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Morsi, sólo un recuerdo democrático
Llegó a gobernar Egipto como ningún otro mandatario lo había hecho: electo en las urnas, pero no sólo no dio resultados, sino que empeoró la situación del país
GUADALAJARA, JALISCO (07/JUL/2013).- La historia política de Egipto puede ser narrada desde los golpes de estado. Desde el Gobierno de Unidad Nacional formado por un joven Gamal Abdel Nasser en 1952 hasta el derrocamiento del primer presidente democrático de la historia egipcia, Mohamed Morsi, no es exagerado decir que el rompimiento del orden constitucional es más una constante que una excepción. Tras las manifestaciones de 2011, la esperanza de un Egipto democrático, institucional y plural se diluyó con un ejército indispuesto a dejar el “poder real” del país. Este mismo ejército que reprimió con violencia las manifestaciones en la Plaza Tahrir o de la Liberación en 2011, ahora dimite por la fuerza a Morsi en nombre de “su traición a los promesas hechas a las masas”. El papel del ejército en la historia egipcia permite esas fluctuaciones, entre el resguardo del viejo régimen en los años de Hosni Mubarak y su nuevo papel de “garante legítimo” de las aspiraciones populares.
La realidad es que a Morsi sólo le queda el recuerdo de ser el primer presidente egipcio electo en las urnas. En solamente un año, su legitimidad como gobernante se borró. Entre el desempleo que supera el 15%, y el juvenil más de 20%; un crecimiento que apenas supera un punto porcentual y un déficit que alcanza 85% del Producto Interno Bruto (PIB), el empuje democrático que lo llevó al poder se fue borrando con una rapidez asombrosa. Morsi traicionó a la democracia y optó por la islamización. Más que un “gobernante para todos”, como lo mencionó en su acto de asunción presidencial, Morsi adoptó una línea islámica dura y buscó debilitar las estructuras seculares que sostienen al Estado egipcio. La Hermandad Musulmana, a través de su brazo político el Partido Libertad y Justicia, le exigió a Morsi cumplir su lema de campaña: el Islam es la solución.
En el poder
Morsi no tendría por qué haber llegado hasta la pirámide del poder político. A pesar de ser una de las caras visibles de la Hermandad Musulmana desde inicios de la década, su nombre no sonaba como probable candidato del islam político. Khairat El-Shater era el candidato de consenso al interior del Partido Libertad y Justicia. Sin embargo, pocos meses antes de la elección, El-Shater fue inhabilitado electoralmente por el Supremo Tribunal de Justicia, aludiendo que violaba las reglas electorales ya que no cumplía el tiempo mínimo requerido para competir electoralmente tras haber estado en prisión (2011). Así, la candidatura para la elección presidencial caía en Morsi, un moderado (en comparación con Khairat El-Shater). Estados Unidos y Europa no lo veían mal, representaba la parte “democrática” y medianamente secular de la Hermandad Musulmana.
El ex presidente egipcio pasó su vida preparándose para la caída de Mubarak. Ingeniero de profesión, toda su educación de posgrado la estudió durante una década en universidades californianas (1975-1985). Sus dos hijos nacieron en suelo americano, mientras él se desempeñaba como profesor universitario en California. No es sino hasta mediados de la década de los ochenta que regresa a Egipto para dar cátedra universitaria, y enrolarse en la actividad pública hasta mediados de los años noventa. En el año 2000, comienza su ascenso en la política egipcia al ser electo al Parlamento y desde abril de 2011 se convirtió en el líder del Partido Libertad y Justicia, la plataforma política que lo llevó al poder en las primeras elecciones democráticas celebradas en Egipto en 2012.
Las elecciones fueron todo menos un día de campo. Morsi siempre se mantuvo al frente en las encuestas, sin embargo no pudo lograr el triunfo en la primera vuelta. La fragmentación del voto hacía prácticamente imposible que alguno de los partidos políticos mayoritarios lograra una coalición de gobernabilidad lo suficientemente sólida como para llamar al constituyente y hacer las profundas reformas que necesitaba el régimen. Fue hasta la segunda vuelta cuando Morsi derrotó por pequeña diferencia de 51.9% a 48.9% a Ahmed Shafik del Partido Nacional Democrático, un partido que olía a las secuelas de Mubarak. En términos generales, su coalición de Gobierno y el mandato de las urnas siempre fueron débiles. La capacidad de maniobra del presidente era mínimo, y algunos de los partidos clásicos que apoyaron su candidatura (algunos de ideología nasserista o nacionalista) y algunos partidos nuevos que impulsaban la “regeneración democrática”, pronto comenzaron a tener dudas sobre el liderazgo y la voluntad democrática del recién electo presidente Mohamed Morsi.
Los errores de Morsi
La condena del golpe de Estado, no puede omitir el hecho de que Morsi cometió muchos errores en muy poco tiempo. Cuatro, cuando menos, son sus principales pifias. En primer lugar, buscó construir una presidencia sumamente poderosa usurpando funciones que pertenecen al Parlamento o al Poder Judicial. Su afán centralizador provocó que la ciudadanía comenzara a sospechar de sus acciones. En diciembre, una multitudinaria manifestación lo obligó a echar atrás su proyecto político de fortalecer al Ejecutivo. En un país donde “echaron a patadas” al dictador, el hiperpresidencialismo causó alerta en muchos sectores de la población. En segundo lugar, abdicó en sus intenciones de sepultar el entramado institucional heredado de la dictadura de Mubarak. Mantuvo liderazgos vinculados el viejo régimen, no tocó ni un ápice al ejército y empoderó al Poder Judicial, muy cercano a los círculos de poder del ex dictador. Digamos que el nuevo presidente fue tolerante con todos esos hilos de poder que sostenían la larga dictadura de Mubarak.
En tercer lugar, no sólo no dio resultados, sino que empeoró la situación del país. Las cifras económicas son terribles: poco crecimiento, más desigualdad, caída de la competitividad y deuda por todos lados. Con el nuevo constituyente, tampoco se procuró el diseño de un régimen de libertades que satisficiera al ala más secular de los movimientos democráticos. Se fue quedando sin aliados, y los manifestantes que le dieron la bienvenida con el lema “pan, libertad y democracia”, se quedaron con las manos vacías. En cuarto lugar, prendió las alarmas de Occidente y los grupos internos moderados, por sus intenciones de “islamizar” el régimen político egipcio. Morsi permitió todo tipo de excesos. Por ejemplo, que la conductora de noticias más importante de la televisión pública en Egipto saliera al aire cubierta con el “Burka”. La débil separación iglesia-Estado, debilitó la legitimidad de su proyecto político y fue perdiendo masivamente a sus aliados ubicados en el centro político.
Todos estos desvaríos culminaron con las manifestaciones que sirvieron de contexto para “legitimar” el golpe de Estado efectuado por los militares el pasado 3 de julio. Se protestaba por todo y por nada: la radicalización del régimen; la falta de empleos bien pagados; su cercanía con el poder religioso y hasta por su mediación en el conflicto Israel-Palestina. La indignación acumulada se expresaba a través de los “¡Morsi, lárgate!” o críticas al autoritarismo presidencial. La ilusión de la “Primavera egipcia” que logró sacar de poder a Mubarak en 2011, se perdía en una pesadilla: un régimen democrático que no se comporta como tal y un ejército ávido de intervenir para poner sus condiciones al siguiente mandatario. Días antes, los militares le dieron 48 horas a Morsi para que respondiera sobre su plan para enfrentar el descontento popular: ese plan nunca llegó. Al final, el ejército intervino ante el beneplácito popular. Las imágenes proyectaban a una multitud que parecía que confundía a Morsi con Mubarak y se congratulaba de la intervención “salvadora” del ejército. Esa misma clase media que se lanzó contra el ex dictador Mubarak ahora aplaudía un golpe de Estado a la antigua, y un Gobierno provisional a cargo de los militares. ¿Qué pasó? ¿Hay un descontento con la democracia? ¿Dónde están esas clases medias democráticas que aspiraban a un Egipto institucional, secular y plural? ¿Dónde quedó la Primavera Árabe que sería el camino pavimentado para construir regímenes democráticos a la calca de los occidentales?
El futuro político de Egipto se mantiene en la incertidumbre. La democracia tiene que esperar mientras el ejército pone orden en casa. La herencia de Morsi es casi nula: las urnas son su única reivindicación. Difícilmente Morsi podrá verse en las imágenes de Adolfo Suárez (quien también enfrentó un golpe de Estado en 1980), ex falangista moderado que impulsó el cambio político en España; o Vasco Gonçalves, figura clave de la Revolución de los Claves que derrocó la dictadura militar de Salazar en Portugal. Así se va Morsi, un presidente que llegó al poder como ningún otro en la historia de Egipto (por la vía democrática), pero que deja el poder como todos en el pasado: a manos de los militares.
La realidad es que a Morsi sólo le queda el recuerdo de ser el primer presidente egipcio electo en las urnas. En solamente un año, su legitimidad como gobernante se borró. Entre el desempleo que supera el 15%, y el juvenil más de 20%; un crecimiento que apenas supera un punto porcentual y un déficit que alcanza 85% del Producto Interno Bruto (PIB), el empuje democrático que lo llevó al poder se fue borrando con una rapidez asombrosa. Morsi traicionó a la democracia y optó por la islamización. Más que un “gobernante para todos”, como lo mencionó en su acto de asunción presidencial, Morsi adoptó una línea islámica dura y buscó debilitar las estructuras seculares que sostienen al Estado egipcio. La Hermandad Musulmana, a través de su brazo político el Partido Libertad y Justicia, le exigió a Morsi cumplir su lema de campaña: el Islam es la solución.
En el poder
Morsi no tendría por qué haber llegado hasta la pirámide del poder político. A pesar de ser una de las caras visibles de la Hermandad Musulmana desde inicios de la década, su nombre no sonaba como probable candidato del islam político. Khairat El-Shater era el candidato de consenso al interior del Partido Libertad y Justicia. Sin embargo, pocos meses antes de la elección, El-Shater fue inhabilitado electoralmente por el Supremo Tribunal de Justicia, aludiendo que violaba las reglas electorales ya que no cumplía el tiempo mínimo requerido para competir electoralmente tras haber estado en prisión (2011). Así, la candidatura para la elección presidencial caía en Morsi, un moderado (en comparación con Khairat El-Shater). Estados Unidos y Europa no lo veían mal, representaba la parte “democrática” y medianamente secular de la Hermandad Musulmana.
El ex presidente egipcio pasó su vida preparándose para la caída de Mubarak. Ingeniero de profesión, toda su educación de posgrado la estudió durante una década en universidades californianas (1975-1985). Sus dos hijos nacieron en suelo americano, mientras él se desempeñaba como profesor universitario en California. No es sino hasta mediados de la década de los ochenta que regresa a Egipto para dar cátedra universitaria, y enrolarse en la actividad pública hasta mediados de los años noventa. En el año 2000, comienza su ascenso en la política egipcia al ser electo al Parlamento y desde abril de 2011 se convirtió en el líder del Partido Libertad y Justicia, la plataforma política que lo llevó al poder en las primeras elecciones democráticas celebradas en Egipto en 2012.
Las elecciones fueron todo menos un día de campo. Morsi siempre se mantuvo al frente en las encuestas, sin embargo no pudo lograr el triunfo en la primera vuelta. La fragmentación del voto hacía prácticamente imposible que alguno de los partidos políticos mayoritarios lograra una coalición de gobernabilidad lo suficientemente sólida como para llamar al constituyente y hacer las profundas reformas que necesitaba el régimen. Fue hasta la segunda vuelta cuando Morsi derrotó por pequeña diferencia de 51.9% a 48.9% a Ahmed Shafik del Partido Nacional Democrático, un partido que olía a las secuelas de Mubarak. En términos generales, su coalición de Gobierno y el mandato de las urnas siempre fueron débiles. La capacidad de maniobra del presidente era mínimo, y algunos de los partidos clásicos que apoyaron su candidatura (algunos de ideología nasserista o nacionalista) y algunos partidos nuevos que impulsaban la “regeneración democrática”, pronto comenzaron a tener dudas sobre el liderazgo y la voluntad democrática del recién electo presidente Mohamed Morsi.
Los errores de Morsi
La condena del golpe de Estado, no puede omitir el hecho de que Morsi cometió muchos errores en muy poco tiempo. Cuatro, cuando menos, son sus principales pifias. En primer lugar, buscó construir una presidencia sumamente poderosa usurpando funciones que pertenecen al Parlamento o al Poder Judicial. Su afán centralizador provocó que la ciudadanía comenzara a sospechar de sus acciones. En diciembre, una multitudinaria manifestación lo obligó a echar atrás su proyecto político de fortalecer al Ejecutivo. En un país donde “echaron a patadas” al dictador, el hiperpresidencialismo causó alerta en muchos sectores de la población. En segundo lugar, abdicó en sus intenciones de sepultar el entramado institucional heredado de la dictadura de Mubarak. Mantuvo liderazgos vinculados el viejo régimen, no tocó ni un ápice al ejército y empoderó al Poder Judicial, muy cercano a los círculos de poder del ex dictador. Digamos que el nuevo presidente fue tolerante con todos esos hilos de poder que sostenían la larga dictadura de Mubarak.
En tercer lugar, no sólo no dio resultados, sino que empeoró la situación del país. Las cifras económicas son terribles: poco crecimiento, más desigualdad, caída de la competitividad y deuda por todos lados. Con el nuevo constituyente, tampoco se procuró el diseño de un régimen de libertades que satisficiera al ala más secular de los movimientos democráticos. Se fue quedando sin aliados, y los manifestantes que le dieron la bienvenida con el lema “pan, libertad y democracia”, se quedaron con las manos vacías. En cuarto lugar, prendió las alarmas de Occidente y los grupos internos moderados, por sus intenciones de “islamizar” el régimen político egipcio. Morsi permitió todo tipo de excesos. Por ejemplo, que la conductora de noticias más importante de la televisión pública en Egipto saliera al aire cubierta con el “Burka”. La débil separación iglesia-Estado, debilitó la legitimidad de su proyecto político y fue perdiendo masivamente a sus aliados ubicados en el centro político.
Todos estos desvaríos culminaron con las manifestaciones que sirvieron de contexto para “legitimar” el golpe de Estado efectuado por los militares el pasado 3 de julio. Se protestaba por todo y por nada: la radicalización del régimen; la falta de empleos bien pagados; su cercanía con el poder religioso y hasta por su mediación en el conflicto Israel-Palestina. La indignación acumulada se expresaba a través de los “¡Morsi, lárgate!” o críticas al autoritarismo presidencial. La ilusión de la “Primavera egipcia” que logró sacar de poder a Mubarak en 2011, se perdía en una pesadilla: un régimen democrático que no se comporta como tal y un ejército ávido de intervenir para poner sus condiciones al siguiente mandatario. Días antes, los militares le dieron 48 horas a Morsi para que respondiera sobre su plan para enfrentar el descontento popular: ese plan nunca llegó. Al final, el ejército intervino ante el beneplácito popular. Las imágenes proyectaban a una multitud que parecía que confundía a Morsi con Mubarak y se congratulaba de la intervención “salvadora” del ejército. Esa misma clase media que se lanzó contra el ex dictador Mubarak ahora aplaudía un golpe de Estado a la antigua, y un Gobierno provisional a cargo de los militares. ¿Qué pasó? ¿Hay un descontento con la democracia? ¿Dónde están esas clases medias democráticas que aspiraban a un Egipto institucional, secular y plural? ¿Dónde quedó la Primavera Árabe que sería el camino pavimentado para construir regímenes democráticos a la calca de los occidentales?
El futuro político de Egipto se mantiene en la incertidumbre. La democracia tiene que esperar mientras el ejército pone orden en casa. La herencia de Morsi es casi nula: las urnas son su única reivindicación. Difícilmente Morsi podrá verse en las imágenes de Adolfo Suárez (quien también enfrentó un golpe de Estado en 1980), ex falangista moderado que impulsó el cambio político en España; o Vasco Gonçalves, figura clave de la Revolución de los Claves que derrocó la dictadura militar de Salazar en Portugal. Así se va Morsi, un presidente que llegó al poder como ningún otro en la historia de Egipto (por la vía democrática), pero que deja el poder como todos en el pasado: a manos de los militares.