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A propósito de un libro
Un rápido vistazo por la obra 'Agua dura' del escritor español Sergi Bellver
“Agua dura”, libro de relatos que se presentó el pasado jueves en el Museo del Periodismo y las Artes Gráficas (Mupag) no es, desde luego, lo primero que ha escrito Bellver y sin embargo sí lo primero que dio a la imprenta. Uno presiente una carnicería, allí, agazapada. El nacimiento y muerte de relatos que no llegaron al libro, la brutal transformación de los que sí aparecen. La redondez formal y verbal de muchos de los textos, su fraseo satisfactorio y sorprendente, su minuciosa selección de palabras, signos, silencios, hablan del largo y filosófico sacrificio al que sometió a los textos antes de darlos por terminados.
Hay cuentos allí que son ejemplos claros de los amplios alcances contemporáneos de la narrativa: relatos plásticos, visuales, cinematográficos casi, pero de gran pericia verbal, narrados con sobriedad y malicia y una paciencia de predador. Porque incluso cuando Bellver elige contarlo todo en unas pocas líneas, como en los brevísimos “La manada” o “Deseos de ser Dimitri”, hay en su estilo una morosidad para aguantar y asestar los golpes luego, en el momento preciso. Alguien ha comparado esa estrategia de noqueador de su prosa con la de un pugilista. Me parece justo si no olvidamos que un boxeador, como quiso Cassius Clay, es también un bailarín.
Además de los ya mencionados, los cuentos que llevan por títulos “Islandia”, “Los ojos de Sarah”, “En la boca del otro”, “Pájaros que llegan de Moscú” y “Propiedad privada” son tan vivos, afilados y sugerentes que uno los termina con la impresión de haber leído una novela condensada en un puñado de páginas. Están escritos con un lenguaje preciso y oportuno, por una mano y una mirada que, habiendo bebido literatura y suelo español, no son de ningún modo hermética y privativamente españolas. Están escritos por un autor químicamente, repito, ruso y como de otra era, por alguien que uno imagina retándose a duelo por honor, escribiendo poemas fatídicos al borde de un lago desolado, padeciendo las cortes y los palcos de la ciudad con una sonrisa y una mueca de cansancio que es pura literatura. “Agua dura” es todo esto y además todo aquello que no se alcanza a ver, porque uno, me temo, no acaba nunca de conocer a Sergi Bellver.