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La France guerrière
Soldados galos ocupan Malí con el pretexto de rescatar a los ciudadanos franceses secuestrados por células escindidas del liderazgo regional de Al Qaeda
GUADALAJARA, JALISCO (20/ENE/2013).- Para muchos especialistas y académicos, la reciente intervención de Francia en Malí del pasado 11 de enero es un retorno a la gendarmería que de facto ejercieron los galos tras la independencia de las ex colonias. A pesar de que el presidente socialista, François Hollande ha buscado dejar en claro que la intervención francesa tenía el objetivo fundamental de rescatar a los ciudadanos franceses secuestrados en Malí por células escindidas del liderazgo regional de Al Qaeda, lo cierto es que Francia nunca ha abandonado del todo su papel de capataz en muchas naciones. París tiene asentamientos militares en puntos estratégicos como Costa de Marfil, Senegal, el Chad y Gabón, y aunque ha reducido en 60% sus elementos militares en la última década, la presencia militar sigue siendo relevante.
A diferencia del discurso oficial francés, sobre todo en el periodo de Sarkozy, durante décadas el Eliseo toleró dictaduras y sistemas autoritarios en naciones africanas “amigas” a cambio de acuerdos energéticos y comerciales favorables para Francia. Es el caso de Ben Alí en Túnez quien recibió respaldo del Gobierno francés incluso para formar parte de la Unión del Mediterráneo, un proyecto de liderazgo regional revivido por Sarkozy que marcaba su distanciamiento de la política exterior proclive al atlantismo (relaciones con Estados Unidos e Inglaterra) y su acercamiento a la doctrina africanista tan características de administraciones previas. En el último año de Sarkozy en el Eliseo, los escándalos por prebendas que recibieron ministros de su gabinete por parte de autócratas africanos, hicieron visible la corrupción existente en las relaciones entre Francia y algunas naciones africanas. El ejemplo más sonado fue el de François Fillon quien aceptó volar en el avión privado del dictador egipcio Hosni Mubarak.
El África francófona
La correspondencia originada en el Congo no miente: los invasores arrasan con las comunidades nativas. Ya sean franceses, belgas o ingleses, la crueldad es la misma, las instituciones están hechas para explotar a los habitantes del lugar y se mata a nombre del Rey Leopoldo o de la propia República. “No hay más que tragedia en esta región de África, pobreza y violencia” escribe Roger Casement, un diplomático inglés de origen irlandés que narró con precisión los horrores de los procesos coloniales en África, que después se convertiría en uno de los personajes principales de la novela de Mario Vargas Llosa, El sueño del celta. Francia nunca se ha ido de la zona que se extiende desde el Magreb hasta el Sahel y el Sahara. Malí es un punto de encuentro recurrente, cuando a finales del siglo XIX, Francia comenzó buena parte de sus operaciones en territorio africano, como lo muestra Foreign Policy en un artículo que narra y reúne fotografías de las más de siete décadas en que el país africano estuvo bajo el mandato directo del Eliseo como una colonia de ultramar.
Decía el filósofo Pierre Bourdieu que el aterrizaje de Francia en África había modificado estructuralmente la concepción de la vida, el tiempo y el espacio en las comunidades del “Continente Negro”. La “misión civilizatoria” de Francia no es un concepto forjado a golpe de sangre y conquista en el siglo XX, sino una filosofía de Estado arraigada en la identidad de la Francia Profunda posterior a la Ilustración de finales del siglo XVIII. Y la colonización francesa en África no sólo tuvo como producto final la adopción en África de formas de vida francesa y de la “langue de Molière”, sino un vínculo histórico y una relación especial que se ha profundizado aún más durante la V República, los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial tras la caída del Gobierno colaboracionista de Vichy. La compenetración cultural y política entre Francia y la África del Magreb o del Sahel, es tan intensa que no es raro encontrar en Argel o en Rabat a niños y jóvenes que lleven “Chirac” como nombre de pila.
El africanismo ha sido una orientación política que ha desconocido la geometría electoral francesa, ya sea desde el conservador partido de la Unidad por un Movimiento Popular (UMP) o el socialdemócrata Partido Socialista Francés (PS). Las buenas relaciones con líderes africanos que se quedaron en los tronos de las débiles repúblicas africanas tras los procesos de independencia del siglo XX, han sido más la regla que la excepción. Desde los años setenta, se han realizado más de una veintena de conferencias políticas entre África y Francia para tratar los distintos temas que vinculan a ambas naciones: migración, pobreza, agricultura, comercio y diplomacia. La interrelación entre la nación europea y naciones como Argelia, Túnez, Marruecos, Costa de Marfil, Malí y otras ubicadas en el Sahara, representa alrededor de 50% del comercio de estas naciones y los acuerdos en materia de cooperación y amistad entre los pueblos ha provocado que Francia vea en el Magreb, el Sahara y el Sahel una zona de influencia de vital importancia.
El gaullismo
Hasta el ascenso de Nicolas Sarkozy al Eliseo, el gaullismo como doctrina ha marcado la política exterior de la nación gala. El gaullismo, basado en el pensamiento autonomista, nacionalista y civilizatorio del General Charles de Gaulle, se ha enraizado en la cultura política francesa. El gaullismo profesa el recelo del liderazgo de los Estados Unidos y nunca se ha definido como adepto a abrazar una mayor integración con la Unión Europea. Por el contrario, provocó que Francia se distanciara de organismos internacionales como la OTAN y generará la crisis de la “Silla Vacía” en los primeros pasos de la consolidación del proyecto europeo. Francia se asimilaba como “excepcional” y buscaba construir un liderazgo sólido en el África francófona, extender la mano a las naciones latinoamericanas y fungir de contrapeso a los designios de Alemania e Inglaterra en el plano europeo. Sin embargo, la independencia de Argelia en 1962, que dividió al país entre profundizar el sesgo intervencionista de la política exterior francesa o dar carta libre a las intenciones de separación del país del Magreb, significó el crecimiento de una izquierda social y anticolonial dispuesta a dar la lucha política tras más de 10 años de dominio del gaullismo como ideología oficial del Estado francés.
Tras las turbulentas décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la consolidación de lazos con el África francófona se convirtió en una auténtica política de Estado. Incluso, la victoria electoral de François Mitterrand en 1977, no significó un golpe de timón en la estrategia de consolidar una relación cercana con estas naciones, por el contrario, el proyecto de crear una “unión cultural y política” continuó ocupando un lugar prioritario en la agenda exterior del presidente francés surgido del socialismo. Asimismo, la conducción de la política exterior de los presidentes subsecuentes provenientes de la UMP fue un espejo de las ambiciones francesas de seguir ocupando un rol predominante en un mundo atravesado por las tensiones de la Guerra Fría. Dentro del bipolarismo que marcó las más de cuatro décadas de Guerra Fría, Francia buscó encontrarse un espacio entre el proyecto que impulsaban las 77 naciones no alineadas y una relación con la Unión Soviética de comunicación y cooperación.
Alerta, terrorismo
La descomposición de regímenes políticos en el Norte de África ha llevado a que Francia se preocupe por la posibilidad de que esta región se convierta en un santuario del terrorismo al estilo de Afganistán o Yemen. Según un reporte del Comando Norte de África de los Estados Unidos, una unidad de inteligencia militar que analiza las amenazas a la seguridad nacional que se extienden desde el Magreb, pasando por el Cuerno de África hasta Oriente Medio, países como Egipto, Argelia o Malí tienen los condimentos políticos necesarios para albergar a liderazgos terroristas de alto nivel que encuentran en estas regiones un panorama de inestabilidad política que potencia su captación de adeptos. Y si a este panorama, le agregamos que se ha documentado un crecimiento exponencial de las células jihadistas que encuentran albergue en los extensísimos guetos islámicos en ciudades europeas como Barcelona o París, la cruzada antiterrorista de Hollande representa un tanque de oxígeno para un presidente sumido en la impopularidad y en un laberinto de conflictos políticos.
La operación militar de Francia en Malí no significa un retorno a la misión protectora de los galos en el África francófona. Un país en crisis y una sociedad que focaliza sus atenciones en los problemas internos de desempleo y recuperación económica, no avalará una cruzada antiterrorista sin objetivos claros y límite. Por lo pronto, en esto sí, socialistas, conservadores, nacionalistas y comunistas se suman al presidente Hollande. La “Union Sacrée”, recordando al primer ministro René Viviani en los días previos a la Primera Guerra Mundial, ha vuelto.
AL ATAQUE
Crisis en Malí
El presidente francés François Hollande, que ordenó el despliegue de al menos dos mil 500 militares en Malí, explicó que Francia se quedará en ese país “el tiempo necesario para que el terrorismo sea vencido en esta parte de África”.
A diferencia del discurso oficial francés, sobre todo en el periodo de Sarkozy, durante décadas el Eliseo toleró dictaduras y sistemas autoritarios en naciones africanas “amigas” a cambio de acuerdos energéticos y comerciales favorables para Francia. Es el caso de Ben Alí en Túnez quien recibió respaldo del Gobierno francés incluso para formar parte de la Unión del Mediterráneo, un proyecto de liderazgo regional revivido por Sarkozy que marcaba su distanciamiento de la política exterior proclive al atlantismo (relaciones con Estados Unidos e Inglaterra) y su acercamiento a la doctrina africanista tan características de administraciones previas. En el último año de Sarkozy en el Eliseo, los escándalos por prebendas que recibieron ministros de su gabinete por parte de autócratas africanos, hicieron visible la corrupción existente en las relaciones entre Francia y algunas naciones africanas. El ejemplo más sonado fue el de François Fillon quien aceptó volar en el avión privado del dictador egipcio Hosni Mubarak.
El África francófona
La correspondencia originada en el Congo no miente: los invasores arrasan con las comunidades nativas. Ya sean franceses, belgas o ingleses, la crueldad es la misma, las instituciones están hechas para explotar a los habitantes del lugar y se mata a nombre del Rey Leopoldo o de la propia República. “No hay más que tragedia en esta región de África, pobreza y violencia” escribe Roger Casement, un diplomático inglés de origen irlandés que narró con precisión los horrores de los procesos coloniales en África, que después se convertiría en uno de los personajes principales de la novela de Mario Vargas Llosa, El sueño del celta. Francia nunca se ha ido de la zona que se extiende desde el Magreb hasta el Sahel y el Sahara. Malí es un punto de encuentro recurrente, cuando a finales del siglo XIX, Francia comenzó buena parte de sus operaciones en territorio africano, como lo muestra Foreign Policy en un artículo que narra y reúne fotografías de las más de siete décadas en que el país africano estuvo bajo el mandato directo del Eliseo como una colonia de ultramar.
Decía el filósofo Pierre Bourdieu que el aterrizaje de Francia en África había modificado estructuralmente la concepción de la vida, el tiempo y el espacio en las comunidades del “Continente Negro”. La “misión civilizatoria” de Francia no es un concepto forjado a golpe de sangre y conquista en el siglo XX, sino una filosofía de Estado arraigada en la identidad de la Francia Profunda posterior a la Ilustración de finales del siglo XVIII. Y la colonización francesa en África no sólo tuvo como producto final la adopción en África de formas de vida francesa y de la “langue de Molière”, sino un vínculo histórico y una relación especial que se ha profundizado aún más durante la V República, los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial tras la caída del Gobierno colaboracionista de Vichy. La compenetración cultural y política entre Francia y la África del Magreb o del Sahel, es tan intensa que no es raro encontrar en Argel o en Rabat a niños y jóvenes que lleven “Chirac” como nombre de pila.
El africanismo ha sido una orientación política que ha desconocido la geometría electoral francesa, ya sea desde el conservador partido de la Unidad por un Movimiento Popular (UMP) o el socialdemócrata Partido Socialista Francés (PS). Las buenas relaciones con líderes africanos que se quedaron en los tronos de las débiles repúblicas africanas tras los procesos de independencia del siglo XX, han sido más la regla que la excepción. Desde los años setenta, se han realizado más de una veintena de conferencias políticas entre África y Francia para tratar los distintos temas que vinculan a ambas naciones: migración, pobreza, agricultura, comercio y diplomacia. La interrelación entre la nación europea y naciones como Argelia, Túnez, Marruecos, Costa de Marfil, Malí y otras ubicadas en el Sahara, representa alrededor de 50% del comercio de estas naciones y los acuerdos en materia de cooperación y amistad entre los pueblos ha provocado que Francia vea en el Magreb, el Sahara y el Sahel una zona de influencia de vital importancia.
El gaullismo
Hasta el ascenso de Nicolas Sarkozy al Eliseo, el gaullismo como doctrina ha marcado la política exterior de la nación gala. El gaullismo, basado en el pensamiento autonomista, nacionalista y civilizatorio del General Charles de Gaulle, se ha enraizado en la cultura política francesa. El gaullismo profesa el recelo del liderazgo de los Estados Unidos y nunca se ha definido como adepto a abrazar una mayor integración con la Unión Europea. Por el contrario, provocó que Francia se distanciara de organismos internacionales como la OTAN y generará la crisis de la “Silla Vacía” en los primeros pasos de la consolidación del proyecto europeo. Francia se asimilaba como “excepcional” y buscaba construir un liderazgo sólido en el África francófona, extender la mano a las naciones latinoamericanas y fungir de contrapeso a los designios de Alemania e Inglaterra en el plano europeo. Sin embargo, la independencia de Argelia en 1962, que dividió al país entre profundizar el sesgo intervencionista de la política exterior francesa o dar carta libre a las intenciones de separación del país del Magreb, significó el crecimiento de una izquierda social y anticolonial dispuesta a dar la lucha política tras más de 10 años de dominio del gaullismo como ideología oficial del Estado francés.
Tras las turbulentas décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la consolidación de lazos con el África francófona se convirtió en una auténtica política de Estado. Incluso, la victoria electoral de François Mitterrand en 1977, no significó un golpe de timón en la estrategia de consolidar una relación cercana con estas naciones, por el contrario, el proyecto de crear una “unión cultural y política” continuó ocupando un lugar prioritario en la agenda exterior del presidente francés surgido del socialismo. Asimismo, la conducción de la política exterior de los presidentes subsecuentes provenientes de la UMP fue un espejo de las ambiciones francesas de seguir ocupando un rol predominante en un mundo atravesado por las tensiones de la Guerra Fría. Dentro del bipolarismo que marcó las más de cuatro décadas de Guerra Fría, Francia buscó encontrarse un espacio entre el proyecto que impulsaban las 77 naciones no alineadas y una relación con la Unión Soviética de comunicación y cooperación.
Alerta, terrorismo
La descomposición de regímenes políticos en el Norte de África ha llevado a que Francia se preocupe por la posibilidad de que esta región se convierta en un santuario del terrorismo al estilo de Afganistán o Yemen. Según un reporte del Comando Norte de África de los Estados Unidos, una unidad de inteligencia militar que analiza las amenazas a la seguridad nacional que se extienden desde el Magreb, pasando por el Cuerno de África hasta Oriente Medio, países como Egipto, Argelia o Malí tienen los condimentos políticos necesarios para albergar a liderazgos terroristas de alto nivel que encuentran en estas regiones un panorama de inestabilidad política que potencia su captación de adeptos. Y si a este panorama, le agregamos que se ha documentado un crecimiento exponencial de las células jihadistas que encuentran albergue en los extensísimos guetos islámicos en ciudades europeas como Barcelona o París, la cruzada antiterrorista de Hollande representa un tanque de oxígeno para un presidente sumido en la impopularidad y en un laberinto de conflictos políticos.
La operación militar de Francia en Malí no significa un retorno a la misión protectora de los galos en el África francófona. Un país en crisis y una sociedad que focaliza sus atenciones en los problemas internos de desempleo y recuperación económica, no avalará una cruzada antiterrorista sin objetivos claros y límite. Por lo pronto, en esto sí, socialistas, conservadores, nacionalistas y comunistas se suman al presidente Hollande. La “Union Sacrée”, recordando al primer ministro René Viviani en los días previos a la Primera Guerra Mundial, ha vuelto.
AL ATAQUE
Crisis en Malí
El presidente francés François Hollande, que ordenó el despliegue de al menos dos mil 500 militares en Malí, explicó que Francia se quedará en ese país “el tiempo necesario para que el terrorismo sea vencido en esta parte de África”.