Lo mismo diputados federales que senadores, han dado muestras de una deprimente ausencia de sensatez y de mesura, exhibiendo malsanas codicias partidistas y neuróticas apetencias de poder, aún sobre los intereses superiores de la nación. Tal parece que todo está podrido desde dentro, aún las mismas convicciones que en no pocos casos son permutadas por un triste pragmatismo convenenciero.
La consabida sentencia de que olvidar experiencias históricas nos condenan a repetirlas, traen a nuestra memoria oscuras páginas de nuestro pasado, en las que inflexibles fanatismos políticos y religiosos cobraron su cuota usurera de sangre. Sería irresponsable olvidar que a mediados del siglo XIX, maniqueísmos liberales y conservadores costaron a la nación más de la mitad de su territorio. Recordemos 1847.
El controvertido teólogo Malbene ha dicho: "Los hombres más peligrosos que hay son los que dicen hablar en nombre de Dios. Alejémonos de los profetas vociferantes, de los predicadores estentóreos; huyamos de quienes creen tener una franquicia otorgada por la divinidad. En nombre de Dios sólo pueden hablar sus creaturas: las estrellas, las flores, el diminuto insecto, las aves, el mar... En ellos está la palabra divina".
Simón Bolívar pronunció una frase que mucho inquietó al laureado escritor colombiano Gabriel García Márquez, que le siguió la pista durante meses para aclarar su significado. La frase en cuestión es: "Me hicieron quedar como el diván de Constantinopla". Ciertamente, en Constantinopla se conserva un diván que un sultán prestaba a sus allegados para hacer el amor, de modo que el diván de Constantinopla era lo más deshonrado que podía haber.
FLAVIO ROMERO DE VELASCO / Licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras.
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