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De viajes y aventuras

“Una historia (muy actual) de supervivencia”

GUADALAJARA, JALISCO (03/ABR/2011).-  Fueron muy impresionantes los relatos que nos hacían los lugareños, de lo que -hace no más de un par de meses- le acaba de pasar a un muchacho excursionista muy avanzado, en una de las barrancas del Río Colorado, de los áridos desiertos del estado de Utah. La historia, que -por su importancia en el asunto de la sobrevivencia- ha aparecido en revistas y programas de televisión, la relataré tal cual nos la contaron.

Resulta que este muchacho, Aron Ralston, de 27 años, sumamente atleta y conocedor de las montañas, decidió hacer una caminata en solitario por una de las barrancas del Gran Cañón. Tan solitaria quería su excursión, que a nadie hizo partícipe de ella, ni dejó recado alguno del destino que tenía planeado.
 
Dejó su camioneta en un lugar seguro; y casi a media noche, tomó su bicicleta y fue a buscar un lugar dónde acampar. Al despertar, inició su solitario recorrido hasta llegar a donde la garganta del cañón le permitía. Ahí amarró su bici a un árbol y siguió descendiendo por la barranca.

Como a eso de las tres de la tarde, la garganta rocosa por donde descendía se hizo más angosta, y tuvo que bajar por un estrecho paso pedregoso de tan solo un metro de ancho y unos 10 metros de profundidad.

Con pies y manos, hábilmente se sostenía para ir descendiendo entre de las paredes de piedra, cuando una enorme roca de unos 500 kilos -que quizá tenía siglos de estar ahí- se desprendió súbitamente sobre de él, pudiendo sacar a tiempo su mano izquierda, quedando aplastada la otra entre la pared de roca de la grieta y el enorme, sólido y pesado pedruscón. El muchacho había quedado atrapado en aquel estrecho y remoto hueco por donde nadie nunca pasaría, ni jamás podría ser visto. Aquel fuerte y engreído atleta, estaba atrapado entre las rocas, sin posibilidad alguna de pedir ayuda y sin esperanza de que alguien ni remotamente pudiera rescatarlo.

 Traía en su mochila dos tacos “burritos”, un litro de agua, dos barras de granola, una pequeña cuerda y una vieja leatherman multiusos, de los que hizo un rápido inventario.

Una vez pensó en limar la piedra con la hoja de la navaja para liberar su mano. Al día siguiente, trató de moverla con sus cuerdas sin conseguir un solo milímetro de avance. La idea de la muerte le golpeó entonces su cerebro. Al cuarto día, la debilidad y deshidratación afectaron a su cuerpo. Al quinto día, habiendo pasado por estados de depresión, esperanza y oración, pensó en cortar su mano con la vieja navaja que, roma y desgastada, no podía ni siquiera cortar su piel.

Luego, al suponer la imposibilidad de cortar el hueso con tan primitiva herramienta, decidió romper primero el radio y lo hizo; luego el hueso cúbito, y también lo hizo con grandísimo dolor; y ahí, en la hendidura que dejaban sus huesos rotos, después de aplicar un severo torniquete a su brazo, fue cercenando los tejidos carnosos durante más de una hora, al cabo de la cual pudo separarse de su propia mano que lo estaba llevando a la muerte.

 Posteriormente, tuvo que descender unos 20 metros por la roca y “a rappel” hasta tocar el piso, para seguir caminando unos 10 kilómetros soportando los dolores, la debilidad y la deshidratación. Suerte tuvo al encontrar a otros alpinistas que le dieron algunas galletas y agua; para seguir caminando un par de tormentosos kilómetros más, hasta donde fue milagrosamente rescatado por un helicóptero que lo llevó a donde pudo tener la atención debida.

Tres días después, una docena de hombres tratando de rescatar la mano del muchacho, usando gatos hidráulicos duraron más de una hora para levantar la piedra donde Ralston, además de haber dejado su mano, había grabado su nombre con su casi inútil navaja. 

Peligros como este son los que se corren al trepar por las montañas; y esto es un buen ejemplo. Pero, aún así… “es mas peligroso no hacerlo”.

P.D. Esto fue escrito (y publicado en EL INFORMADOR en agosto del 2003) de acuerdo a las narraciones hechas por “las gentes” del lugar, mientras estábamos de excursión precisamente en ese sitio, y cuando el suceso estaba muy reciente. Es sorprendente verlo ahora exhibido en los cines de la localidad en la película 127 horas, que les recomiendo no dejar de verla.

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