fue su perdición, su ama anunció que las tertulias volverán al domicilio de ambos y todos los presentes entendimos que el problema nunca fue del perro sino del ama, que tiene con Astro una gran relación de gourmet y afecto, envidiable para cualquiera de los seis mil niños que viven en albergues en Jalisco.

Lo que sí, es estimulante saber que en México los perros podrían salvar a los niños. Lo sabía hasta Gandhi: “La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por la manera en la que trata a sus animales”, leyó y proyectó el encantador en una gran pantalla del escenario del Telmex. Parece que Gandhi hablaba de los que comen carne, pero no importa. Para llegar a la grandeza, César Millán anunció que en Guadalajara podría abrir el primer Centro de Atención Psicológica Canina de México.

Los de la manada aplaudimos y aullamos de júbilo.

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