Instituciones varadas

Desde el Poder Legislativo —cuya función primordial debería ser la de servir de contrapeso en el ejercicio del poder público— se ha podido confirmar estos días que las instituciones fundamentales de la República están corroídas y sin alma.
Primero fue Carlos Ahumada con su libro, donde —independientemente de su condición controvertida— escribe de hechos estremecedores para el país, hasta ahora irrefutables; un ex presidente (Carlos Salinas) interactúa con hombres del primer círculo del poder presidencial foxista para mediante una confabulación tratar de “matar políticamente” al desde entonces principal opositor político del país (Andrés Manuel López Obrador).
Y ninguna institución dice nada. Todos se hacen los sordos; los tiololos. Desde el Presidente de la República hasta el Congreso de la Unión como tal, pasando por los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Y Televisa también, por supuesto; éste un poder fáctico que en múltiples ocasiones ha hecho demostraciones de mayor fuerza que los poderes constitucionales.
Ahora fue el ex presidente Miguel de la Madrid, quien en una entrevista de carácter histórico que le hizo la multiafamada Carmen Aristegui, ha denunciado que su sucesor, el mismo Carlos Salinas de Gortari, se robó la mitad de la partida secreta, permitió que familiares suyos se enriquecieran mediante el tráfico de influencias, mediante negocios con Pemex y mediante negociaciones con narcotraficantes.
Y otra vez, el silencio de las instituciones se ha vuelto a escuchar estruendosamente. Tanto el Senado de la República como la Cámara de Diputados nada han dicho como tales. Ningún pronunciamiento institucional. Como tampoco los ha habido del lado de los otros dos poderes de la Unión: el Ejecutivo, cuyo titular es Felipe Calderón, y el Judicial. Repitieron la táctica: hacerse los desentendidos, como si nadie los estuviera mirando. Como si los hechos en que se involucra a Carlos Salinas fueran unas gracias. Instituciones que están para vigilar el rumbo de la República se han sumido en un sopor que escuece sin duda al ciudadano de a pie.
Es inaudito que el principal jefe político del país, el ocupante de Los Pinos, nada diga absolutamente, cuando el ministerio público federal tendría que seguir de oficio algunas afirmaciones que primero hizo Ahumada y después el señor De la Madrid, independientemente de que ahora la cúpula del PRI pretenda hacerlo pasar por incapaz mental.
Verbigracia: de lo dicho por De la Madrid, la Procuraduría General de la República (PGR) —cuyo primer responsable es el Presidente de la República a través de un encargado, el procurador— tenía que haber atendido, por oficio, el dato de que Raúl Salinas tuvo tratos con narcotraficantes.
De las revelaciones que hizo Ahumada, sobre la relación que sostuvo con el mismo Salinas de Gortari y hombres del foxismo como Santiago Creel, entonces secretario de Gobernación, y Diego Fernández de Cevallos, entonces presidente del Senado de la República, la PGR también habría encontrado elementos (hechos jurídicos) qué perseguir, si lo quisiera.
El Congreso de la Unión —cuyo control, ya se vio, está a cargo de seguidores de Carlos Salinas en el PRI y en el PAN— tampoco ha hecho nada, absolutamente. A Ahumada pretendieron descalificarlo; sin más. A De la Madrid éstos ya lo colocaron olímpicamente en el casillero de los locos, para disimular un poco el dolor de la desjarretada que el ex presidente hizo a Salinas, súbitamente.
Las dos cámaras del Congreso de la Unión tienen entre sus facultades —dentro de la función constitucional de control político de que gozan— la conformación de comisiones especiales y de investigación.
No es la gran cosa, en realidad, este tipo de comisiones, porque al final de cuentas están supeditadas a los controles que de ellas ejercen los coordinadores de los grupos parlamentarios más grandes; en este caso, el PAN, PRI y PRD. Pero algo es algo, dijo un calvo. Como tampoco es la gran cosa la facultad que tienen todas las fuerzas representadas en el Congreso de posicionarse políticamente en torno de algún tema determinado, por la simple razón de que de ahí no pasa: mentarle virtualmente la madre al Ejecutivo federal en los debates, no garantiza a la República que el Ejecutivo vaya a hacer caso a lo que entre comillas le mandatan o sugieren desde el Congreso.
Pues nada de esto se ha atrevido hacer el Congreso. Ni siquiera un posicionamiento como tal, a través de un Punto de Acuerdo. Los que ha habido, son de diputados en lo individual, o de algún coordinador, como ha sido el caso del matemático metido a diputado Javier González Garza.
El PRI y el PAN han demostrado todos estos días un gran miedo a Carlos Salinas. Se han ocupado de evadir responsabilidades que les han surgido a la vera de estas denuncias contra Salinas y ese grupo de panistas (Diego al frente) que han hecho gala de tener muy poca moral.
La debilidad de las instituciones está de manifiesto en el hecho de que nada se ha perseguido de oficio. Los individuos que las controlan se han dedicado a hacer labor urgente de plomería, como ha sido el caso de Emilio Gamboa Patrón, Manlio Fabio Beltrones y el Presidente Felipe Calderón.
Con su accionar subrepticio y silencioso lo único que han hecho es alimentar la afirmación de que Carlos Salinas es el jefe de todos ellos. Tan poderoso sigue siendo el expresidente que televisoras como Televisa han callado —pretendiendo obviar lo evidente— de la manera más vergonzosa, pero sobre todo agraviante para el ciudadano.

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