México
La Primera Dama
Portarretrato
En la visita que realizó el Presidente Felipe Calderón a Ciudad Juárez, estuvo siempre a su lado Margarita Zavala, su esposa. Como en cada momento crítico que ha vivido su esposo en el sexenio, lo acompañó con sobriedad y entereza, y recibió junto a él todas las reclamaciones hechas al Mandatario por generalizar que sus hijos asesinados por sicarios del narcotráfico, eran pandilleros. Con un gesto serio asentía con la cabeza los reclamos y asimilaba los golpes. En esa nueva prueba al principal soporte moral del Presidente, lo que la mayoría de la gente no alcanza a ver es que Margarita Zavala, además, es importante jugadora en la política nacional.
Ella no es improvisada como lo fue Marta Sahagún. Tampoco abstraída como Nilda Patricia Velasco, esposa de Ernesto Zedillo o las políticamente discretas Celicia Occelli de Salinas y Paloma Cordero de De la Madrid. Mucho menos aún es como la extravagante Carmen Romano de López Portillo, o la luchadora social María Esther Zuno de Echeverría. La actual primera dama es, de entre todas, la única que antes de llegar a Los Pinos, antes de que su esposo estuviera encumbrado, antes aún de que incluso lo conociera, ya era un cuadro político, formado en la doctrina del PAN y reconocida por sus tutores.
Conservadora por formación, abogada por educación, viene de una familia de panistas, encabezada por su madre Mercedes, indómita potosina, que encaró al arquetipo de los caciques políticos, Gonzalo N. Santos, cuando hacer eso era poner en riesgo la vida.
Llegó al PAN antes de tener la mayoría de edad, y escaló por cargos juveniles. Fue alumna en los cursos de adoctrinamiento, donde uno de sus maestros Manuel J. Clouthier la motivó tanto que fue una activista durante su campaña presidencial en 1988, y se casó con otro instructor, Felipe Calderón.
Pero su mentor fue el ideólogo más reconocido en la etapa contemporánea del PAN, Carlos Castillo Pereza, quien la sumó a su equipo cercano no por consideraciones a su hijo político, Felipe Calderón, sino como alguna vez lo dijo, “por méritos propios”. Su trabajo ha sido intenso, pero ella siempre ha optado por guardar un bajo perfil. En ningún momento antepuso su carrera a la suya, ni pretendió opacarlo. Es bastante más inteligente de lo que una ambición descontrolada puede hacer.
Contrasta la segunda primera dama panista, con la primera que habitó Los Pinos bajo una Administración panista. Hay diferencia en lo cosmético, como la ropa Channel y Escada de Marta Sahagún, contra los rebozos mexicanos de Margarita Zavala; las joyas Cartier de la primera, contra la sobriedad de la segunda; los zapatos Prada de Sahagún frente al calzado que a veces hasta parecen chanclas de Zavala. Y en lo cotidiano, como el mantener a sus hijos en el ámbito de lo privado, contra los de la pareja Fox-Sahagún, habitués de las páginas de las revistas del corazón y las secciones de sociales de los diarios, o la discreción con la que Zavala se reúne todas las semanas con sus amigas de su viejo barrio, mientras Sahagún pujaba siempre por meterse, aunque fuera por la puerta de atrás, en los círculos cerrados de las clases altas mexicanas. Pero la diferencia central con Sahagún y todas sus antecesoras estriba, sobretodo, en el manejo político desde Los Pinos.
Si bien María Esther Zuno fue una activista social con influencia sobre Luis Echeverría, no era una operadora política. Carmen Romano nunca usó el poder con fines políticos, sino abusó de él con fines personales. Marta Sahagún, ambiciosa y trepadora, dominó a Vicente Fox y co gobernó con él. Pero fue tan obscena su forma de hacer política, que sólo antagonizó y creó anticuerpos dentro del Gobierno, que la fueron minando al filtrar a la prensa sus excesos y gastos. Muchos años antes, quizás lo más cercano a lo actual, fue Amalia Solórzano, quien fue un pilar sólido en los momentos más álgidos de la Presidencia de Lázaro Cárdenas, y pieza indispensable en la construcción política de su hijo Cuauhtémoc.
Margarita Zavala es muy diferente a todas ellas, y más efectiva. Amigos viejos de su esposo, son también suyos, y en ocasiones, quizás hasta más cercanos. Se puede discutir, por ejemplo, el caso del secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, a quien conocen desde sus tiempos de universidad en la Escuela Libre de Derecho, donde hay más afinidades ideológicas y profesionales con ella que quizás con el Presidente.
Estuvo a punto de colocar como procurador general a otro viejo amigo --y viejo socio de Gómez Mont--, Julio Esponda, pero conflictos de interés impidieron el nombramiento. Si eso no cuajó, otras piezas claves en la actual Administración calderonista, fueron movimientos de ella.
La señora Zavala fue quien llevó a trabajar a la Cámara de Diputados a una joven sobrina de un viejo amigo, Rodolfo Elizondo, Patricia Flores, a quien incorporó en la campaña presidencial de Calderón para hacer tareas financieras. Cuando inició el Gobierno la llevó a Los Pinos y fue una de sus principales impulsoras para que se convirtiera en la jefa de la Oficina de la Presidencia, que había estado ocupada por Juan Camilo Mouriño y mouriñistas, como el actual secretario de Economía, Gerardo Ruiz Mateos, a quienes siempre vio con cierto desdén. Flores tiene hoy más poder del que jamás tuvo Mouriño, y no hay prácticamente nada de la administración pública que llegue a Los Pinos, que no pase antes por ella.
Otro ejemplo es el del actual secretario de Desarrollo Social, Heriberto Félix, que es una posición de ella, de acuerdo con panistas. Félix está casado con una de las hijas del finado Clouthier, y es una figura relevante en la política en Sinaloa. Pero cuando otro mouriñista, Ernesto Cordero, tuvo que saltar hacia la Secretaría de Hacienda, se llevó a relevarlo al entonces subsecretario de Economía. Félix era el candidato natural del PAN al Gobierno de Sinaloa, con amplias posibilidades de derrotar al PRI, pero su sacrificio sinaloense se puede inscribir en una de esas jugadas políticas de reserva: el Plan B para la Presidencia en 2012. Si los calderonistas naturales se desbarrancan, ¿por qué no una figura eficiente --como ya se lo reconocen gobernadores de oposición-- zavalista?
No será tan fácil, pero es una pregunta aún sin respuesta. Margarita Zavala es una operadora política nata, que aunque no ejerce presión personal para modificar las cosas, como sí hacía la señora Sahagún, su voz tiene un peso real en Los Pinos. El Presidente la escucha, pero no por la dinámica personal, sino por la experiencia política de su esposa, quien ha sido consejera nacional del PAN desde hace 16 años. Pero nadie debe equivocarse. Zavala no co gobierna con Calderón. Es una asesora de lujo para el Presidente, pero su poder es indivisible y, seguramente así seguirá por el resto del sexenio. Zavala, a punto de cumplir 42 años, tiene mucha vida política por delante.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
www.twitter.com/rivapa
Ella no es improvisada como lo fue Marta Sahagún. Tampoco abstraída como Nilda Patricia Velasco, esposa de Ernesto Zedillo o las políticamente discretas Celicia Occelli de Salinas y Paloma Cordero de De la Madrid. Mucho menos aún es como la extravagante Carmen Romano de López Portillo, o la luchadora social María Esther Zuno de Echeverría. La actual primera dama es, de entre todas, la única que antes de llegar a Los Pinos, antes de que su esposo estuviera encumbrado, antes aún de que incluso lo conociera, ya era un cuadro político, formado en la doctrina del PAN y reconocida por sus tutores.
Conservadora por formación, abogada por educación, viene de una familia de panistas, encabezada por su madre Mercedes, indómita potosina, que encaró al arquetipo de los caciques políticos, Gonzalo N. Santos, cuando hacer eso era poner en riesgo la vida.
Llegó al PAN antes de tener la mayoría de edad, y escaló por cargos juveniles. Fue alumna en los cursos de adoctrinamiento, donde uno de sus maestros Manuel J. Clouthier la motivó tanto que fue una activista durante su campaña presidencial en 1988, y se casó con otro instructor, Felipe Calderón.
Pero su mentor fue el ideólogo más reconocido en la etapa contemporánea del PAN, Carlos Castillo Pereza, quien la sumó a su equipo cercano no por consideraciones a su hijo político, Felipe Calderón, sino como alguna vez lo dijo, “por méritos propios”. Su trabajo ha sido intenso, pero ella siempre ha optado por guardar un bajo perfil. En ningún momento antepuso su carrera a la suya, ni pretendió opacarlo. Es bastante más inteligente de lo que una ambición descontrolada puede hacer.
Contrasta la segunda primera dama panista, con la primera que habitó Los Pinos bajo una Administración panista. Hay diferencia en lo cosmético, como la ropa Channel y Escada de Marta Sahagún, contra los rebozos mexicanos de Margarita Zavala; las joyas Cartier de la primera, contra la sobriedad de la segunda; los zapatos Prada de Sahagún frente al calzado que a veces hasta parecen chanclas de Zavala. Y en lo cotidiano, como el mantener a sus hijos en el ámbito de lo privado, contra los de la pareja Fox-Sahagún, habitués de las páginas de las revistas del corazón y las secciones de sociales de los diarios, o la discreción con la que Zavala se reúne todas las semanas con sus amigas de su viejo barrio, mientras Sahagún pujaba siempre por meterse, aunque fuera por la puerta de atrás, en los círculos cerrados de las clases altas mexicanas. Pero la diferencia central con Sahagún y todas sus antecesoras estriba, sobretodo, en el manejo político desde Los Pinos.
Si bien María Esther Zuno fue una activista social con influencia sobre Luis Echeverría, no era una operadora política. Carmen Romano nunca usó el poder con fines políticos, sino abusó de él con fines personales. Marta Sahagún, ambiciosa y trepadora, dominó a Vicente Fox y co gobernó con él. Pero fue tan obscena su forma de hacer política, que sólo antagonizó y creó anticuerpos dentro del Gobierno, que la fueron minando al filtrar a la prensa sus excesos y gastos. Muchos años antes, quizás lo más cercano a lo actual, fue Amalia Solórzano, quien fue un pilar sólido en los momentos más álgidos de la Presidencia de Lázaro Cárdenas, y pieza indispensable en la construcción política de su hijo Cuauhtémoc.
Margarita Zavala es muy diferente a todas ellas, y más efectiva. Amigos viejos de su esposo, son también suyos, y en ocasiones, quizás hasta más cercanos. Se puede discutir, por ejemplo, el caso del secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, a quien conocen desde sus tiempos de universidad en la Escuela Libre de Derecho, donde hay más afinidades ideológicas y profesionales con ella que quizás con el Presidente.
Estuvo a punto de colocar como procurador general a otro viejo amigo --y viejo socio de Gómez Mont--, Julio Esponda, pero conflictos de interés impidieron el nombramiento. Si eso no cuajó, otras piezas claves en la actual Administración calderonista, fueron movimientos de ella.
La señora Zavala fue quien llevó a trabajar a la Cámara de Diputados a una joven sobrina de un viejo amigo, Rodolfo Elizondo, Patricia Flores, a quien incorporó en la campaña presidencial de Calderón para hacer tareas financieras. Cuando inició el Gobierno la llevó a Los Pinos y fue una de sus principales impulsoras para que se convirtiera en la jefa de la Oficina de la Presidencia, que había estado ocupada por Juan Camilo Mouriño y mouriñistas, como el actual secretario de Economía, Gerardo Ruiz Mateos, a quienes siempre vio con cierto desdén. Flores tiene hoy más poder del que jamás tuvo Mouriño, y no hay prácticamente nada de la administración pública que llegue a Los Pinos, que no pase antes por ella.
Otro ejemplo es el del actual secretario de Desarrollo Social, Heriberto Félix, que es una posición de ella, de acuerdo con panistas. Félix está casado con una de las hijas del finado Clouthier, y es una figura relevante en la política en Sinaloa. Pero cuando otro mouriñista, Ernesto Cordero, tuvo que saltar hacia la Secretaría de Hacienda, se llevó a relevarlo al entonces subsecretario de Economía. Félix era el candidato natural del PAN al Gobierno de Sinaloa, con amplias posibilidades de derrotar al PRI, pero su sacrificio sinaloense se puede inscribir en una de esas jugadas políticas de reserva: el Plan B para la Presidencia en 2012. Si los calderonistas naturales se desbarrancan, ¿por qué no una figura eficiente --como ya se lo reconocen gobernadores de oposición-- zavalista?
No será tan fácil, pero es una pregunta aún sin respuesta. Margarita Zavala es una operadora política nata, que aunque no ejerce presión personal para modificar las cosas, como sí hacía la señora Sahagún, su voz tiene un peso real en Los Pinos. El Presidente la escucha, pero no por la dinámica personal, sino por la experiencia política de su esposa, quien ha sido consejera nacional del PAN desde hace 16 años. Pero nadie debe equivocarse. Zavala no co gobierna con Calderón. Es una asesora de lujo para el Presidente, pero su poder es indivisible y, seguramente así seguirá por el resto del sexenio. Zavala, a punto de cumplir 42 años, tiene mucha vida política por delante.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
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