México
Trigo sin paja
Los integrantes de un depauperado Poder Legislativo, en franco olvido de las formas, las buenas maneras, el derecho vigente, buscan la confrontación abierta con el titular del Poder Ejecutivo, dinamitan la prudencia y la sabiduría como soporte del equilibrio inteligente y civilizado
Los integrantes de un depauperado Poder Legislativo, en franco olvido de las formas, las buenas maneras, el derecho vigente, buscan la confrontación abierta con el titular del Poder Ejecutivo, dinamitan la prudencia y la sabiduría como soporte del equilibrio inteligente y civilizado. El grito destemplado, la renuncia a la cortesía como norma de conducta obligada entre hombres bien nacidos, son ingredientes explosivos que envenenan la relación entre los iguales, bloquean el diálogo nutrido en la razón, atizan las llamas de violencia y tientan a la peligrosa reciprocidad en la confrontación y en la revancha.
Nuestro destino manifiesto y terco ha sido simplemente ser el país del “casi”. Hemos sido una nación casi soberana; tenemos una democracia casi perfecta; somos casi dueños de nuestros recursos naturales, y estamos casi a un paso de ser una nación del primer mundo.
Plutarco, el historiador griego del siglo I d.C., en su célebre libro biográfico “Vidas Paralelas”, dijo: “La vestimenta que baja hasta los pies sirve de estorbo al cuerpo; las riquezas sin medida sirven de estorbo al alma”.
Todos los que tienen un delgado barniz de preparación, luchan enconadamente por incorporarse a ese extraño puchero de rancho que integran quienes a sí mismos se dicen intelectuales.
No es posible en un país moderno, que su presidente pronuncie ocho o 10 discursos al día hasta porque se inaugura una feria del jocoque. Suspender esta costumbre supone también la supresión de rituales tan inútiles como dispendiosos: el acarreo de todo el gabinete por los motivos más baladíes. En estas ocasiones todo se convierte en una feria de vanidades, de acciones y discursos que sólo redundan en beneficio del hablante y en el halago al señor dispensador de todos los bienes, a quien hay que dirigir esas curiosas formas de plegaria que son los discursos de los secretarios de Estado, de los gobernadores y de los legisladores.
El gran escritor hindú Rabindranath Tagore, Premio Nobel de Literatura a principios del siglo pasado, dijo en conmovidas palabras: “No es amigo quien ríe mis risas, sino quien llora mis lágrimas”.
Un gran número de periodistas son evidentemente descendientes de Tomás de Torquemada, ya que, más que críticos, parecen inquisidores.
En plática de sobremesa, un viejo político, con vista a las elecciones próximas y ante la afirmación de uno de los comensales de que éstas pudieran perderse, dijo: “Hasta determinados límites puede llegar la democracia; una cosa es el respeto a la voluntad ciudadana, y otra, muy distinta, perder el poder”.
Nuestro destino manifiesto y terco ha sido simplemente ser el país del “casi”. Hemos sido una nación casi soberana; tenemos una democracia casi perfecta; somos casi dueños de nuestros recursos naturales, y estamos casi a un paso de ser una nación del primer mundo.
Plutarco, el historiador griego del siglo I d.C., en su célebre libro biográfico “Vidas Paralelas”, dijo: “La vestimenta que baja hasta los pies sirve de estorbo al cuerpo; las riquezas sin medida sirven de estorbo al alma”.
Todos los que tienen un delgado barniz de preparación, luchan enconadamente por incorporarse a ese extraño puchero de rancho que integran quienes a sí mismos se dicen intelectuales.
No es posible en un país moderno, que su presidente pronuncie ocho o 10 discursos al día hasta porque se inaugura una feria del jocoque. Suspender esta costumbre supone también la supresión de rituales tan inútiles como dispendiosos: el acarreo de todo el gabinete por los motivos más baladíes. En estas ocasiones todo se convierte en una feria de vanidades, de acciones y discursos que sólo redundan en beneficio del hablante y en el halago al señor dispensador de todos los bienes, a quien hay que dirigir esas curiosas formas de plegaria que son los discursos de los secretarios de Estado, de los gobernadores y de los legisladores.
El gran escritor hindú Rabindranath Tagore, Premio Nobel de Literatura a principios del siglo pasado, dijo en conmovidas palabras: “No es amigo quien ríe mis risas, sino quien llora mis lágrimas”.
Un gran número de periodistas son evidentemente descendientes de Tomás de Torquemada, ya que, más que críticos, parecen inquisidores.
En plática de sobremesa, un viejo político, con vista a las elecciones próximas y ante la afirmación de uno de los comensales de que éstas pudieran perderse, dijo: “Hasta determinados límites puede llegar la democracia; una cosa es el respeto a la voluntad ciudadana, y otra, muy distinta, perder el poder”.