Jalisco

Más Trivialidades

El Triviario Tapatío está lleno de los mejores datos inútiles, la cosa es sacarles jugo

El conocimiento inútil es una de las cosas más útiles en esta vida; sin él las cantinas y cafés serían más aburridos que una misa en un convento. El Triviario Tapatío está lleno de los mejores datos inútiles, la cosa es sacarles jugo. He aquí algunos datos de este triviario dignos de la mejor conversación de cantina.

Los extranjeros  jugaron un rol fundamental en esta ciudad, en eso todos estamos de acuerdo, pero hay dos que merecen mención aparte por su rol de pioneros. A mediados del siglo XIX apareció en Guadalajara la temible banda de los encuerados, unos ladrones muy profesionalizados que para mimetizarse en la oscuridad trabajaban desnudos untados de manteca y pintados con humo de ocote. Para combatir a esta que fue la primera pandilla tapatía, se creó la policía municipal, al mando de un belga, Peter Vander Linder. Ya agonizando el siglo XIX, en 1896, llegó el primer huésped al panteón de Mezquitán, nada menos que un alemán asesinado en Ajijic por unos ladrones de caminos. A este germano se apresuraron a traerlo a enterrar a Guadalajara porque, decía la promoción, el primer huésped no pagaba. Así, Juan Jaaks inauguró el lejanísimo camposanto que estaba más allá de la alameda, y de grapa.

Trivialidades terribles son las tragedias que asolaron esta ciudad en el siglo XIX (tan sólo la gran epidemia de cólera mató a tres mil 275 personas, 7.8% de la población). Eso obligó a que hubiese un servicio de recolección de cadáveres más eficiente que el de basura actual, pues ése sí pasaba diario, y a crear un nuevo panteón, el de los Ángeles, donde luego estuvo el estadio y la vieja central camionera.
Pero lo importante es que ahí nació el entierro estilo capirotada, como le decían los tapatíos a la fosa común, pues la receta era: una capita de muertitos, una de tierrita, otra de muertitos, otra de tierrita y así hasta llenar el molde.

No menos estremecedor es conocer los verdaderos nombres de nuestras celebridades. Entre más feo se llamaban, mejores artistas resultaban: el verdadero nombre de Juan Rulfo era Juan Nepomuceno Carlos Pérez Vizcaino, un nombre con el que no hubiera vendido ni un libro y que hubiera espantado a todos los espíritus de Pedro Páramo, pero su sabia abuela materna, que sí era Rulfo, lo convenció de honrar el nombre del bisabuelo.

Juan Francisco Rodríguez Montoya es nada menos que Juan Soriano. José de Jesús Benjamín Buenaventura de lo Reyes y Ferreira es Chucho Reyes Ferreira. María González es el nombre real de la famosa Lulú, Lulú la erótica, que fue la primera en hacer desnudos completos en el Teatro Obrero.

Lo peor, hubo un político que dijo que el cura Hígado, uno de los herodes de la Patria dio el grito de dólares, y no fue Bebeto, al que se le tergivergaban las palabras, sino otro del mismo nivel de folclor, Justo González, mejor conocido como Fusto, porque ni su nombre decía bien.

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