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El mercado de la nostalgia

Ellos son extranjeros que intentan recrear los platillos de sus tierras, recuerdos del paladar, que en algunos casos incluso se han convertido en su forma de vida

GUADALAJARA, JALISCO (23/JUN/2013).- La nostalgia es el talón de Aquiles para los foráneos que intentan reproducir los sabores de las tierras en donde nacieron. El mercado que se dedica a lucrar con los recuerdos que el paladar pide es el que sabe que siempre habrá algún extranjero deseoso de volver a su país a través de algún platillo. Guadalajara lo sabe y aprovecha el sentimiento para tocar la cartera.

Así como en Estados Unidos existe un mercado mexicano en donde los migrantes pueden conseguir chiles y tortillas, la capital de Jalisco se las ingenia para sacar partido del recuerdo. Algunos extranjeros que viven en Guadalajara comparten qué es lo más extrañan de sus países de origen y cuán difícil es encontrar los sabores de la nostalgia.

''Todo me cuesta más caro''


Sabrina Nigra es italiana, estudió letras e idiomas y hace cinco años que vive aquí. Sus amigos son italianos, en su casa se habla sólo italiano, a pesar de que su marido es tapatío y, luego de cinco años, cocinó por primera vez comida mexicana. No le gusta el cilantro y le encanta cocinar.

Dice que la mozzarella de aquí no es igual a la de Italia. “Debe ser fresca y viene en un suero, está mojada, es muy suave, como una bola de leche, y en México ningún queso viene así”. Se consigue, pero cuesta como 150 pesos la bola pequeña de mozzarella, cuando en Italia cuesta un 1.50 euro —unos 25 pesos mexicanos, la misma cantidad—.

Nigra es de Piemonte, en el Norte de Italia, y allí es común el platillo  Brasato al barolo, una carne con salsa de vino barolo, uno añejado típico de la región. Una botella de barolo italiano aquí cuesta 800 pesos, en una tienda de ultramarinos, si se compra en un restaurante cuesta mil o mil 200 pesos. En Italia cuesta entre 30 o 40 euros, unos 500 a 650 pesos mexicanos.

“Los piñones son algo que aquí me cuesta encontrar y se necesitan para hacer el pesto”. Los 100 gramos cuestan 100 pesos y en Italia cuestan la mitad.

La italiana, que tiene un mapa de la ubicación de los productos de su tierra en Guadalajara, dice que el queso mascarpone que se utiliza para hacer el postre tiramisú lo venden en todos los supermercados, pero el italiano “bueno” lo venden a 200 pesos el bote pequeño de 200 gramos: “es caro”.

Indica que el queso parmigiano —parmesano— lo encuentra, pero que un trozo de 200 gramos le cuesta casi 200 pesos, “todo es más caro aquí”, insiste. En las tiendas gourmet es donde encuentra pastas diferentes y de tamaños distintos, porque aquí hay pocas variedades. “En Italia si tú vas a un súper y ves la parte de las pastas es como en México ver la parte de los frijoles”.

''Reemplazo los ingredientes''


Joao Lueiro es de La Habana, Cuba, y lleva siete años viviendo en México. Sin ser un gran admirador de los tacos, pero amante del chile habanero y sin aceptar del todo el sabor de la tortilla de maíz, dice que el extranjero que vive en México no debería extrañar nada de su país de origen porque aquí hay de todo.

El cubano con sonrisa de dientes pequeños trata de cocinar sus recetas con reemplazos de ingredientes y marcas mexicanas,  como casi todos los extranjeros. Como cuando cocina el platillo de nombre Ropa vieja, que es salsa de tomate con carne de res desherbada, a la cual dice reemplazar por chilorio.

También extraña la fritura de chícharo, que se hace con guisantes amarillos. Se remojan un día, se cuelan; crudos, con sal, pimienta, se le pone huevo y se fríen tortas pequeñas. Los chícharos amarillos sólo los ha conseguido en la tienda Mamá Coneja.

Cuenta que los tostones se hacen con plátano macho verde y que no lo consigue en los mercados convencionales, sólo en el Mercado de Abastos “y tienes que caminar a ver si lo encuentras”. El platillo también es llamado tachino o plátano verde frito.

Asegura que algo difícil de conseguir son las viandas —tubérculos— y que también tiene que buscarlos en el Mercado de Abastos. El boniato es el camote, allá es blanco y aquí es naranja, pero dice Lueiro que sabe muy parecido.

Sigue extrañando el maíz de su tierra, que es dulce, amarillo y suave, y se le hace raro que en México, a pesar de la variedad que hay, no haya encontrado el cubano.

''Los sabores de aquí son muy fuertes''


Samuel Ramos es de Caracas, Venezuela, y llegó a México hace seis meses. Está en pleno proceso de adaptación a los sabores fuertes y le parece que comprar frutas y verduras en general es barato.

Como todo venezolano extraña las arepas, comida típica de su país y también de Colombia. Las arepas son unos panes redondos que se hacen al horno o fritos, y se cortan por la mitad para rellenarlos con carne, pollo, queso, atún, frijoles o huevos revueltos.

Las areperas son los restaurantes que venden este platillo y son tan comunes en Caracas como los puestos de tacos en México y, aunque confiesa no perder la esperanza de encontrar una arepera en algún barrio de Guadalajara, se ha traído tres kilos de harina para hacerlas porque la harina de México no es igual.

Otra cosa que extraña son las pastas rellenas, relata que en Venezuela se comen muchísimo. “Allá hay mucha variedad de pastas rellenas, y aquí no las consigo.

Sólo encontré ravioles de carne y de ricota, escondidos en una esquina en un súpermercado. Eran seis bolsitas y nada más”.

“Aquí preparo todo lo que quiero comer”


Raj Singh es de Nainital, India. Es dueño un restaurante de comida de su país  y lleva siete años viviendo en Guadalajara. Es chef y dice que cuando extraña algún platillo sólo tiene que ir a su cocina.  

Cuenta que la comida del Norte de India es muy distinta a la del Sur y que en su restaurante prepara comida del Norte. Para hacer los platillos Singh dice que hay muchas especias que no consigue, o que son difíciles de encontrar, razón por la cual viaja una o dos veces al año a India para traer los productos que necesita.

Lo que más le cuesta conseguir en la ciudad son pistaches, nuez de la india, cardamomo y cardamomo negro. “En India compro en el mercado y es mucho más accesible que aquí. El cardamomo nos cuesta a nosotros unas 800 rupias —16 dólares— el kilo y aquí cuesta unos 48 o 50 dólares la misma cantidad”.

El hindú dice que en su cultura el arroz basmati es el acompañamiento de la mayoría de los platillos y cuesta muy barato, unas 50 rupias —un dólar— el kilo. Aquí cuesta unos cuatro dólares la misma cantidad.

Las especias las compra en el Mercado de Abastos y en tiendas especializadas en especias, con lo que logra sabores muy similiares a los de su país.

''No me hace falta nada''

Marco Praga es argentino y lleva siete años viviendo en México. Confiesa que lo que más extraña de su natal Buenos Aires es el asado y que el resto es prescindible para él.

“A mí me pasa que no me hace falta nada”. Hijo de padre italiano y de madre peruana dice que ha sufrido un proceso de desculturización desde la casa, donde se comían platillos típicos de Perú y muchas pastas. “En mi casa no se tomaba mate —infusión típica de Argentina— ni se comía asado”.

Aún así se declara amante de la carne y dice que aquí hay carne “buenísima” . Ha logrado dar con un par de tiendas norteñas.

Algunos de los cortes que compra aquí son el bife de lomo y el vacío. El bife de lomo cuesta 104 pesos el kilo y el vacío 130 pesos, y en Argentina cuestan unos 10 dólares el kilo de cada uno, por lo que Marco no considera que sea cara la carne en la ciudad.

Cuenta que intentó hacer empanadas una vez, hizo la masa él mismo y le quedaron muy mal, “eso fue hace cuatro años y medio, y nunca más intenté”.

''Extraño mucho la repostería''


Lydia Genin es francesa y vive en México desde hace tres años, aunque llegó por primera vez aquí hace 14 y desde entonces ha visitado el país.

En Francia los postres son parte de la cultura y algo que no ha visto para la repostería es el azúcar de vainilla, sucre vanillé.

Cuenta que en El Globo encontró lo más parecido a la tradición que allí se acostumbra: comprar pasteles en porciones pequeñas para que cada persona pueda comer varios y de diferentes sabores. “Extraño mucho la repostería. El croissant, que aquí lo comen con jamón y queso, es un sacrilegio” dice sonriendo, ya que allá se come dulce, con mermelada o mantequilla. “Cuando mi mamá vino a visitarme le encargué un croissant, porque el sabor sí es muy distinto, pero no lo pudo pasar por la aduana”.

Esta francesa que no come queso, aunque es conocedora del tema, comenta que alguna vez buscó y encontró el queso Camembert, que es la base de las comidas. “El precio era como cinco veces el precio de allá. Pero allá comes queso a cada comida, al mediodía y por la noche”, por lo que aquí se considera un pequeño lujo para los franceses que quieran comerlo.

Las comidas típicas en Francia constan de entrada, plato fuerte, un pedazo pequeño de este queso con pan y luego el postre.

“Yo no soy de buscar productos de mi país, más bien son momentos de melancolía”.

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