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El multiculturalismo, a juicio

Ataques contra la publicación satírica Charlie Hebdo han revivido la xenofobia en Europa

GUADALAJARA, JALISCO (18/ENE/2015).- El multiculturalismo en Europa no ha muerto, pero agoniza. Incapaz de dar respuestas a los problemas de convivencia social en las principales ciudades de Europa, el proyecto  multiculturalista no suscita las pasiones del pasado. Los datos electorales lo muestran. En los últimos 10 años en los países centrales de Europa, el voto a partidos abiertamente multiculturalistas pasó de casi 48 a 28 por ciento. Y, en cambio, los partidos que claman por matizar el modelo de autonomía cultural, poner barreras a la inmigración y limitar el acceso de extranjeros a la seguridad social, crecieron su aceptación hasta alcanzar el sufragio de casi cuatro de cada 10 europeos. Sólo cerrando los ojos podemos negar que hay un cambio de tendencia en la forma en que los europeos entienden el modelo multicultural (hasta en Canadá, la cuna del diálogo multicultural, gobiernan los conservadores desde hace varios años).

Sin embargo, y en el contexto de los ataques terroristas contra la publicación satírica Charlie Hebdo, ¿El multiculturalismo realmente ha fracasado en Europa? ¿Es cierto lo que dicen los partidos extremistas europeos, que el Islam se encuentra en la raíz de todos los problemas políticos que aquejan al Viejo Continente? ¿Podemos entender lo que pasó en Charlie Hebdo como un “choque de civilizaciones” producto de la irracionalidad del fundamentalismo musulmán?

¿Son violentas las sociedades multiculturales?


El modelo multiculturalista de un país nace de la idea de que la pluralidad cultural es más una riqueza que un problema. Ante los nacionalismos del siglo XX y las interpretaciones que vinculaban uniformidad cultural con éxito nacional, el multiculturalismo nació como la reivindicación de la diversidad. Una nueva y más abierta forma de entender procesos como la globalización o el aumento de los flujos migratorios. Así, los modelos multiculturales parten del hecho de que es bueno proteger y alentar la diversidad cultural. No niegan que haya valores universales, derechos humanos consagrados que deben ser observados en todo el mundo, sin embargo cuidando este piso mínimo que constituye derechos inherentes al individuo, las instituciones y las leyes tendrían que dar espacio al mantenimiento y fortalecimiento de la diversidad cultural en una sociedad. No es el relativismo cultural que tanto critica la iglesia o el conservadurismo, sino que es la protección de las diferencias culturales, pero siempre en un entorno de garantía de los derechos fundamentales.

No me queda duda que bajo cualquier óptica, el multiculturalismo europeo ha sido tremendamente exitoso. Lo dicen los números. Desde que se adoptaron medidas jurídicas proclives a asimilar a los inmigrantes en Europa, la violencia se ha reducido notablemente. El Viejo Continente es la zona del mundo más segura. El promedio de homicidios por cada 100 mil habitantes es sólo de cuatro (cinco veces menor que México y dos veces menor que Estados Unidos). Y si nos vamos país por país: Alemania, Francia y España registran un solo homicidio por cada 100 mil habitantes. Y lo mismo sucede en indicadores como el robo a mano armada o los asaltos en la vía pública. Por lo tanto, es difícil hacer el vínculo, que hace el discurso conservador, entre multiculturalismo y violencia; entre sociedades multiculturales e inestabilidad. Al revés, la historia nos muestra que la convivencia multicultural empuja a sociedades más estables y pacíficas.

En materia de diálogo cultural, Europa es el continente más rico. Los terroristas, los hermanos Kouachi, eran de origen argelino, pero franceses por nacionalidad. Hablaban la lengua y, según las crónicas que se hacen de su vida, se transformaron al yihadismo hasta hace pocos años. En general, llevaban una vida más europea que islámica. De la población con origen externo a Francia, por ejemplo, ocho de cada 10 aprenden la lengua francesa. Es cierto que los guetos y la exclusión siguen existiendo, pero las cifras señalan que las distancias salariales entre los franceses, alemanes y españoles de nacimiento, y las minorías son mucho menores que en Estados Unidos que nunca ha apostado por el modelo multicultural, sino por un modelo en el cual el inmigrante se debe adaptar a la cadena de valores de los Estados Unidos. Por poner un dato: la distancia entre el salario de un español promedio y un inmigrante marroquí es de 2.5 veces. En Estados Unidos, la diferencia salarial entre un trabajador blanco y un latino es de 4.7 veces en promedio. Prácticamente en todos los indicadores, los modelos multiculturales y de respeto a las diferencias, otorgan mejores condiciones de vida e igualdad que los modelos de imposición cultural. En donde el modelo de estado multicultural no ha podido generar condiciones más equitativas es en el desempleo: la tasa es el doble en migrante en comparación con nacidos en Europa.

La percepción muerde

Sin embargo, la percepción es la contraria. Sabemos que percepción y realidad son planos de análisis que casi nunca se encuentra, que tienden a caminar en solitario. Las encuestas señalan con claridad esta tendencia de poca confianza de los europeos en el modelo multicultural. Según el último eurobarómetro, levantado en diciembre de 2014, los europeos creen que la inmigración es su tercer problema más grave, incluso por arriba de la deuda o los recortes en seguridad social. Prácticamente se duplicó desde 2012. Y lo más interesante es que en el caso de Alemania y Reino Unido, la inmigración es el principal problema que señalan los ciudadanos de dichos países. Y hablando concretamente del Islam y de los musulmanes, la opinión de los europeos es francamente negativa.

¿Cómo explicar esta brecha en la percepción? ¿Por qué los europeos ven con tanta preocupación a los migrantes y, sobre todo, a las minorías islámicas? En un sentido, tiene que ver con una batalla cultural sobre la migración que el centro-derecha y el centro-izquierda han venido perdiendo fuerza desde el estallido de la crisis en 2008. Los partidos nacionalistas y de ultraderecha han crecido con fuerza en los países centrales. Incluso, el crecimiento de estos partidos extremistas ha empujado a los partidos de centro-derecha a adoptar controles mayores en materia de migración (recordemos las iniciativas de Nicolás Sarkozy en Francia o los posicionamientos de Mariano Rajoy en España). La ultraderecha ha dado una explicación de la crisis que ha hinchado el sentimiento nacionalista de algunos europeos: “la crisis económica es producto de una élite antipatriota que le ha vendido el país a los intereses extranjeros y ha puesto por delante las necesidades de los migrantes”. Es una explicación falsa y poco tiene que ver con la crisis. Sin embargo, la crisis de los partidos centristas, que gobernaron los años de la debacle económica, no les ha permitido construir una narrativa que permita desmontar las mentiras del ultraderechismo.

Ante esto, en muchos países europeos, el plano político se ha dividido entre entreguistas liberales, y nacionalistas que defienden al pueblo. En esa ecuación, lamentablemente la ultraderecha ha crecido como la espuma. Hoy en día, el FN de Marine Le Pen es primera fuerza política en Francia y el partido nacionalista UKIP en Inglaterra está en segundo lugar en las encuestas. Sin olvidar a Amanecer Dorado, abiertamente neonazi, como tercera fuerza política en Grecia.

Al mismo tiempo que ocurre este fenómeno, la Unión Europea nunca había sido tan débil como para plantarle cara a los planteamientos xenofóbicos. Citando de nuevo al eurobarómetro: la imagen positiva de la Unión Europea ha caído 13 puntos (52 a 39 por ciento) en siete años; mientras que la imagen negativa creció ocho puntos en el mismo lapso de tiempo (14 a 22 por ciento). Ya cuando vamos país por país, los resultados son para dar una pensada seria: el país más europeísta es Polonia (61por ciento de buena imagen) mientras que Grecia y España, países en crisis económica, apenas alcanzan 30 por ciento de imagen positiva. Asimismo, si nos vamos a la confianza en las instituciones europeas, el balance general es una caída de 26 puntos en un plazo menor a seis años. Al contrario, las instituciones nacionales, tanto el Gobierno como el Parlamento, se han mantenido como opciones atractivas para el ciudadano europeo promedio. Es decir, la “unidad en la diversidad”, como proyecto político europeo, se ha debilitado notablemente y la mayoría de los europeos comienzan a volver a mirar a lo nacional como respuesta a sus problemas.

Europa vive una coyuntura por demás complicada. Sumida en una crisis económica prolongada, una clase política ilegitimada por los errores grasos en la gestión de la recesión y con el ascenso sostenido del discurso islamofóbico, podemos decir que en una década veremos una Europa muy distinta a la que es ahora. La defensa de las libertades es impensable sin seguridad y sólo se puede proveer seguridad de forma democrática si atendemos a las libertades. El modelo multicultural tiene sus problemas innegables, pero su eliminación sólo traería a Europa conflictividad social y menos capital cultural.

El multiculturalismo no significa en sí mismo estar de acuerdo con que las mujeres lleven Burka (que me parece abominable) o que se pongan crucifijos en las escuelas públicas (también condenable). Significa entender al estado laico y plural en todas sus formas y alentar con dinero público las manifestaciones culturales que no constituyan violaciones a los derechos humanos: construir mezquitas, apoyar a las sinagogas, promover el plurilingüismo y dar opciones educativas sin importar el origen nacional. Comenzar una guerra contra el terrorismo sólo significaría una guerra contra la Europa misma, contra una quinta parte de su población que se siente europea, pero que conserva con gran aprecio sus raíces. Europa es tanto cristiana como islámica o judía, por lo tanto el multiculturalismo no es sólo una salida, sino la única salida.

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