Jalisco
¿De quién es el cielo?
Los tapatíos estamos condenados a tener en el horizonte nada más que anuncios
¿De quién es el espacio aéreo de una ciudad? Algunos dirán que de todos, otros que de nadie. En la respuesta está la diferencia entre una ciudad llena de espectaculares, como la nuestra, y una ciudad limpia. En los países democráticamente más avanzados, el cielo es considerado espacio público; nosotros por el contrario, lo consideramos como espacio vacío. Los tapatíos estamos condenados a tener en el horizonte nada más que anuncios, porque las autoridades no consideran que parte de su trabajo es mantener limpio el cielo: limpio de smog, y limpio de contaminación auditiva y visual. Tan el cielo es un espacio público, que los ayuntamientos dicen regularlo, pero en la práctica no hay forma de que paren un espectacular porque se volvió un asunto de amparos. ¿Si mi compadre tiene un espectacular en su terreno, o en el techo de su casa, por qué yo no?, ¿si a mi competencia le dieron licencia en tal calle, por qué a mi no?
En Sao Paulo, Brasil, se enfrentaron al mismo dilema en que estamos ahora nosotros. El exceso de espectaculares obligó al ayuntamiento a buscar la forma de regular el tema. Después de mucho discutirlo llegaron a la conclusión de que lo único realmente justo era no permitir ningún espectacular: o habría para todo mundo, para que cualquier persona pudiera poner un anuncio en la azotea de su casa o en su cochera, o se prohibía a todos. Los brasileños optaron por esto último. Como no podían estar “todos coludos”, porque las colas no iban a caber, entonces “todos rabones”... y todos fue todos. En algunas otras ciudades lo que hacen es que consideran al cielo espacio público y como tal, los ayuntamientos regulan y cobran muy caros los espacios predeterminados para poner las carteleras. Claro que son ciudades donde no existe “amparito”.
Pero más allá de que nos guste o no que existan espectaculares, lo que es increíble es que son los mismos empresarios de publicidad exterior quienes están acabando con su negocio. Están tan sobreofertados los espacios, que casi la mitad no están rentados y los precios se han ido al suelo. Las pantallas electrónicas, que están montadas sobre espacio público, banquetas y glorietas, no tienen clientes. Más temprano que tarde la ciudad tendrá que poner orden en los espectaculares. Si los empresarios de publicidad exterior no se autorregulan y proponen ellos una forma de seguir explotando el espacio público sin acabar con él, respetando el derecho de mirada de los dueños del cielo, los ciudadanos, un día la solución brasileña será la única salida.
En Sao Paulo, Brasil, se enfrentaron al mismo dilema en que estamos ahora nosotros. El exceso de espectaculares obligó al ayuntamiento a buscar la forma de regular el tema. Después de mucho discutirlo llegaron a la conclusión de que lo único realmente justo era no permitir ningún espectacular: o habría para todo mundo, para que cualquier persona pudiera poner un anuncio en la azotea de su casa o en su cochera, o se prohibía a todos. Los brasileños optaron por esto último. Como no podían estar “todos coludos”, porque las colas no iban a caber, entonces “todos rabones”... y todos fue todos. En algunas otras ciudades lo que hacen es que consideran al cielo espacio público y como tal, los ayuntamientos regulan y cobran muy caros los espacios predeterminados para poner las carteleras. Claro que son ciudades donde no existe “amparito”.
Pero más allá de que nos guste o no que existan espectaculares, lo que es increíble es que son los mismos empresarios de publicidad exterior quienes están acabando con su negocio. Están tan sobreofertados los espacios, que casi la mitad no están rentados y los precios se han ido al suelo. Las pantallas electrónicas, que están montadas sobre espacio público, banquetas y glorietas, no tienen clientes. Más temprano que tarde la ciudad tendrá que poner orden en los espectaculares. Si los empresarios de publicidad exterior no se autorregulan y proponen ellos una forma de seguir explotando el espacio público sin acabar con él, respetando el derecho de mirada de los dueños del cielo, los ciudadanos, un día la solución brasileña será la única salida.