Jalisco
¿Cuánto pesan las cenizas de un cadáver?
El crematorio del Panteón de Mezquitán comenzó en 1970; en su tiempo fue el primero de la ZMG
GUADALAJARA, JALISCO (02/NOV/2012).- Cinco cuerpos están a la espera de ser cremados durante la mañana del Día de Muertos. Son cuatro adultos y un feto, todos del sexo masculino, anotados en la agenda para entrar al horno del Crematorio Municipal Mezquitán. Cuando salgan, los primeros pesarán, cada uno, máximo dos kilogramos, según su corpulencia; el embrión, cien gramos.
La ceniza son los huesos; el resto de lo que conforma al cuerpo desaparece como humo. El hueso calcinado tiene un color claro, en algunos casos se acerca al gris y una consistencia granulada. "Mucha gente piensa que sale puro polvo, y no es cierto", aclara Andrés Alonso, uno de los dos técnicos cremadores del Panteón de Mezquitán.
Dicho crematorio comenzó en 1970. En su tiempo fue el primero de la Zona Metropolitana de Guadalajara (ZMG), explica su administrador, Eduardo Torres de la Mora. Posteriormente se establecieron dos centros públicos más y otros cuatro privados. Para decidir a qué crematorio llevar a un cadáver, el criterio es la cercanía.
Entre cadáveres, fetos y otras partes del cuerpo que llegan independientes, el promedio diario de incineraciones en este centro es de seis; de todos ellos se encarga la funeraria de llevarlos y hacer su trámite.
"Lo único que los ciudadanos pueden traer son los restos áridos, los puros huesitos. Cuando los sacan de aquí, de la tumba, los traen en una bolsa, se incineran y ya se los llevan", explica el administrador.
El cuerpo llega embalsamado, listo. La apariencia con la que decidieron velarlo es con la misma que entra al horno. Antes, un médico firmó el certificado de defunción, se rindió cuentas al Registro Civil y se hizo un pago de dos mil 68 pesos.
Turno preferente tienen los cuerpos que llegan del Servicio Médico Forense (Semefo); su estado en descomposición les da urgencia para ser incinerados. Algunos llegan incluso con larvas. Si pudiera comparar su olor, dice Andrés Alonso, sería "más feo que un perro muerto".
De 10 a 15 minutos tiene la familia para decir adiós. Los últimos despidos se acaban conforme entra el ataúd y se cierra la puerta de la zona de los hornos. Lo que pasa adentro es trabajo de Andrés y su hermano.
El cuerpo es acostado en una camilla, y en esa posición es incinerado a una temperatura de 800 grados durante dos o tres horas. Pero desde los primeros 60 minutos los técnicos abren las compuertas para ver cómo va el proceso; alcanzan a ver la cabeza por atrás.
Se acaba la cremación y los restos se enfrían en una mesa. Cuando están listos, se trituran en una máquina similar a una licuadora de cocina y se meten a una bolsa negra. Así se entregan las cenizas a los familiares.
Hay ocasiones en que el trabajo se intensifica en el momento de entrega. Algunas familias se pelean por las cenizas, y a otras incluso les cuesta creer que es su familiar el que está en los restos.
"Piensan que se revuelven con cenizas de otros cuerpos, pues todavía no está el hábito de la cremación; apenas se está dando. Como está prohibido que entren los familiares a ver, les entra la desconfianza", relata Eduardo Torres.
En el Panteón de Mezquitán los nichos sólo se rentan. La cuota es de 960 pesos por seis años. Esto, la escasez de espacios en los panteones y el terror que tienen algunas personas de ser enterradas, son las razones del auge que actualmente gozan las cremaciones, concluye Eduardo Torres.
EL INFORMADOR/ ALEJANDRA PEDROZA
La ceniza son los huesos; el resto de lo que conforma al cuerpo desaparece como humo. El hueso calcinado tiene un color claro, en algunos casos se acerca al gris y una consistencia granulada. "Mucha gente piensa que sale puro polvo, y no es cierto", aclara Andrés Alonso, uno de los dos técnicos cremadores del Panteón de Mezquitán.
Dicho crematorio comenzó en 1970. En su tiempo fue el primero de la Zona Metropolitana de Guadalajara (ZMG), explica su administrador, Eduardo Torres de la Mora. Posteriormente se establecieron dos centros públicos más y otros cuatro privados. Para decidir a qué crematorio llevar a un cadáver, el criterio es la cercanía.
Entre cadáveres, fetos y otras partes del cuerpo que llegan independientes, el promedio diario de incineraciones en este centro es de seis; de todos ellos se encarga la funeraria de llevarlos y hacer su trámite.
"Lo único que los ciudadanos pueden traer son los restos áridos, los puros huesitos. Cuando los sacan de aquí, de la tumba, los traen en una bolsa, se incineran y ya se los llevan", explica el administrador.
El cuerpo llega embalsamado, listo. La apariencia con la que decidieron velarlo es con la misma que entra al horno. Antes, un médico firmó el certificado de defunción, se rindió cuentas al Registro Civil y se hizo un pago de dos mil 68 pesos.
Turno preferente tienen los cuerpos que llegan del Servicio Médico Forense (Semefo); su estado en descomposición les da urgencia para ser incinerados. Algunos llegan incluso con larvas. Si pudiera comparar su olor, dice Andrés Alonso, sería "más feo que un perro muerto".
De 10 a 15 minutos tiene la familia para decir adiós. Los últimos despidos se acaban conforme entra el ataúd y se cierra la puerta de la zona de los hornos. Lo que pasa adentro es trabajo de Andrés y su hermano.
El cuerpo es acostado en una camilla, y en esa posición es incinerado a una temperatura de 800 grados durante dos o tres horas. Pero desde los primeros 60 minutos los técnicos abren las compuertas para ver cómo va el proceso; alcanzan a ver la cabeza por atrás.
Se acaba la cremación y los restos se enfrían en una mesa. Cuando están listos, se trituran en una máquina similar a una licuadora de cocina y se meten a una bolsa negra. Así se entregan las cenizas a los familiares.
Hay ocasiones en que el trabajo se intensifica en el momento de entrega. Algunas familias se pelean por las cenizas, y a otras incluso les cuesta creer que es su familiar el que está en los restos.
"Piensan que se revuelven con cenizas de otros cuerpos, pues todavía no está el hábito de la cremación; apenas se está dando. Como está prohibido que entren los familiares a ver, les entra la desconfianza", relata Eduardo Torres.
En el Panteón de Mezquitán los nichos sólo se rentan. La cuota es de 960 pesos por seis años. Esto, la escasez de espacios en los panteones y el terror que tienen algunas personas de ser enterradas, son las razones del auge que actualmente gozan las cremaciones, concluye Eduardo Torres.
EL INFORMADOR/ ALEJANDRA PEDROZA