Suplementos
Cortinas de humo
Las teorías de la conspiración seguirán siendo asiduas visitantes de las redes sociales y las conversaciones de café, mientras los gobiernos se nieguen a ser transparentes
GUADALAJARA, JALISCO (17/ENE/2016).- Las teorías de la conspiración resultan tan eficaces porque dan la apariencia de ser infalibles. ¿Cómo demuestra usted que el Gobierno Federal no capturó al Chapo con la única intención de tapar su ineptitud en las investigaciones sobre Ayotzinapa? ¿Qué argumento podría desmentir la idea de que Enrique Peña Nieto necesitaba urgentemente a Guzmán Loera ante un dólar que se encarece más cada día? El encanto de estas narrativas está íntimamente relacionado a su infalibilidad; son ideas absurdas, pero que son imposibles de desmentir —tampoco de probar—. Ya sea porque descubren las verdaderas motivaciones de Obama al abatir a Osama Bin Laden o porque nos ilustran a aquellos que no nos damos cuenta que Pablo Escobar nunca murió, que Hitler pactó su supervivencia con los Estados Unidos a cambio de información y que el Opus Dei controla el mundo a través de su red de contactos en las más altas esferas de la curia.
Las teorías de la conspiración parten de una idea que parece simple, pero que esconde toda una concepción sobre la realidad: el convencimiento de que el mundo que vemos, que analizamos y que discutimos, es un mundo creado por intereses que no podemos comprender. Intereses invisibles que se mueven en la sombra y que son inalcanzables para la corta mente de los ingenuos. Todo es un gran teatro de operaciones, la política es la más acabada de las puestas en escena. Los poderosos del mundo, sean estos capos del narcotráfico o presidentes de naciones periféricas, se confabulan para vendernos una cortina de humo que esconde de la lente pública lo inconfesable de sus intereses. No importa la ideología de unos y de otros, el poder siempre actúa cohesionado y con el único impulso de conservarlo y ampliarlo. Los conspirólogos entienden que la realidad no depende de la actuación de usted o de la mía, sino que todo es un cálculo racional del “poder”, que mueve al mundo de la política, de la economía y de la sociedad, tal cual se desplazan a las fichas en un tablero de ajedrez. Los conspirólogos son al final el pesimismo llevado al extremo. La realidad es ficción pura, la gran pantalla que esconde el atraco que se mueve en lo subterráneo.
Lo que resulta llamativo es la contradicción sustancial en la que caen los elucubradores de estas versiones. Por un lado, en las redes sociales no se cansan de repetirnos que tenemos a un Presidente que raya en la ineptitud, incapaz de construir un discurso medianamente sólido y desprovisto de virtudes para manejar este país. Sin embargo, cuando emiten sus profundas reflexiones sobre las verdaderas motivaciones de los acontecimientos, parecería que el Gobierno Federal es omnipotente, que cuenta con tanta habilidad como para imponernos a todos una versión de los hechos cuando se siente acorralado por el precio del petróleo o por la escalada del dólar. Son ineptos para gobernar, de acuerdo a los conspirólogos, pero innegablemente hábiles para engañar a la opinión pública y controlar nuestras mentes. Peña Nieto podrá tener todos los problemas del mundo, pero es capaz de moldear la realidad, mover las piezas del ajedrez político y social, y entretejer una conspiración con el Gobierno de Estados Unidos, la CIA y hasta la DEA, para que los mexicanos no hablemos de la devaluación del peso. A esos extremos llegan los conspirólogos, a pensar que el Presidente es capaz de alterar la realidad y manipular los hechos, cuando le conviene.
Asimismo, las grandes teorías sobre las cortinas de humo dependen de que sus defensores partan de la existencia una sociedad hueca, ingenua y dispuesta a tragarse todo lo que ve en la televisión. Me incomoda la percepción que tienen de los ciudadanos aquellos que hacen de la cortina de humo, su explicación a cualquier suceso que cimbra a la opinión pública. Y es que detrás de la captura del Chapo o de la historia de amistad y colusión entre Kate del Castillo y Joaquín Guzmán Loera, o hasta de un partido de futbol, siempre habrá para los conspirólogos una sociedad dispuesta a enajenarse. Una sociedad tan absurdamente acrítica que compra cualquier versión, por infantil o incompleta que sea. Quienes nos alertan a entender que detrás de la captura del Chapo está la intención presidencial de que olvidemos la devaluación del peso o que el petróleo está tocando mínimos en la última década, asume que la ciudadanía es tan maleable e influenciable, que pica cualquier anzuelo que lanza el Gobierno.
Me resulta increíble que sean tan ignorantes sobre la auténtica idiosincrasia de la sociedad mexicana. Los estudios comparativos sobre confianza institucional, dejan en claro que la opinión pública mexicana se encuentra muy lejos de ser influenciable por la versión que las autoridades dan sobre hechos polémicos. De acuerdo a la encuestadora Buendía y Laredo, 58% de los mexicanos cree que Mario Aburto “siguió órdenes” para asesinar a Luis Donaldo Colosio. Sólo 12% da por buena la versión oficial. O en el caso de Ayotzinapa, 64% no cree en la famosa “verdad histórica” del Gobierno Federal. Así, podríamos ir una a una de las versiones oficiales sobre acontecimientos históricos y nos daremos cuenta que son muy poquitos los que terminan creyendo en la narrativa oficial.
La desconfianza no es algo exclusivo de los mexicanos. Estados Unidos, uno de los países institucionalmente más sólidos en el mundo y con gobiernos realmente sometidos a un exhaustivo proceso de rendición de cuentas, es preso de alocadas teorías de la conspiración cada que sus gobernantes revelan ciertos acontecimientos. Sin embargo, en pocos países, la confianza sobre las autoridades es tan baja como en México. La ciudadanía en México es mucho más crítica de lo que se suele aceptar. La desconfianza en los gobiernos es un incentivo para la aparición de una sociedad civil no conformista y un periodismo crítico, fundamentales para la democracia. Sin embargo, la desconfianza excesiva también puede resultar nociva. Rompe cualquier esbozo de colaboración entre ciudadanía y Gobierno, nos impide construir sociedades con mayores niveles de cooperación y, como en el caso de México, dificulta la posibilidad de alcanzar una narrativa común sobre los hechos. Ni los datos o indicadores nacionales, aplaudidos por su solidez en el plano internacional, son avalados por la mayoría de los mexicanos.
Sin embargo, como todo rasgo de la cultura política de una sociedad, la historia es un valioso baúl de explicaciones. En México, nos hemos acostumbrado a que los gobiernos nos mientan. Y más aún, durante los años del autoritarismo en pleno, sólo las versiones que nacían de la fantasía, de la imaginación y de la valiente pluma de algún periodista insubordinado, nos daban pistas sobre la realidad. No lo podemos negar, la opacidad es la motivación de la imaginación; eso que está prohibido, escondido por las autoridades, es objeto de deseo público. Nuestra historia política es también un largo recorrido sobre el ocultamiento, la tragedia y las medias verdades —o a veces mentiras completas— de los funcionarios públicos. Por ello, en México, la ciudadanía no compra ninguna versión; es más, creer en lo que dicen las autoridades el acto más irresponsable de ingenuidad.
En paralelo a esta concepción de la realidad como un tablero de ajedrez que manipulan a su antojo los poderosos y la idea de una sociedad que se traga cualquier versión, los conspirólogos, los amantes de las “cortinas de humo” son también acérrimos críticos del principio filosófico llamado “la Navaja de Ockham”. Dicho principio se resume así: “en igualdad de condiciones, con las mismas consecuencias sobre la realidad, la teoría más simple tiene más posibilidad de ser la real”. Es decir, cuando nos situamos en la realidad, y para analizar precisamente la motivación detrás de la re-recaptura del Chapo, nos deberíamos de preguntar de acuerdo a este principio: ¿Es la captura del Chapo una cortina de humo eficaz para que los mexicanos olvidemos súbitamente las condiciones económicas del país o la corrupción que acecha al Gobierno Federal? ¿No será que la explicación más simple es que Peña Nieto lo capturó para, sino corregir, al menos atenuar el ridículo mundial de su fuga? Entre la conspiración para frenar el debate sobre el tipo de cambio y la apuesta de un Gobierno por un limpiar un error histórico, la verdad es que me quedo con la segunda.
Y es que la eficacia de estos golpes está sobreestimada en una buena parte de la opinión pública. Recordemos que en la primera captura del Chapo, la de 2013, el trofeo político le duró un suspiro al Presidente de la República. Tras la “hazaña”, la discusión de la reforma energética y de la reforma fiscal, lastimaron innegablemente la figura de Enrique Peña Nieto. Capturar al Chapo no significó más de dos puntos porcentuales en su aprobación, ni tampoco fue un somnífero para que los mexicanos olvidaran los grandes problemas nacionales. Así, otra vez los conspirólogos olvidan que estos golpes mediáticos son cada vez más ineficaces, no son útiles para cambiar la percepción sobre un Gobierno y el margen de maniobra política que otorgan es momentáneo. Los “quinazos”, siguen desatando seducciones entre la clase política, pero no son ninguna cortina de humo para esconder ningún problema nacional.
La re-re-recaptura del Chapo significó la proliferación de tantas y tantas versiones, algunas son para desatar carcajadas, que nos demuestran el nivel de desconfianza hacia las autoridades que existe en nuestra sociedad. Las teorías de la conspiración seguirán siendo asiduas visitantes de las redes sociales y las conversaciones de café, mientras los gobiernos se nieguen a ser transparentes y a permitirnos acceder a todos los elementos informativos para hacernos un juicio certero de los acontecimientos. Mientras tanto sucede esto, no habrá un solo suceso mundial que no impulse a algún talentoso activista de las redes sociales a opinar que todo es simplemente “una cortina de humo”.
Las teorías de la conspiración parten de una idea que parece simple, pero que esconde toda una concepción sobre la realidad: el convencimiento de que el mundo que vemos, que analizamos y que discutimos, es un mundo creado por intereses que no podemos comprender. Intereses invisibles que se mueven en la sombra y que son inalcanzables para la corta mente de los ingenuos. Todo es un gran teatro de operaciones, la política es la más acabada de las puestas en escena. Los poderosos del mundo, sean estos capos del narcotráfico o presidentes de naciones periféricas, se confabulan para vendernos una cortina de humo que esconde de la lente pública lo inconfesable de sus intereses. No importa la ideología de unos y de otros, el poder siempre actúa cohesionado y con el único impulso de conservarlo y ampliarlo. Los conspirólogos entienden que la realidad no depende de la actuación de usted o de la mía, sino que todo es un cálculo racional del “poder”, que mueve al mundo de la política, de la economía y de la sociedad, tal cual se desplazan a las fichas en un tablero de ajedrez. Los conspirólogos son al final el pesimismo llevado al extremo. La realidad es ficción pura, la gran pantalla que esconde el atraco que se mueve en lo subterráneo.
Lo que resulta llamativo es la contradicción sustancial en la que caen los elucubradores de estas versiones. Por un lado, en las redes sociales no se cansan de repetirnos que tenemos a un Presidente que raya en la ineptitud, incapaz de construir un discurso medianamente sólido y desprovisto de virtudes para manejar este país. Sin embargo, cuando emiten sus profundas reflexiones sobre las verdaderas motivaciones de los acontecimientos, parecería que el Gobierno Federal es omnipotente, que cuenta con tanta habilidad como para imponernos a todos una versión de los hechos cuando se siente acorralado por el precio del petróleo o por la escalada del dólar. Son ineptos para gobernar, de acuerdo a los conspirólogos, pero innegablemente hábiles para engañar a la opinión pública y controlar nuestras mentes. Peña Nieto podrá tener todos los problemas del mundo, pero es capaz de moldear la realidad, mover las piezas del ajedrez político y social, y entretejer una conspiración con el Gobierno de Estados Unidos, la CIA y hasta la DEA, para que los mexicanos no hablemos de la devaluación del peso. A esos extremos llegan los conspirólogos, a pensar que el Presidente es capaz de alterar la realidad y manipular los hechos, cuando le conviene.
Asimismo, las grandes teorías sobre las cortinas de humo dependen de que sus defensores partan de la existencia una sociedad hueca, ingenua y dispuesta a tragarse todo lo que ve en la televisión. Me incomoda la percepción que tienen de los ciudadanos aquellos que hacen de la cortina de humo, su explicación a cualquier suceso que cimbra a la opinión pública. Y es que detrás de la captura del Chapo o de la historia de amistad y colusión entre Kate del Castillo y Joaquín Guzmán Loera, o hasta de un partido de futbol, siempre habrá para los conspirólogos una sociedad dispuesta a enajenarse. Una sociedad tan absurdamente acrítica que compra cualquier versión, por infantil o incompleta que sea. Quienes nos alertan a entender que detrás de la captura del Chapo está la intención presidencial de que olvidemos la devaluación del peso o que el petróleo está tocando mínimos en la última década, asume que la ciudadanía es tan maleable e influenciable, que pica cualquier anzuelo que lanza el Gobierno.
Me resulta increíble que sean tan ignorantes sobre la auténtica idiosincrasia de la sociedad mexicana. Los estudios comparativos sobre confianza institucional, dejan en claro que la opinión pública mexicana se encuentra muy lejos de ser influenciable por la versión que las autoridades dan sobre hechos polémicos. De acuerdo a la encuestadora Buendía y Laredo, 58% de los mexicanos cree que Mario Aburto “siguió órdenes” para asesinar a Luis Donaldo Colosio. Sólo 12% da por buena la versión oficial. O en el caso de Ayotzinapa, 64% no cree en la famosa “verdad histórica” del Gobierno Federal. Así, podríamos ir una a una de las versiones oficiales sobre acontecimientos históricos y nos daremos cuenta que son muy poquitos los que terminan creyendo en la narrativa oficial.
La desconfianza no es algo exclusivo de los mexicanos. Estados Unidos, uno de los países institucionalmente más sólidos en el mundo y con gobiernos realmente sometidos a un exhaustivo proceso de rendición de cuentas, es preso de alocadas teorías de la conspiración cada que sus gobernantes revelan ciertos acontecimientos. Sin embargo, en pocos países, la confianza sobre las autoridades es tan baja como en México. La ciudadanía en México es mucho más crítica de lo que se suele aceptar. La desconfianza en los gobiernos es un incentivo para la aparición de una sociedad civil no conformista y un periodismo crítico, fundamentales para la democracia. Sin embargo, la desconfianza excesiva también puede resultar nociva. Rompe cualquier esbozo de colaboración entre ciudadanía y Gobierno, nos impide construir sociedades con mayores niveles de cooperación y, como en el caso de México, dificulta la posibilidad de alcanzar una narrativa común sobre los hechos. Ni los datos o indicadores nacionales, aplaudidos por su solidez en el plano internacional, son avalados por la mayoría de los mexicanos.
Sin embargo, como todo rasgo de la cultura política de una sociedad, la historia es un valioso baúl de explicaciones. En México, nos hemos acostumbrado a que los gobiernos nos mientan. Y más aún, durante los años del autoritarismo en pleno, sólo las versiones que nacían de la fantasía, de la imaginación y de la valiente pluma de algún periodista insubordinado, nos daban pistas sobre la realidad. No lo podemos negar, la opacidad es la motivación de la imaginación; eso que está prohibido, escondido por las autoridades, es objeto de deseo público. Nuestra historia política es también un largo recorrido sobre el ocultamiento, la tragedia y las medias verdades —o a veces mentiras completas— de los funcionarios públicos. Por ello, en México, la ciudadanía no compra ninguna versión; es más, creer en lo que dicen las autoridades el acto más irresponsable de ingenuidad.
En paralelo a esta concepción de la realidad como un tablero de ajedrez que manipulan a su antojo los poderosos y la idea de una sociedad que se traga cualquier versión, los conspirólogos, los amantes de las “cortinas de humo” son también acérrimos críticos del principio filosófico llamado “la Navaja de Ockham”. Dicho principio se resume así: “en igualdad de condiciones, con las mismas consecuencias sobre la realidad, la teoría más simple tiene más posibilidad de ser la real”. Es decir, cuando nos situamos en la realidad, y para analizar precisamente la motivación detrás de la re-recaptura del Chapo, nos deberíamos de preguntar de acuerdo a este principio: ¿Es la captura del Chapo una cortina de humo eficaz para que los mexicanos olvidemos súbitamente las condiciones económicas del país o la corrupción que acecha al Gobierno Federal? ¿No será que la explicación más simple es que Peña Nieto lo capturó para, sino corregir, al menos atenuar el ridículo mundial de su fuga? Entre la conspiración para frenar el debate sobre el tipo de cambio y la apuesta de un Gobierno por un limpiar un error histórico, la verdad es que me quedo con la segunda.
Y es que la eficacia de estos golpes está sobreestimada en una buena parte de la opinión pública. Recordemos que en la primera captura del Chapo, la de 2013, el trofeo político le duró un suspiro al Presidente de la República. Tras la “hazaña”, la discusión de la reforma energética y de la reforma fiscal, lastimaron innegablemente la figura de Enrique Peña Nieto. Capturar al Chapo no significó más de dos puntos porcentuales en su aprobación, ni tampoco fue un somnífero para que los mexicanos olvidaran los grandes problemas nacionales. Así, otra vez los conspirólogos olvidan que estos golpes mediáticos son cada vez más ineficaces, no son útiles para cambiar la percepción sobre un Gobierno y el margen de maniobra política que otorgan es momentáneo. Los “quinazos”, siguen desatando seducciones entre la clase política, pero no son ninguna cortina de humo para esconder ningún problema nacional.
La re-re-recaptura del Chapo significó la proliferación de tantas y tantas versiones, algunas son para desatar carcajadas, que nos demuestran el nivel de desconfianza hacia las autoridades que existe en nuestra sociedad. Las teorías de la conspiración seguirán siendo asiduas visitantes de las redes sociales y las conversaciones de café, mientras los gobiernos se nieguen a ser transparentes y a permitirnos acceder a todos los elementos informativos para hacernos un juicio certero de los acontecimientos. Mientras tanto sucede esto, no habrá un solo suceso mundial que no impulse a algún talentoso activista de las redes sociales a opinar que todo es simplemente “una cortina de humo”.