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El personaje: una taekwondoí con ganas de triunfo
Ana Paula Sandoval, actitud al deporte y a la vida
Por: Eduardo Sánchez Fotos: Alonso Camacho
Hace unos pocos días la taekwondoí Ana Paula Sandoval sopló 16 velas en su pastel de cumpleaños. Con todo y su corta edad -apenas poco menos de un cuarto de la larga vida que le espera-, esta rubia tapatía de baja estatura y franca mirada tiene la coherencia al hablar de alguien de más de 30, la confianza y entrega profesional de un atleta consagrado, una condición física envidiable, un historial deportivo por igual –con todo y medallas incluidas- y la certeza de que si no es oro, no es triunfo.
Sí, experiencias y convicciones inusitadas en alguien que acaba de rebasar los 15.
Lo suyo es el taekwondo en la modalidad de formas, tanto individual, de pareja (donde es acompañada por Jaime, su novio) y tercias, aunque en un inicio practicaba también la modalidad de combate.
“A mi primera olimpiada sólo fui en combate. Perdí en la primera ronda, me dio un bajón de ánimo y, de regreso a Guadalajara, me dediqué a formas. Misteriosamente, comencé a ganar (risas). Para la siguiente olimpiada competí en esta modalidad y quedé en segundo sitio. Me pareció complicado estar combinando ambas, y como en formas me estaba yendo mejor, ahí me quedé, a dedicarle el tiempo y concentración a un solo objetivo”, recuerda Ana Paula en un tono que hace olvidar los recientes 16 años de edad que acaba de cumplir, como si se tratara de sucesos ocurridos décadas atrás.
(Hasta la fecha, en las olimpiadas generales que se realizan cada año no está considerada la modalidad de formas del taekwondo; sólo la de combate. Sin embargo, los organizadores siguen buscando que se integre la disciplina formalmente.)
Lleva cinco años siendo parte de la Selección Jalisco de Taekwondo y dos en la Nacional (ingresó a las filas profesionales a los 11). Y bajo el cobijo y entrenamiento de estos dos sectores deportivos, la disciplina que practica Ana Paula –una rutina estilística que consiste en la ejecución de movimientos precisos de defensa sin la necesidad de enfrentarse a un contrincante- la ha llevado a dos mundiales.
El resultado: muchos oros y varias platas procedentes de los distintos certámenes nacionales e internacionales en los que ha participado desde 2005 –la edad mínima para competir es 14 años-.
Pero a Ana Paula no le gustan los segundos lugares. Menos los terceros. Dice que las platas saben a derrota porque no estar en lo más alto del podio es sinónimo de que algo anda mal con su preparación. Y ahora que se acerca el selectivo nacional (donde se escogerán a los taekwondoíes representantes de México para el próximo mundial de Turquía en diciembre), no se puede permitir flaquear o disminuir el ritmo de sus entrenamientos, pues se requiere quedar en primer sitio para conseguir su pase. De lo contrario, tendría que esperar todo un año para el siguiente mundial.
Actualmente cursa la preparatoria en el Instituto de Ciencias en Guadalajara, aunque próximamente se cambiará a la Universidad del Valle de México gracias a una beca deportiva que consiguió. Tiene una hermana que, al igual que ella, acaba de cumplir 13 años por estos días. Y a pesar de la sangre artística corre por sus venas (es hija el pintor tapatío Fernando Sandoval y de la escritora Silvia Jiménez), sostiene que no se imagina desenvolviéndose dentro de alguna rama del arte “porque soy hiperactiva, nunca puedo estar tranquila”. Pero también, afirma tajante, es “dedicada al 100%, líder, buena amiga y divertida”.
¿Por qué la plata te sabe a derrota?
Una vez que obtienes el oro se siente súper chido, pero ya no es lo mismo decir ‘quedé en segundo lugar’. En olimpiadas no pesa tanto como podría pensarse, contrario lo que pasa en los selectivos nacionales. Si no consigues el primer sitio, no eres selección nacional y no vas al mundial. Ésa es la diferencia entre estar y no estar. Te estás jugando todo, ser la campeona o no serlo. Después de saber lo que es estar en primer sitio, quedar en el segundo es cuestionarte una y otra vez ‘híjole, qué hice mal que bajé mi nivel’.
¿Te exiges mucho?
Sí, bastante. Al taekwondo le dedico lo necesario para mantenerme en el liderato. Tres horas por día de lunes a sábado cuando no es tiempo de competencia, además de los campamentos que se realizan en semanas Santa y de Pascua. Pero cuando hay un torneo cerca, las sesiones diarias van de cinco a siete horas.
¿Por qué el taekwondo y no la gimnasia rítmica o cualquier otra disciplina que normalmente escogen las niñas?
De chica estuve en gimnasia, natación, ballet... en muchas cosas. Pero cuando cumplí cinco años, una de las que aún es de mis mejores amigas me invitó a ver la película de Mulán. Cuando salimos de la sala les dijimos a nuestros padres que queríamos ser como Mulán (risas). A la vuelta de casa de su abuela, había algo donde enseñaban artes marciales. Ella se metió, un día fui a verla y le dije a mi mamá que me metiera junto con ella. Me inscribieron, resultó que era taekwondo, que era buena en eso y que me encantó.
¿Entonces cambiaste el tutú y los gogles por el traje de taekwondo aún sin saber si en realidad era lo tuyo?
No completamente. Durante dos años entrené distintas disciplinas al mismo tiempo: natación, gimnasia y taekwondo, pero después dejé todo por un año, a los 10, porque necesitaba descansar e incluso hasta me sentía un poco enfadada. Después de ese tiempo entré al Club Atlas y tuve la posibilidad de retomar el taekwondo, pero en ese momento no me interesó. Me metí al tenis por un año, pero me hartó también (risas). Es que todos en la familia de mi mamá son tenistas. En medio de tanta indecisión, le dije a mi madre que deseaba entrar otra vez al taekwondo. Entonces resultó que la maestra de ahí (del Club Atlas) era entrenadora de la Selección Jalisco. En resumen, podría decir que los primeros 10 años de mi vida anduve de un lado para otro, inscribiéndome en todo lo que podía pero sin optar por nada en específico (risas).
¿Cómo fue tu entrada a las grandes ligas?
Empecé a entrenar ya cuando tenía 11. Y al primer año estuve a punto de rajarme, lloraba todos los días (risas). Le rogaba a mi mamá que me dejara quedar en casa. Pero ellos (sus padres) se la pasaban recordándome todo el tiempo que había desperdiciado por no decidirme. Recuerdo que los entrenamientos eran súper pesados; lloraba antes de salir y después de llegar a mi casa. Y al llegar aquí (a la Unidad Deportiva Revolución, el sitio donde entrena) hasta me dolía el estómago. Tuve que comprender el taekwondo, darme cuenta del gran número de personas que lo practican y descubrir la magnitud de la primera olimpiada para que me cayera el 20 y empezar a fascinarme. Pero después de ese evento mis padres se divorciaron y me dijeron que ya no iba a poder seguir entrenando. Me rebelé y les dije que yo me las arreglaba para continuar; llevaba mucho camino recorrido y otras tantas cosas descubiertas como para rendirme en ese momento. Por fortuna lo comprendieron, y desde la entrenadora que se daba tiempo para instruirme en horarios diferentes, hasta mis abuelos que me llevaban a los entrenamientos, hicieron lo posible para que siguiera adelante. Nunca me ha faltado el apoyo de las personas que creen en mí.
¿Qué ha sido lo más complicado a partir de tu historia en el taekwondo?
Combinar el taekwondo, que es muy exigente, con la escuela y los amigos de la escuela. No es fácil estudiar y pertenecer a una selección nacional de cualquier deporte. Es sacrificar tiempo por algo que a lo mejor se va a tardar en rendir frutos. La secundaria fue una etapa complicada para mí porque tenía que ponerme al corriente con los apuntes de clase cuando volvía de alguna competencia –algo que hasta la fecha sigo haciendo y que a veces involucra el no dormir-; pero además yo era de las que criticaban y señalaban. Al regresar de mi primera olimpiada, las que se suponen eran mis amigas, literalmente me dijeron que no lo iban a ser más porque yo nunca estaba en la ciudad, porque no iba a sus cumpleaños ni salía los fines de semana con ellas (risas). Ahí fue cuando me di cuenta de quiénes en realidad eran mis amigas: las que me quieren, me entienden y me apoyan con todo lo que el taekwondo implica hasta el día de hoy.
¿Cuáles han sido las presencias clave en tu vida, Ana?
Mis abuelitos, mis papás, mi hermana, mi entrenadora y ciertas amistades. En general, todos los que me han dicho que no me rinda y que siempre van a estar ahí para apoyarme en lo que necesite.
¿Qué esperas del próximo selectivo nacional y qué esperas de ti?
Voy a entrar en las tres categorías (individual, pareja y tercias) y en las tres quiero figurar en los tres primeros lugares. Y para la evaluación, forzosamente tengo que conseguir el primer lugar.
¿Qué tan familiares te sonaron las palabras de la corredora Ana Gabriela Guevara una vez que hizo públicas las irregularidades que suceden dentro de la Conade (Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte)? ¿Has pasado por algo similar?
Qué valor de haber hecho lo que hizo y de haber renunciado a su carrera. Si todos los que estamos en esto tuviéramos una mínima parte de las agallas de Ana, ya hubiéramos dicho lo mismo. El Code nos apoya muchísimo en lo que respecta a viajes, publicidad que ves por todos lados, pero creo que sí hay deficiencias en el sistema, como suele suceder en México.
En mi caso, apenas en la olimpiada pasada –y no fui yo quien lo dijo- me quitaron una medalla de oro. Querían que ganara Nuevo León porque nadie quiere a Jalisco; llevamos nueve años consecutivos ganando, el rendimiento de los jaliscienses es superior y parece que eso les molesta. Pero creo que por ahora no es el momento de que ponga demasiada atención en los asuntos de corrupción que ocurren dentro del organismo; si fuera así, ya me hubiera rendido.
¿Pero en un futuro consideras hacer algo al respecto?
Sí. Creo que lo que hizo Ana es ejemplar. Existe un cierto miedo por parte de los deportistas de perder lo que han hecho. Pero no tendría por qué ser así: los que hemos llegado hasta aquí es por nuestros méritos y porque nosotros lo hemos logrado. Si alzáramos la voz, las cosas mejorarían para todos. Me gustaría estudiar medicina o leyes pero enfocándolo hacia el deporte, porque viviéndolo ya sé por dónde o cómo podría ayudar a los demás. Ya estuve de este lado y es más fácil hacer algo cuando lo has vivido que cuando no tienes la menor idea de lo que se trata tu trabajo.
¿No te resulta cansado vivir entre tanta competencia?
Sí. En esta última olimpiada estaba a punto de desistir cuando regresé. Entrené mucho, mejoré, todos lo reconocían, me sentía con la capacidad de ganar y aun así perdí. Aparte estaba harta porque llevaba tres años seguidos sin descanso. Soy muy vulnerable a los comentarios buenos y malos, pero al final creo es el color de la medalla el que demuestra qué tan buena eres. Me exijo mucho: en la escuela, en el taekwondo y en todo.
¿Cuáles fueron las emociones que experimentaste la primera vez que estuviste en una justa internacional en representación de México y Guadalajara?
Me considero una orgullosa mexicana y tapatía. Cuando te pones el uniforme es una sensación única, no tiene comparación. Es increíble porque ahí ves materializado todo el tiempo y el esfuerzo que has invertido. Cuenta mucho también el ambiente que vivimos en el taekwondo; nos la llevamos de maravilla y nos apoyamos en las competencias. Son como mis hermanos, nos entendemos porque estamos en la misma sintonía.
¿Qué significa ser una taekwondí jalisciense?
Primero que nada es un gran orgullo. No creo que el Code sea lo mejor: se trata de Jalisco. El Estado está en la posición que está porque de verdad tiene a los mejores deportistas del país. Pero además es un honor decir que eres jalisciense. No sé exactamente a qué se deba: si es psicológico, genético, pero sí es un fenómeno que no había pasado nunca antes en el deporte. Pienso que ser jalisciense es una actitud que va más allá del simple ámbito deportivo.
Hace unos pocos días la taekwondoí Ana Paula Sandoval sopló 16 velas en su pastel de cumpleaños. Con todo y su corta edad -apenas poco menos de un cuarto de la larga vida que le espera-, esta rubia tapatía de baja estatura y franca mirada tiene la coherencia al hablar de alguien de más de 30, la confianza y entrega profesional de un atleta consagrado, una condición física envidiable, un historial deportivo por igual –con todo y medallas incluidas- y la certeza de que si no es oro, no es triunfo.
Sí, experiencias y convicciones inusitadas en alguien que acaba de rebasar los 15.
Lo suyo es el taekwondo en la modalidad de formas, tanto individual, de pareja (donde es acompañada por Jaime, su novio) y tercias, aunque en un inicio practicaba también la modalidad de combate.
“A mi primera olimpiada sólo fui en combate. Perdí en la primera ronda, me dio un bajón de ánimo y, de regreso a Guadalajara, me dediqué a formas. Misteriosamente, comencé a ganar (risas). Para la siguiente olimpiada competí en esta modalidad y quedé en segundo sitio. Me pareció complicado estar combinando ambas, y como en formas me estaba yendo mejor, ahí me quedé, a dedicarle el tiempo y concentración a un solo objetivo”, recuerda Ana Paula en un tono que hace olvidar los recientes 16 años de edad que acaba de cumplir, como si se tratara de sucesos ocurridos décadas atrás.
(Hasta la fecha, en las olimpiadas generales que se realizan cada año no está considerada la modalidad de formas del taekwondo; sólo la de combate. Sin embargo, los organizadores siguen buscando que se integre la disciplina formalmente.)
Lleva cinco años siendo parte de la Selección Jalisco de Taekwondo y dos en la Nacional (ingresó a las filas profesionales a los 11). Y bajo el cobijo y entrenamiento de estos dos sectores deportivos, la disciplina que practica Ana Paula –una rutina estilística que consiste en la ejecución de movimientos precisos de defensa sin la necesidad de enfrentarse a un contrincante- la ha llevado a dos mundiales.
El resultado: muchos oros y varias platas procedentes de los distintos certámenes nacionales e internacionales en los que ha participado desde 2005 –la edad mínima para competir es 14 años-.
Pero a Ana Paula no le gustan los segundos lugares. Menos los terceros. Dice que las platas saben a derrota porque no estar en lo más alto del podio es sinónimo de que algo anda mal con su preparación. Y ahora que se acerca el selectivo nacional (donde se escogerán a los taekwondoíes representantes de México para el próximo mundial de Turquía en diciembre), no se puede permitir flaquear o disminuir el ritmo de sus entrenamientos, pues se requiere quedar en primer sitio para conseguir su pase. De lo contrario, tendría que esperar todo un año para el siguiente mundial.
Actualmente cursa la preparatoria en el Instituto de Ciencias en Guadalajara, aunque próximamente se cambiará a la Universidad del Valle de México gracias a una beca deportiva que consiguió. Tiene una hermana que, al igual que ella, acaba de cumplir 13 años por estos días. Y a pesar de la sangre artística corre por sus venas (es hija el pintor tapatío Fernando Sandoval y de la escritora Silvia Jiménez), sostiene que no se imagina desenvolviéndose dentro de alguna rama del arte “porque soy hiperactiva, nunca puedo estar tranquila”. Pero también, afirma tajante, es “dedicada al 100%, líder, buena amiga y divertida”.
¿Por qué la plata te sabe a derrota?
Una vez que obtienes el oro se siente súper chido, pero ya no es lo mismo decir ‘quedé en segundo lugar’. En olimpiadas no pesa tanto como podría pensarse, contrario lo que pasa en los selectivos nacionales. Si no consigues el primer sitio, no eres selección nacional y no vas al mundial. Ésa es la diferencia entre estar y no estar. Te estás jugando todo, ser la campeona o no serlo. Después de saber lo que es estar en primer sitio, quedar en el segundo es cuestionarte una y otra vez ‘híjole, qué hice mal que bajé mi nivel’.
¿Te exiges mucho?
Sí, bastante. Al taekwondo le dedico lo necesario para mantenerme en el liderato. Tres horas por día de lunes a sábado cuando no es tiempo de competencia, además de los campamentos que se realizan en semanas Santa y de Pascua. Pero cuando hay un torneo cerca, las sesiones diarias van de cinco a siete horas.
¿Por qué el taekwondo y no la gimnasia rítmica o cualquier otra disciplina que normalmente escogen las niñas?
De chica estuve en gimnasia, natación, ballet... en muchas cosas. Pero cuando cumplí cinco años, una de las que aún es de mis mejores amigas me invitó a ver la película de Mulán. Cuando salimos de la sala les dijimos a nuestros padres que queríamos ser como Mulán (risas). A la vuelta de casa de su abuela, había algo donde enseñaban artes marciales. Ella se metió, un día fui a verla y le dije a mi mamá que me metiera junto con ella. Me inscribieron, resultó que era taekwondo, que era buena en eso y que me encantó.
¿Entonces cambiaste el tutú y los gogles por el traje de taekwondo aún sin saber si en realidad era lo tuyo?
No completamente. Durante dos años entrené distintas disciplinas al mismo tiempo: natación, gimnasia y taekwondo, pero después dejé todo por un año, a los 10, porque necesitaba descansar e incluso hasta me sentía un poco enfadada. Después de ese tiempo entré al Club Atlas y tuve la posibilidad de retomar el taekwondo, pero en ese momento no me interesó. Me metí al tenis por un año, pero me hartó también (risas). Es que todos en la familia de mi mamá son tenistas. En medio de tanta indecisión, le dije a mi madre que deseaba entrar otra vez al taekwondo. Entonces resultó que la maestra de ahí (del Club Atlas) era entrenadora de la Selección Jalisco. En resumen, podría decir que los primeros 10 años de mi vida anduve de un lado para otro, inscribiéndome en todo lo que podía pero sin optar por nada en específico (risas).
¿Cómo fue tu entrada a las grandes ligas?
Empecé a entrenar ya cuando tenía 11. Y al primer año estuve a punto de rajarme, lloraba todos los días (risas). Le rogaba a mi mamá que me dejara quedar en casa. Pero ellos (sus padres) se la pasaban recordándome todo el tiempo que había desperdiciado por no decidirme. Recuerdo que los entrenamientos eran súper pesados; lloraba antes de salir y después de llegar a mi casa. Y al llegar aquí (a la Unidad Deportiva Revolución, el sitio donde entrena) hasta me dolía el estómago. Tuve que comprender el taekwondo, darme cuenta del gran número de personas que lo practican y descubrir la magnitud de la primera olimpiada para que me cayera el 20 y empezar a fascinarme. Pero después de ese evento mis padres se divorciaron y me dijeron que ya no iba a poder seguir entrenando. Me rebelé y les dije que yo me las arreglaba para continuar; llevaba mucho camino recorrido y otras tantas cosas descubiertas como para rendirme en ese momento. Por fortuna lo comprendieron, y desde la entrenadora que se daba tiempo para instruirme en horarios diferentes, hasta mis abuelos que me llevaban a los entrenamientos, hicieron lo posible para que siguiera adelante. Nunca me ha faltado el apoyo de las personas que creen en mí.
¿Qué ha sido lo más complicado a partir de tu historia en el taekwondo?
Combinar el taekwondo, que es muy exigente, con la escuela y los amigos de la escuela. No es fácil estudiar y pertenecer a una selección nacional de cualquier deporte. Es sacrificar tiempo por algo que a lo mejor se va a tardar en rendir frutos. La secundaria fue una etapa complicada para mí porque tenía que ponerme al corriente con los apuntes de clase cuando volvía de alguna competencia –algo que hasta la fecha sigo haciendo y que a veces involucra el no dormir-; pero además yo era de las que criticaban y señalaban. Al regresar de mi primera olimpiada, las que se suponen eran mis amigas, literalmente me dijeron que no lo iban a ser más porque yo nunca estaba en la ciudad, porque no iba a sus cumpleaños ni salía los fines de semana con ellas (risas). Ahí fue cuando me di cuenta de quiénes en realidad eran mis amigas: las que me quieren, me entienden y me apoyan con todo lo que el taekwondo implica hasta el día de hoy.
¿Cuáles han sido las presencias clave en tu vida, Ana?
Mis abuelitos, mis papás, mi hermana, mi entrenadora y ciertas amistades. En general, todos los que me han dicho que no me rinda y que siempre van a estar ahí para apoyarme en lo que necesite.
¿Qué esperas del próximo selectivo nacional y qué esperas de ti?
Voy a entrar en las tres categorías (individual, pareja y tercias) y en las tres quiero figurar en los tres primeros lugares. Y para la evaluación, forzosamente tengo que conseguir el primer lugar.
¿Qué tan familiares te sonaron las palabras de la corredora Ana Gabriela Guevara una vez que hizo públicas las irregularidades que suceden dentro de la Conade (Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte)? ¿Has pasado por algo similar?
Qué valor de haber hecho lo que hizo y de haber renunciado a su carrera. Si todos los que estamos en esto tuviéramos una mínima parte de las agallas de Ana, ya hubiéramos dicho lo mismo. El Code nos apoya muchísimo en lo que respecta a viajes, publicidad que ves por todos lados, pero creo que sí hay deficiencias en el sistema, como suele suceder en México.
En mi caso, apenas en la olimpiada pasada –y no fui yo quien lo dijo- me quitaron una medalla de oro. Querían que ganara Nuevo León porque nadie quiere a Jalisco; llevamos nueve años consecutivos ganando, el rendimiento de los jaliscienses es superior y parece que eso les molesta. Pero creo que por ahora no es el momento de que ponga demasiada atención en los asuntos de corrupción que ocurren dentro del organismo; si fuera así, ya me hubiera rendido.
¿Pero en un futuro consideras hacer algo al respecto?
Sí. Creo que lo que hizo Ana es ejemplar. Existe un cierto miedo por parte de los deportistas de perder lo que han hecho. Pero no tendría por qué ser así: los que hemos llegado hasta aquí es por nuestros méritos y porque nosotros lo hemos logrado. Si alzáramos la voz, las cosas mejorarían para todos. Me gustaría estudiar medicina o leyes pero enfocándolo hacia el deporte, porque viviéndolo ya sé por dónde o cómo podría ayudar a los demás. Ya estuve de este lado y es más fácil hacer algo cuando lo has vivido que cuando no tienes la menor idea de lo que se trata tu trabajo.
¿No te resulta cansado vivir entre tanta competencia?
Sí. En esta última olimpiada estaba a punto de desistir cuando regresé. Entrené mucho, mejoré, todos lo reconocían, me sentía con la capacidad de ganar y aun así perdí. Aparte estaba harta porque llevaba tres años seguidos sin descanso. Soy muy vulnerable a los comentarios buenos y malos, pero al final creo es el color de la medalla el que demuestra qué tan buena eres. Me exijo mucho: en la escuela, en el taekwondo y en todo.
¿Cuáles fueron las emociones que experimentaste la primera vez que estuviste en una justa internacional en representación de México y Guadalajara?
Me considero una orgullosa mexicana y tapatía. Cuando te pones el uniforme es una sensación única, no tiene comparación. Es increíble porque ahí ves materializado todo el tiempo y el esfuerzo que has invertido. Cuenta mucho también el ambiente que vivimos en el taekwondo; nos la llevamos de maravilla y nos apoyamos en las competencias. Son como mis hermanos, nos entendemos porque estamos en la misma sintonía.
¿Qué significa ser una taekwondí jalisciense?
Primero que nada es un gran orgullo. No creo que el Code sea lo mejor: se trata de Jalisco. El Estado está en la posición que está porque de verdad tiene a los mejores deportistas del país. Pero además es un honor decir que eres jalisciense. No sé exactamente a qué se deba: si es psicológico, genético, pero sí es un fenómeno que no había pasado nunca antes en el deporte. Pienso que ser jalisciense es una actitud que va más allá del simple ámbito deportivo.