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Couchsurfers viajan por los sillones del mundo
No son desconocidos, son próximos amigos, así funciona esta una red de trotamundos que fue creada en 2004
GUADALAJARA, JALISCO (01/SEP/2013).- Hace exactamente ocho meses que la boliviana Marianela Laura emprendió un viaje por tierra desde Bogotá, la ciudad que la ha acogido en los últimos años. A Guadalajara llegó el pasado jueves y después de visitar la Expo Energía 2013, se dirigió hacia un café de la colonia Ladrón de Guevara para encontrarse con su anfitrión tapatío.
Alejandro Alatorre Warren y Marianela nunca se habían visto antes, pero intercambiaron algunos correos y vieron sus fotos en sus perfiles de Couchsurfing. Gracias a la red global de viajeros, la boliviana de 30 años se enteró que -como ella- Alejandro también es ingeniero electrónico; que es aficionado a la fotografía y uno de los miembros más activos de la comunidad de “couchsurfers” en la ciudad.
Él supo que Marianela es amante de las artes y la naturaleza, que es investigadora en educación ambiental y que sus anfitriones anteriores -en países como Guatemala, Nicaragua, Costa Rica, Panamá y Colombia- la describen como una chica simpática, positiva y de gran corazón. Fue así como Alejandro accedió a hospedar a Marianela en el sillón de su sala durante cuatro noches.
Conexiones como estas suceden a diario en más de 100 mil ciudades del planeta gracias a la plataforma en línea de Couchsurfing, un proyecto capaz de devolver la fe en la humanidad hasta al más escéptico y pesimista. Sin esperar nada a cambio, los más de 6 millones de miembros están dispuestos a recibir en sus sillones a uno o varios trotamundos desconocidos, e incluso fungir como guías de turistas en su propia ciudad. Además de hacer nuevos amigos y conocer otras culturas sin necesidad de salir de casa, los anfitriones saben que su hospitalidad se verá recompensada en futuros viajes.
La idea inicial de esta red basada en la confianza surgió en 1999, cuando Casey Fenton compró un vuelo barato de Boston a Reikiavik para aprovechar un fin de semana largo. Sin ganas de hospedarse en un hotel y explorar la ciudad a la manera tradicional de los turistas, Fenton envió un correo a mil 500 estudiantes de la Universidad de Islandia solicitando un sillón para dormir, y de ser posible, islandeses dispuestos a mostrarle los sitios interesantes que difícilmente encontraría en una guía. Después de recibir más de 50 ofertas de alojamiento y tener un viaje como ningún otro, el joven convocó un grupo de profesionales para desarrollar la plataforma en línea que se convertiría en un sitio público en enero de 2004.
El procedimiento para unirse a esta red social es relativamente sencillo. Como en cualquier otra, lo primero es crearse un perfil para sí mismo, donde además de una o varias fotos, el usuario debe expresar ampliamente sus gustos e intereses, hablar de su filosofía de vida y su trayectoria, enlistar sus libros, películas y discos preferidos, dar su opinión acerca de Couchsurfing y nombrar los lugares que ha visitado. Allí mismo se encuentran las referencias que otros “surfeadores de sillones” han escrito acerca del usuario, ya sea que lo hayan conocido como huésped, como anfitrión o como parte de la comunidad local de surfers.
Todo esto contribuye a crear un ambiente de seguridad, que casi siempre es la primera preocupación de quienes se enteran de la existencia de Couchsurfing. El sitio con sede en San Francisco lo deja muy claro a sus usuarios: si alguien no parece confiable por cualquier razón, es mejor rechazar su solicitud aunque parezca rudo; además hay que procurar comunicarse únicamente a través de la plataforma y leer con atención los perfiles de viajeros y anfitriones.
De esta manera, las experiencias negativas son raras o nulas. A Jorge Zetter, couchsurfer tapatío, lo más que le ha tocado son huéspedes que se molestan porque no puede acompañarlos en su tour por la ciudad. En el extremo contrario, cuando estuvo viajando por Brasil, le tocó que una pareja en Río de Janeiro le dejara su casa para él solo durante una semana, con comida y hasta las llaves del coche.
Al día de hoy, en el grupo en línea de couchsurfers de Guadalajara, hay 7,538 miembros. Algunos entre ellos son bastante activos, ya que no solamente están para hospedar a los visitantes, sino que integran una comunidad de amigos que se reúnen cada semana, organizan viajes a las cercanías de la ciudad, hacen clubs de conversación para practicar algún idioma y siempre están abiertos a recibir nuevos integrantes.
Las mejores historias
Hay de couchsurfers a couchsurfers. Mientras que algunos pueden mantener un perfil sin involucrarse demasiado, otros han sacado el máximo provecho de la red: han convertido el viaje en su forma de vida y comparten sus experiencias por medio de blogs, videos o páginas de Facebook.
Algunas de las mejores historias son difundidas a través del propio sitio. Por ejemplo la del estadounidense Ben Jamin, quien quiso transformar la idea de Couchsurfing en un proyecto móvil. Después de casi tres años de estar viajando se encontró en Santiago de Chile, y fue ahí que decidió cruzar el continente americano en una vieja combi remodelada. Para lograrlo, recibió un préstamo de otro miembro de la red a quien tenía sólo dos días de haber conocido y anunció en su perfil que podría hospedar a otros viajeros dispuestos a acompañarlo en el trayecto.
El viaje de Ben y los que se han unido a él por periodos variables de tiempo, se puede seguir a través de la página de Facebook “Hasta Alaska”. Ahí se lee que en casi dos años de aventura han pasado por toda clase de experiencias: “tuvimos que reconstruir siete veces el motor de la combi, atravesamos los Andes en muchas ocasiones, presenciamos un asesinato, un policía nos ofreció drogas duras, chocamos contra un camión, nos quedamos parados en un río de Bolivia, y adoptamos como mascotas a un pollito ecuatoriano y a un perrito peruano”.
Actualmente, la combi y sus tripulantes se encuentran en Tapachula, Chiapas.
Más que un sillón para dormir
Entre los más activos del grupo de Guadalajara, está Alejandro Alatorre Warren: siempre pendiente de los viajeros que solicitan alojamiento o compañía en el foro, y muy seguido organizando eventos para reunirse con los couchsurfers locales o fuereños que estén por la ciudad.
Desde que conoció la red, hace cuatro años, lo primero que piensa antes de hacer un viaje es contactar con los miembros de las comunidades de otras ciudades: “porque normalmente es gente que le gusta viajar, de mente abierta, y que comulga con muchas cosas de las que yo creo”, contó el ingeniero y fotógrafo aficionado de 32 años.
Para él, la experiencia de Couchsurfing tiene que ver más con las vivencias que pueda compartir con los “amigos que aún no conoce” -como suelen decir los organizadores en el sitio- que con ahorrarse algo de dinero. Si además estas personas están dispuestas a compartir su espacio, Alex lo ve como un beneficio extra.
“Porque no solo es cuestión de que te hospeden, sino que va más allá. Es llegar con alguien, compartir algo, que te enseñe su ciudad, cosas que no vas a poder descubrir tú como turista, ya sea por barreras del idioma o porque están escondidas”, contó Alatorre Warren, quien asegura que la clave para dar con la persona correcta es que exista una conexión desde los correos intercambiados.
Como viajero empezó a usar Couchsurfing en una visita por Europa. Posteriormente, cuando vivió un año en Japón para cursar una especialidad, el sitio se convirtió en su mejor aliado para conocer personas en una cultura por completo diferente. También ha sido huésped en muchas ciudades de México y Estados Unidos, y constantemente abre las puertas de su departamento en Guadalajara, ubicado cerca de Plaza del Sol.
De placer y de trabajo
Marianela Laura salió de Bogotá el pasado 25 de diciembre, y desde entonces ha recorrido miles de kilómetros por tierra. Además de disfrutar un viaje por distintas ciudades latinoamericanas, su intención es recabar información para un proyecto de educación ambiental que iniciará cuando regrese a Bolivia, su país natal.
Esta amante de la naturaleza no sólo ha utilizado la red Couchsurfing para viajar, sino que en su trayecto también ha contactado con otras organizaciones similares, por ejemplo, una que ofrece comida y alojamiento en granjas ecológicas a cambio de trabajo voluntario (WWOOF).
Una de sus metas principales desde que comenzó la aventura era llegar hasta la sede de la Comunidad Biointensiva, en Querétaro, a la que Marianela describe como una red donde “se comparten los saberes de la Tierra”. Ahora que lo logró, hace apenas algunas semanas, la investigadora comenzará su regreso a Colombia de la misma manera en que llegó hasta Guadalajara.
A ella le gusta viajar sin prisas, buscar a sus coterráneos bolivianos en cada ciudad, y participar en diversas actividades culturales. Cuando estuvo en la Ciudad de México, por ejemplo, visitó la UNAM, donde se enteró que estaba a punto de celebrarse el Tercer Festival de las Culturas del Mundo. Como no vio a Bolivia en el programa y ella conoce bien el baile folclórico de su país, no tardó en sugerir una presentación y reunir un grupo de bailarines mexicanos para enseñarlos.
Fue en Bogotá donde se enteró acerca de Couchsurfing, y desde entonces solamente ha utilizado la red como huésped. Pero tiene planes próximos de instalarse nuevamente en La Paz, y una de las primeras cosas que hará es arreglar su espacio para poder recibir muchos viajeros, y “cuidarlos” de la misma manera en que ella ha sido cuidada en los últimos ocho meses.
Viajero de tiempo completo
Jorge Zetter se enamoró de los viajes después de una experiencia de un mes y medio en Líbano, a donde se fue con la intención de conocer el lugar de origen de sus antepasados. En ese entonces todavía no existía Couchsurfing, pero la generosidad de las de las personas que se encontró en el trayecto causó un gran impacto positivo en este tapatío de 33 años.
De la red de viajeros se enteró tiempo después, gracias a una pareja de argentinos que conoció en el sureste de México. Sin embargo, su verdadera activación como miembro comenzó cuando decidió iniciar un viaje por Sudamérica: solo y durante seis meses.
Según Zetter, el 90 por ciento de las noches de aquella aventura durmió en las casas de los locales en Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y Paraguay, lo cual no sólo le permitió ahorrarse el dinero de los hoteles y extender el tiempo de su viaje, sino que también significó compañía, nuevos amigos y un conocimiento más profundo de la cultura y las formas de vida en el sur.
De regreso en Guadalajara y con un departamento propio en el centro de la ciudad, Jorge empezó a recibir personas de los cinco continentes por unas cuantas noches, y lo sigue haciendo hasta la fecha. Al conocer gente nueva y cambiar la rutina, el arquitecto asegura que es posible mantener la actitud de viajero sin necesidad de desplazarse largas distancias.
Cuando su trabajo como comerciante de ropa le deja tiempo libre, Jorge acompaña a sus huéspedes a hacer el tour de los principales atractivos turísticos tapatíos, les presenta algún bar con buena música o se los lleva a lugares cercanos como las playas de Nayarit y Jalisco. En otras ocasiones no es posible ofrecer un sillón -como en los últimos meses, cuando Jorge se convirtió en papá por primera vez-, pero casi siempre está dispuesto a encontrarse con los visitantes nacionales y extranjeros, orientarlos, y pasar con ellos un buen rato.
Únete de la red
Para darse de alta como usuario de Couchsurfing, basta con ingresar al sitio ( www.couchsurfing.org) y seguir las instrucciones para crear un perfil. Luego hay que buscar los foros de la propia ciudad o las que se planean visitar, para encontrar nuevos amigos dispuestos a compartir experiencias.
EL INFORMADOR / EUGENIA COPPEL
Alejandro Alatorre Warren y Marianela nunca se habían visto antes, pero intercambiaron algunos correos y vieron sus fotos en sus perfiles de Couchsurfing. Gracias a la red global de viajeros, la boliviana de 30 años se enteró que -como ella- Alejandro también es ingeniero electrónico; que es aficionado a la fotografía y uno de los miembros más activos de la comunidad de “couchsurfers” en la ciudad.
Él supo que Marianela es amante de las artes y la naturaleza, que es investigadora en educación ambiental y que sus anfitriones anteriores -en países como Guatemala, Nicaragua, Costa Rica, Panamá y Colombia- la describen como una chica simpática, positiva y de gran corazón. Fue así como Alejandro accedió a hospedar a Marianela en el sillón de su sala durante cuatro noches.
Conexiones como estas suceden a diario en más de 100 mil ciudades del planeta gracias a la plataforma en línea de Couchsurfing, un proyecto capaz de devolver la fe en la humanidad hasta al más escéptico y pesimista. Sin esperar nada a cambio, los más de 6 millones de miembros están dispuestos a recibir en sus sillones a uno o varios trotamundos desconocidos, e incluso fungir como guías de turistas en su propia ciudad. Además de hacer nuevos amigos y conocer otras culturas sin necesidad de salir de casa, los anfitriones saben que su hospitalidad se verá recompensada en futuros viajes.
La idea inicial de esta red basada en la confianza surgió en 1999, cuando Casey Fenton compró un vuelo barato de Boston a Reikiavik para aprovechar un fin de semana largo. Sin ganas de hospedarse en un hotel y explorar la ciudad a la manera tradicional de los turistas, Fenton envió un correo a mil 500 estudiantes de la Universidad de Islandia solicitando un sillón para dormir, y de ser posible, islandeses dispuestos a mostrarle los sitios interesantes que difícilmente encontraría en una guía. Después de recibir más de 50 ofertas de alojamiento y tener un viaje como ningún otro, el joven convocó un grupo de profesionales para desarrollar la plataforma en línea que se convertiría en un sitio público en enero de 2004.
El procedimiento para unirse a esta red social es relativamente sencillo. Como en cualquier otra, lo primero es crearse un perfil para sí mismo, donde además de una o varias fotos, el usuario debe expresar ampliamente sus gustos e intereses, hablar de su filosofía de vida y su trayectoria, enlistar sus libros, películas y discos preferidos, dar su opinión acerca de Couchsurfing y nombrar los lugares que ha visitado. Allí mismo se encuentran las referencias que otros “surfeadores de sillones” han escrito acerca del usuario, ya sea que lo hayan conocido como huésped, como anfitrión o como parte de la comunidad local de surfers.
Todo esto contribuye a crear un ambiente de seguridad, que casi siempre es la primera preocupación de quienes se enteran de la existencia de Couchsurfing. El sitio con sede en San Francisco lo deja muy claro a sus usuarios: si alguien no parece confiable por cualquier razón, es mejor rechazar su solicitud aunque parezca rudo; además hay que procurar comunicarse únicamente a través de la plataforma y leer con atención los perfiles de viajeros y anfitriones.
De esta manera, las experiencias negativas son raras o nulas. A Jorge Zetter, couchsurfer tapatío, lo más que le ha tocado son huéspedes que se molestan porque no puede acompañarlos en su tour por la ciudad. En el extremo contrario, cuando estuvo viajando por Brasil, le tocó que una pareja en Río de Janeiro le dejara su casa para él solo durante una semana, con comida y hasta las llaves del coche.
Al día de hoy, en el grupo en línea de couchsurfers de Guadalajara, hay 7,538 miembros. Algunos entre ellos son bastante activos, ya que no solamente están para hospedar a los visitantes, sino que integran una comunidad de amigos que se reúnen cada semana, organizan viajes a las cercanías de la ciudad, hacen clubs de conversación para practicar algún idioma y siempre están abiertos a recibir nuevos integrantes.
Las mejores historias
Hay de couchsurfers a couchsurfers. Mientras que algunos pueden mantener un perfil sin involucrarse demasiado, otros han sacado el máximo provecho de la red: han convertido el viaje en su forma de vida y comparten sus experiencias por medio de blogs, videos o páginas de Facebook.
Algunas de las mejores historias son difundidas a través del propio sitio. Por ejemplo la del estadounidense Ben Jamin, quien quiso transformar la idea de Couchsurfing en un proyecto móvil. Después de casi tres años de estar viajando se encontró en Santiago de Chile, y fue ahí que decidió cruzar el continente americano en una vieja combi remodelada. Para lograrlo, recibió un préstamo de otro miembro de la red a quien tenía sólo dos días de haber conocido y anunció en su perfil que podría hospedar a otros viajeros dispuestos a acompañarlo en el trayecto.
El viaje de Ben y los que se han unido a él por periodos variables de tiempo, se puede seguir a través de la página de Facebook “Hasta Alaska”. Ahí se lee que en casi dos años de aventura han pasado por toda clase de experiencias: “tuvimos que reconstruir siete veces el motor de la combi, atravesamos los Andes en muchas ocasiones, presenciamos un asesinato, un policía nos ofreció drogas duras, chocamos contra un camión, nos quedamos parados en un río de Bolivia, y adoptamos como mascotas a un pollito ecuatoriano y a un perrito peruano”.
Actualmente, la combi y sus tripulantes se encuentran en Tapachula, Chiapas.
Más que un sillón para dormir
Entre los más activos del grupo de Guadalajara, está Alejandro Alatorre Warren: siempre pendiente de los viajeros que solicitan alojamiento o compañía en el foro, y muy seguido organizando eventos para reunirse con los couchsurfers locales o fuereños que estén por la ciudad.
Desde que conoció la red, hace cuatro años, lo primero que piensa antes de hacer un viaje es contactar con los miembros de las comunidades de otras ciudades: “porque normalmente es gente que le gusta viajar, de mente abierta, y que comulga con muchas cosas de las que yo creo”, contó el ingeniero y fotógrafo aficionado de 32 años.
Para él, la experiencia de Couchsurfing tiene que ver más con las vivencias que pueda compartir con los “amigos que aún no conoce” -como suelen decir los organizadores en el sitio- que con ahorrarse algo de dinero. Si además estas personas están dispuestas a compartir su espacio, Alex lo ve como un beneficio extra.
“Porque no solo es cuestión de que te hospeden, sino que va más allá. Es llegar con alguien, compartir algo, que te enseñe su ciudad, cosas que no vas a poder descubrir tú como turista, ya sea por barreras del idioma o porque están escondidas”, contó Alatorre Warren, quien asegura que la clave para dar con la persona correcta es que exista una conexión desde los correos intercambiados.
Como viajero empezó a usar Couchsurfing en una visita por Europa. Posteriormente, cuando vivió un año en Japón para cursar una especialidad, el sitio se convirtió en su mejor aliado para conocer personas en una cultura por completo diferente. También ha sido huésped en muchas ciudades de México y Estados Unidos, y constantemente abre las puertas de su departamento en Guadalajara, ubicado cerca de Plaza del Sol.
De placer y de trabajo
Marianela Laura salió de Bogotá el pasado 25 de diciembre, y desde entonces ha recorrido miles de kilómetros por tierra. Además de disfrutar un viaje por distintas ciudades latinoamericanas, su intención es recabar información para un proyecto de educación ambiental que iniciará cuando regrese a Bolivia, su país natal.
Esta amante de la naturaleza no sólo ha utilizado la red Couchsurfing para viajar, sino que en su trayecto también ha contactado con otras organizaciones similares, por ejemplo, una que ofrece comida y alojamiento en granjas ecológicas a cambio de trabajo voluntario (WWOOF).
Una de sus metas principales desde que comenzó la aventura era llegar hasta la sede de la Comunidad Biointensiva, en Querétaro, a la que Marianela describe como una red donde “se comparten los saberes de la Tierra”. Ahora que lo logró, hace apenas algunas semanas, la investigadora comenzará su regreso a Colombia de la misma manera en que llegó hasta Guadalajara.
A ella le gusta viajar sin prisas, buscar a sus coterráneos bolivianos en cada ciudad, y participar en diversas actividades culturales. Cuando estuvo en la Ciudad de México, por ejemplo, visitó la UNAM, donde se enteró que estaba a punto de celebrarse el Tercer Festival de las Culturas del Mundo. Como no vio a Bolivia en el programa y ella conoce bien el baile folclórico de su país, no tardó en sugerir una presentación y reunir un grupo de bailarines mexicanos para enseñarlos.
Fue en Bogotá donde se enteró acerca de Couchsurfing, y desde entonces solamente ha utilizado la red como huésped. Pero tiene planes próximos de instalarse nuevamente en La Paz, y una de las primeras cosas que hará es arreglar su espacio para poder recibir muchos viajeros, y “cuidarlos” de la misma manera en que ella ha sido cuidada en los últimos ocho meses.
Viajero de tiempo completo
Jorge Zetter se enamoró de los viajes después de una experiencia de un mes y medio en Líbano, a donde se fue con la intención de conocer el lugar de origen de sus antepasados. En ese entonces todavía no existía Couchsurfing, pero la generosidad de las de las personas que se encontró en el trayecto causó un gran impacto positivo en este tapatío de 33 años.
De la red de viajeros se enteró tiempo después, gracias a una pareja de argentinos que conoció en el sureste de México. Sin embargo, su verdadera activación como miembro comenzó cuando decidió iniciar un viaje por Sudamérica: solo y durante seis meses.
Según Zetter, el 90 por ciento de las noches de aquella aventura durmió en las casas de los locales en Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y Paraguay, lo cual no sólo le permitió ahorrarse el dinero de los hoteles y extender el tiempo de su viaje, sino que también significó compañía, nuevos amigos y un conocimiento más profundo de la cultura y las formas de vida en el sur.
De regreso en Guadalajara y con un departamento propio en el centro de la ciudad, Jorge empezó a recibir personas de los cinco continentes por unas cuantas noches, y lo sigue haciendo hasta la fecha. Al conocer gente nueva y cambiar la rutina, el arquitecto asegura que es posible mantener la actitud de viajero sin necesidad de desplazarse largas distancias.
Cuando su trabajo como comerciante de ropa le deja tiempo libre, Jorge acompaña a sus huéspedes a hacer el tour de los principales atractivos turísticos tapatíos, les presenta algún bar con buena música o se los lleva a lugares cercanos como las playas de Nayarit y Jalisco. En otras ocasiones no es posible ofrecer un sillón -como en los últimos meses, cuando Jorge se convirtió en papá por primera vez-, pero casi siempre está dispuesto a encontrarse con los visitantes nacionales y extranjeros, orientarlos, y pasar con ellos un buen rato.
Únete de la red
Para darse de alta como usuario de Couchsurfing, basta con ingresar al sitio ( www.couchsurfing.org) y seguir las instrucciones para crear un perfil. Luego hay que buscar los foros de la propia ciudad o las que se planean visitar, para encontrar nuevos amigos dispuestos a compartir experiencias.
EL INFORMADOR / EUGENIA COPPEL