Jalisco
- Patanes
Hay necesidad de tomar providencias drásticas, antipáticas, por obra y gracia del deterioro, en la práctica, del clásico concepto de caballerosidad
Si disponer de autobuses exclusivos para damas y reservar para el uso exclusivo de las mismas la tercera parte de los asientos en el Macrobús y el Tren Ligero hubiera sido el resultado del afán de hacer más amables sus traslados, el resto de la Humanidad hablaría muy bien de la hidalguía y la nobleza de los tapatíos. Los vería, quizá, como los sobrevivientes de una especie zoológica en vías de extinción... por culpa, al menos en parte —la verdad sea dicha—, de las propias damas.
(Cuando comenzaban, el siglo pasado, las batallas a favor de la liberación femenina, alguien pronosticó que las mujeres, al final de la historia, serían las primeras víctimas del triunfo de su causa: la igualdad que reivindicaban y que casi todos los países —México entre ellos— fueron incorporando a sus legislaciones, redundaría en el abandono, gradual al principio, brutal al cabo, de las normas de cortesía que se mantuvieron vigentes, según explicaban los analistas de la conducta humana, como vestigio de los códigos de honor de los caballeros de la Edad Media, mezcladas con las exquisitas normas de galantería que imperaban en las cortes europeas en los siglos XVIII y XIX).
—II—
Sin embargo, como la medida se dispuso a resultas de quejas, inicialmente aisladas, luego repetitivas, y finalmente a raíz de una encuesta que reveló que las damas son objeto no sólo de descortesías (lo que es lamentable) sino de ofensas y vejaciones (lo que es muy grave), la conclusión sólo puede ser una: que en Guadalajara y anexas hay necesidad de tomar providencias drásticas, antipáticas, por obra y gracia del deterioro, en la práctica, del clásico concepto de caballerosidad: el respeto a la femineidad como un valor moral (de “mor-moris”: costumbre) social de primer orden.
—III—
Podrá alegarse que sólo se puede ser respetuoso con lo respetable: que quien no asume sistemáticamente actitudes decorosas —en alusión a las damas que, lejos de poner en claro los límites del respeto, son las primeras en transgredirlos—, no puede exigir que se le trate con esa caballerosidad cada vez más en desuso; que al imitar los patrones (maquillaje, vestuario, actitudes, lenguaje...) de los “sex symbol” que saltan por doquier (la tele, las revistas...), a eso se exponen.
En todo caso, es una pena que de medidas como las que empiezan a aplicarse, se concluya que si antes se decía que “En Jalisco, puros machos”, ahora pueda decirse que “En Jalisco... puros patanes”.
(Cuando comenzaban, el siglo pasado, las batallas a favor de la liberación femenina, alguien pronosticó que las mujeres, al final de la historia, serían las primeras víctimas del triunfo de su causa: la igualdad que reivindicaban y que casi todos los países —México entre ellos— fueron incorporando a sus legislaciones, redundaría en el abandono, gradual al principio, brutal al cabo, de las normas de cortesía que se mantuvieron vigentes, según explicaban los analistas de la conducta humana, como vestigio de los códigos de honor de los caballeros de la Edad Media, mezcladas con las exquisitas normas de galantería que imperaban en las cortes europeas en los siglos XVIII y XIX).
—II—
Sin embargo, como la medida se dispuso a resultas de quejas, inicialmente aisladas, luego repetitivas, y finalmente a raíz de una encuesta que reveló que las damas son objeto no sólo de descortesías (lo que es lamentable) sino de ofensas y vejaciones (lo que es muy grave), la conclusión sólo puede ser una: que en Guadalajara y anexas hay necesidad de tomar providencias drásticas, antipáticas, por obra y gracia del deterioro, en la práctica, del clásico concepto de caballerosidad: el respeto a la femineidad como un valor moral (de “mor-moris”: costumbre) social de primer orden.
—III—
Podrá alegarse que sólo se puede ser respetuoso con lo respetable: que quien no asume sistemáticamente actitudes decorosas —en alusión a las damas que, lejos de poner en claro los límites del respeto, son las primeras en transgredirlos—, no puede exigir que se le trate con esa caballerosidad cada vez más en desuso; que al imitar los patrones (maquillaje, vestuario, actitudes, lenguaje...) de los “sex symbol” que saltan por doquier (la tele, las revistas...), a eso se exponen.
En todo caso, es una pena que de medidas como las que empiezan a aplicarse, se concluya que si antes se decía que “En Jalisco, puros machos”, ahora pueda decirse que “En Jalisco... puros patanes”.