Internacional
Incertidumbre por elección llega a Guadalajara
Ciudadanos franceses difieren si votarán por Hollande o Sarkozy, pero coinciden en que temen a la globalización y al nacionalismo xenofóbico
GUADALAJARA, JALISCO (30/ABR/2012).- Vale oro, pero no le alcanza. François Hollande aventajó por 1.45 puntos porcentuales a su rival y actual presidente Nicolas Sarkozy. El socialista atesoró ese pequeño capital en la elección del 22 de abril. Hoy ambos encaran la segunda vuelta que se realizará el próximo domingo.
De mantenerse las proyecciones, el Partido Socialista llegará al Gobierno de Francia, después de 17 años.
Así planteado el escenario, hoy los discursos de los actores se inclina a favor de un alejamiento de Francia de la Unión Europea (UE) y un retorno al nacionalismo francés, pues tanto uno como otro intentan seducir al votante radical que identifica a la globalización, como el origen de los males de Francia.
Pero esto sucede lejos, allá en Francia. Aquí, en Guadalajara, franceses, de paso o con residencia definitiva, palpitan minuto a minuto lo que sucede en su madre patria, y dejan sus conclusiones.
Ellos votarán el domingo, ya sea a través de la casilla instalada en la Alianza Francesa de la colonia Americana, o bien, por medio de un sistema conocido como procuración, que consiste en otorgar el poder de voto a algún familiar que radique en Francia.
Preocupada por la extrema derecha
Fanny Plusquellec es profesora en el colegio Franco Mexicano de Guadalajara y la realidad de su país le conmociona.
“Desgraciadamente me impactó la similitud de estas elecciones con las pasadas, cuando llegó en tercera posición la extrema derecha. Voté útil para sacar a Sarkozy, pero sí me da miedo el resultado que obtuvo Marine Le Pen.”
“Hay problemas para los jóvenes en Francia. El precio de la renta de un departamento es muy alto para ellos, y cada vez más se quedan en casa de sus papás, aunque empiecen a trabajar, lo que no se daba antes, como aquí, que sí es más común. Además, después de terminar los estudios hay muchos que se quedan sin trabajo”.
Para Plusquellec, el problema de la inmigración se estigmatiza porque la religión islámica es más fuerte. Hay extremistas y eso para la derecha es el demonio.
“La inmigración es un problema de fondo. Es decir, que sí efectivamente muchos delincuentes de los que están en la cárcel son magrebís o de color, pero no por su origen tienen genes que los van a hacer más delincuentes. Está la cuestión de la segregación para encontrar trabajo, entonces viven en los suburbios, donde se concentran los problemas. Es un tema complejo que se trata de manera simplista”.
La profesora explica que una situación es muy diferente entre un francés que llega a México, al de un magrebí que llega a Francia. “Siento que lo vivo un poco al revés, soy todavía mejor recibida”.
“Lo que no entiendo es porqué la gente volvería a votar a Sarkozy. Si gana Sarkozy va a ser más arrogante de lo que es ahora y se va a permitir muchas cosas. En cinco años destruyó muchísimas leyes sociales y en la educación, por ejemplo, pasamos de algo muy especial, con muy buena calidad, a un sistema totalmente business: a la gringa”.
Si el domingo gana Hollande, la maestra dice que no cree que Francia regrese a esas leyes sociales que han desaparecido, pero espera que haya “más enfoque” en la calidad de vida.
Allá, nacionalismo diferente al mexicano
“En Francia tienes la derecha y la izquierda, y tienes otros candidatos, pero nunca llegan al poder. La mayoría de los países en Europa son de derecha, y si gana Hollande, creo que va a ser más difícil tener acuerdos y pasar leyes. Habrá conflictos de opinión, de valores, con los países europeos poderosos.
Laetitia Péant, estudiante de Relaciones Internacionales en el Institut des Hautes Estudes d’Amérique Latine (IHEAL) de París, pronostica que se acerca un nacionalismo francés.
“Aquí (en México) el nacionalismo es bueno, pero allá es mucho más racista. Pero en cada periodo de crisis económica siempre hay tendencia a cerrar las fronteras y la mente. Si gana la izquierda, será menos fuerte en este sentido, porque quiere implementar medidas menos agresivas contra los inmigrantes”.
Para la estudiante, el asunto es muy complicado porque tienes dos o tres generaciones de migrantes que viven allí. “La Francia de puros franceses no existe; yo no soy francesa pura: mi madre es belga y mi padre es francés. Y sí hay que considerar que hay nuevas maneras de ver la cultura francesa”.
“Crecí en un barrio que le digo gueto, en Angers, en los alrededores de la ciudad, donde está la población vulnerable, migrante y pobre. Tampoco era un barrio muy peligroso. Y para mí es normal convivir con gente de otros orígenes; es enriquecedor compartir su cultura. Es que somos todos franceses. Ni siquiera me pregunto la cuestión”.
Laetitia es sincera. “No quiero votar por Hollande y mucho menos por Sarkozy, pero hay que votar, hay que dar la voz. Espero que llegue la izquierda, pero realmente no me convence. Obviamente tienen valores diferentes, uno es socialista el otro es de derecha, pero usan los mismos instrumentos en el mismo sistema productivista que se está cayendo. No creo que se vaya a mejorar, si seguimos ciegos tratando de rescatar esa manera de vivir y producir”.
La estudiante remata: “Se necesita un cambio radical en las mentes y necesitamos acciones verdaderas que llevan soluciones. Siempre nos estamos quejando del Gobierno, también hay que moverse; eso empieza con votar y actuar en la vida cotidiana, y tratar de pensar de manera diferente. Hay mucho más maneras de vivir, sólo tenemos que darles chance”.
“Miedo total” a la globalización
Thomas Watkin, urbanista y sociólogo, colaborador en el Centro para la Cultura Arquitectónica y Urbana (CCAU) en Guadalajara, no anda con vueltas a la hora de expresar su voto del domingo: “Tenemos el Partido Socialista que trata de responder a los problemas nacionales de Francia que son educación, empleo, salud, vivienda, asuntos sociales. Y se le critica por que las ventajas a nivel social pueden poner en riesgo el futuro económico del país”.
“Sarkozy tiene propuestas económicas que no tiene Hollande, pero en los asuntos sociales hay vacíos. Seguramente continuará una lucha en términos de reformas drásticas con el servicio público, reformas de restructuración. La dificultad de su programa es seguir con eso y tener puntos de vista más conservadores”.
Watkin razona: “Estamos tratando de responder a un problema francés, y al mismo tiempo hay este problema de Francia con la globalización: un miedo total de la economía global”.
“Francia no es un país joven. La población es más vieja y las culturas o las opiniones se inclinan al conservadurismo. Percibo un miedo al cambio y una visión de rechazar en lugar de proponer cambios constructivos. Le Pen es esa mirada muy conservadora de la economía, y de muchos aspectos sociales y familiares”.
El sociólogo asegura: “Estamos muy atrasados porque no tenemos una cultura de la migración bien integrada. No es un fenómeno nuevo, pero la administración francesa no se ha ocupado de él, y por eso hay problemas de consideración de derechos y servicios o beneficios sociales”.
“Como en cualquier lugar, somos los espectadores de este espectáculo creado por los media. Veo a Sarkozy a veces tratando de oponerse al otro, en vez de tratar de responder a los franceses, y en su partido hay división. Y a Hollande, con una visión modesta de su papel, más consensual con los otros partidos, más humilde y con una visión más pragmática y más clara de decir, ‘estoy lanzando mi candidatura por primera vez’: una visión más constructiva”.
ANÁLISIS
Derecha extrema
LLUÍS BASSETS (El País)
La derecha extrema no es la extrema derecha. Al menos todavía. La primera es la radicalización, desacomplejada y populista, y esperemos que circunstancial, de la derecha de siempre; mientras que la segunda anida y vive en el cabo del fin del mundo ideológico, aunque en algunos casos, como ahora en Francia, intente salir de su soledad y apoderarse del espacio conservador entero.
Puede que Nicolas Sarkozy haya cruzado la línea roja que separaba ambos territorios y que Jacques Chirac -su predecesor en el gran partido de la derecha francesa, la Unión por un Movimiento Popular (UMP), y en la presidencia de la República- había trazado y mantenido celosa y enérgicamente desde los años ochenta, cuando empezó el ascenso electoral del Frente Nacional. Según un editorial del miércoles 25 de Le Monde, esto ya ha sucedido, puesto que ha adoptado ‘el lenguaje, la retórica, y por tanto, las ideas, o mejor dicho, las obsesiones, de la señora Le Pen’ y atizado ‘los miedos de la sociedad francesa en vez de apaciguarlos, como es el caso de la estigmatización de las élites, lanzadas como pasto al pueblo; o la denuncia del sistema, sobre el que cabe preguntarse si acaso no es la República de la que él mismo debería ser el garante’.
Dentro de pocos días, en la segunda vuelta de la elección presidencial francesa, se comprobará si se ha roto el tabú. Y será a cara o cruz, sin posibilidad de entrar en muchos matices, con la rotundidad de la apuesta arriesgada en la que se ha embarcado Sarkozy con su viaje extremista, puesto que la victoria cada vez más dudosa sólo será posible si el 6 de mayo los votantes de Marine Le Pen, magnetizados por sus numerosos guiños, se trasladan en masa a votarle.
Hay muchas dudas respecto a la huella que dejará Sarkozy en la historia de la presidencia francesa. Pero, después de los resultados de la primera vuelta, pocas hay respecto a los efectos de su paso sobre la configuración del campo conservador. La levedad de Sarkozy como presidente es tan notable como su carácter transformador en relación a su partido y a la derecha en general: también en ambas cosas hay algo que le aproxima al español Rodríguez Zapatero.
Es casi seguro que de esta elección presidencial saldrá un nuevo paisaje político, suceda lo que suceda en la segunda vuelta. Si gana Sarkozy, gracias a su viraje hacia el cabo de la derecha, la UMP soltará algo de lastre por el centro y evolucionará hacia un nuevo partido que se habrá apropiado de buena parte del programa y de la cultura política del lepenismo, pero sin las más lacerantes desventajas del Frente Nacional y del apellido Le Pen; es decir, una derecha bien extrema y populista, eurófoba e incluso xenófoba, pero dirigida e incluso moderada por su caudillo conservador.
Si gana Hollande, las bandas del Frente Nacional (FN) abandonarán definitivamente su Finisterre político y penetrarán en territorio de la derecha clásica, con Marine le Pen, su victorioso condotieri al frente. La transformación será todavía mayor, porque la derrota de Sarkozy dejará descabezada y dividida a la UMP, que fácilmente se fragmentará en todas direcciones.
Todo esto no empezará a suceder hasta las elecciones legislativas (10 y 17 de junio) en las que se cosechará en diputados la siembra de los votos recogidos ahora en las dos vueltas presidenciales. El sistema mayoritario a doble vuelta francés no tendrá piedad con la derecha presidencial si sale Sarkozy derrotado, y situará a muchos de sus candidatos en la tesitura de aliarse con el Frente Nacional o entregar la circunscripción a la izquierda.
El candidato conservador ha prohibido a los suyos que hablen en público de este momento crucial que serán las legislativas: los quiere concentrados sólo en la segunda vuelta. El FN se ocupa de lo contrario. Prepara incluso un cambio de nombre en el que se exprese la vocación mayoritaria de su nueva etapa: Encuentro blue Marine, barajado para una nueva formación que sustraería a la vieja derecha la idea de la asamblea o unión gaullista, el encuentro, así como el color azul marino que incluye el nombre del nuevo caudillo de la derecha. Y sin las siglas ni el nacional del FN, y menos todavía el apellido de su descarado e impresentable fundador y dirigente, Jean-Marie Le Pen.
Marine ha hecho un buen trabajo para diferenciarse de su padre, manteniendo el patrimonio mientras acrecentaba su capital electoral. Y Sarkozy ha contribuido notablemente a allanarle el camino, con su ruptura de los tabúes republicanos y gaullistas, el mayor de todos la prohibición de tratar con la extrema derecha heredera del régimen colaboracionista de Vichy. Si la derecha extrema deriva todavía más hacia la derecha, la extrema derecha se expande para ocupar todo el espacio de su hemisferio político, con la eventualidad de que toda la derecha salga transformada. El desplazamiento y confusión de líneas entre la derecha extrema y la extrema derecha también modificará necesariamente el entero espacio político francés tal como lo hemos conocido hasta ahora, aunque con toda seguridad tendrá también consecuencias en el conjunto de Europa.
De mantenerse las proyecciones, el Partido Socialista llegará al Gobierno de Francia, después de 17 años.
Así planteado el escenario, hoy los discursos de los actores se inclina a favor de un alejamiento de Francia de la Unión Europea (UE) y un retorno al nacionalismo francés, pues tanto uno como otro intentan seducir al votante radical que identifica a la globalización, como el origen de los males de Francia.
Pero esto sucede lejos, allá en Francia. Aquí, en Guadalajara, franceses, de paso o con residencia definitiva, palpitan minuto a minuto lo que sucede en su madre patria, y dejan sus conclusiones.
Ellos votarán el domingo, ya sea a través de la casilla instalada en la Alianza Francesa de la colonia Americana, o bien, por medio de un sistema conocido como procuración, que consiste en otorgar el poder de voto a algún familiar que radique en Francia.
Preocupada por la extrema derecha
Fanny Plusquellec es profesora en el colegio Franco Mexicano de Guadalajara y la realidad de su país le conmociona.
“Desgraciadamente me impactó la similitud de estas elecciones con las pasadas, cuando llegó en tercera posición la extrema derecha. Voté útil para sacar a Sarkozy, pero sí me da miedo el resultado que obtuvo Marine Le Pen.”
“Hay problemas para los jóvenes en Francia. El precio de la renta de un departamento es muy alto para ellos, y cada vez más se quedan en casa de sus papás, aunque empiecen a trabajar, lo que no se daba antes, como aquí, que sí es más común. Además, después de terminar los estudios hay muchos que se quedan sin trabajo”.
Para Plusquellec, el problema de la inmigración se estigmatiza porque la religión islámica es más fuerte. Hay extremistas y eso para la derecha es el demonio.
“La inmigración es un problema de fondo. Es decir, que sí efectivamente muchos delincuentes de los que están en la cárcel son magrebís o de color, pero no por su origen tienen genes que los van a hacer más delincuentes. Está la cuestión de la segregación para encontrar trabajo, entonces viven en los suburbios, donde se concentran los problemas. Es un tema complejo que se trata de manera simplista”.
La profesora explica que una situación es muy diferente entre un francés que llega a México, al de un magrebí que llega a Francia. “Siento que lo vivo un poco al revés, soy todavía mejor recibida”.
“Lo que no entiendo es porqué la gente volvería a votar a Sarkozy. Si gana Sarkozy va a ser más arrogante de lo que es ahora y se va a permitir muchas cosas. En cinco años destruyó muchísimas leyes sociales y en la educación, por ejemplo, pasamos de algo muy especial, con muy buena calidad, a un sistema totalmente business: a la gringa”.
Si el domingo gana Hollande, la maestra dice que no cree que Francia regrese a esas leyes sociales que han desaparecido, pero espera que haya “más enfoque” en la calidad de vida.
Allá, nacionalismo diferente al mexicano
“En Francia tienes la derecha y la izquierda, y tienes otros candidatos, pero nunca llegan al poder. La mayoría de los países en Europa son de derecha, y si gana Hollande, creo que va a ser más difícil tener acuerdos y pasar leyes. Habrá conflictos de opinión, de valores, con los países europeos poderosos.
Laetitia Péant, estudiante de Relaciones Internacionales en el Institut des Hautes Estudes d’Amérique Latine (IHEAL) de París, pronostica que se acerca un nacionalismo francés.
“Aquí (en México) el nacionalismo es bueno, pero allá es mucho más racista. Pero en cada periodo de crisis económica siempre hay tendencia a cerrar las fronteras y la mente. Si gana la izquierda, será menos fuerte en este sentido, porque quiere implementar medidas menos agresivas contra los inmigrantes”.
Para la estudiante, el asunto es muy complicado porque tienes dos o tres generaciones de migrantes que viven allí. “La Francia de puros franceses no existe; yo no soy francesa pura: mi madre es belga y mi padre es francés. Y sí hay que considerar que hay nuevas maneras de ver la cultura francesa”.
“Crecí en un barrio que le digo gueto, en Angers, en los alrededores de la ciudad, donde está la población vulnerable, migrante y pobre. Tampoco era un barrio muy peligroso. Y para mí es normal convivir con gente de otros orígenes; es enriquecedor compartir su cultura. Es que somos todos franceses. Ni siquiera me pregunto la cuestión”.
Laetitia es sincera. “No quiero votar por Hollande y mucho menos por Sarkozy, pero hay que votar, hay que dar la voz. Espero que llegue la izquierda, pero realmente no me convence. Obviamente tienen valores diferentes, uno es socialista el otro es de derecha, pero usan los mismos instrumentos en el mismo sistema productivista que se está cayendo. No creo que se vaya a mejorar, si seguimos ciegos tratando de rescatar esa manera de vivir y producir”.
La estudiante remata: “Se necesita un cambio radical en las mentes y necesitamos acciones verdaderas que llevan soluciones. Siempre nos estamos quejando del Gobierno, también hay que moverse; eso empieza con votar y actuar en la vida cotidiana, y tratar de pensar de manera diferente. Hay mucho más maneras de vivir, sólo tenemos que darles chance”.
“Miedo total” a la globalización
Thomas Watkin, urbanista y sociólogo, colaborador en el Centro para la Cultura Arquitectónica y Urbana (CCAU) en Guadalajara, no anda con vueltas a la hora de expresar su voto del domingo: “Tenemos el Partido Socialista que trata de responder a los problemas nacionales de Francia que son educación, empleo, salud, vivienda, asuntos sociales. Y se le critica por que las ventajas a nivel social pueden poner en riesgo el futuro económico del país”.
“Sarkozy tiene propuestas económicas que no tiene Hollande, pero en los asuntos sociales hay vacíos. Seguramente continuará una lucha en términos de reformas drásticas con el servicio público, reformas de restructuración. La dificultad de su programa es seguir con eso y tener puntos de vista más conservadores”.
Watkin razona: “Estamos tratando de responder a un problema francés, y al mismo tiempo hay este problema de Francia con la globalización: un miedo total de la economía global”.
“Francia no es un país joven. La población es más vieja y las culturas o las opiniones se inclinan al conservadurismo. Percibo un miedo al cambio y una visión de rechazar en lugar de proponer cambios constructivos. Le Pen es esa mirada muy conservadora de la economía, y de muchos aspectos sociales y familiares”.
El sociólogo asegura: “Estamos muy atrasados porque no tenemos una cultura de la migración bien integrada. No es un fenómeno nuevo, pero la administración francesa no se ha ocupado de él, y por eso hay problemas de consideración de derechos y servicios o beneficios sociales”.
“Como en cualquier lugar, somos los espectadores de este espectáculo creado por los media. Veo a Sarkozy a veces tratando de oponerse al otro, en vez de tratar de responder a los franceses, y en su partido hay división. Y a Hollande, con una visión modesta de su papel, más consensual con los otros partidos, más humilde y con una visión más pragmática y más clara de decir, ‘estoy lanzando mi candidatura por primera vez’: una visión más constructiva”.
ANÁLISIS
Derecha extrema
LLUÍS BASSETS (El País)
La derecha extrema no es la extrema derecha. Al menos todavía. La primera es la radicalización, desacomplejada y populista, y esperemos que circunstancial, de la derecha de siempre; mientras que la segunda anida y vive en el cabo del fin del mundo ideológico, aunque en algunos casos, como ahora en Francia, intente salir de su soledad y apoderarse del espacio conservador entero.
Puede que Nicolas Sarkozy haya cruzado la línea roja que separaba ambos territorios y que Jacques Chirac -su predecesor en el gran partido de la derecha francesa, la Unión por un Movimiento Popular (UMP), y en la presidencia de la República- había trazado y mantenido celosa y enérgicamente desde los años ochenta, cuando empezó el ascenso electoral del Frente Nacional. Según un editorial del miércoles 25 de Le Monde, esto ya ha sucedido, puesto que ha adoptado ‘el lenguaje, la retórica, y por tanto, las ideas, o mejor dicho, las obsesiones, de la señora Le Pen’ y atizado ‘los miedos de la sociedad francesa en vez de apaciguarlos, como es el caso de la estigmatización de las élites, lanzadas como pasto al pueblo; o la denuncia del sistema, sobre el que cabe preguntarse si acaso no es la República de la que él mismo debería ser el garante’.
Dentro de pocos días, en la segunda vuelta de la elección presidencial francesa, se comprobará si se ha roto el tabú. Y será a cara o cruz, sin posibilidad de entrar en muchos matices, con la rotundidad de la apuesta arriesgada en la que se ha embarcado Sarkozy con su viaje extremista, puesto que la victoria cada vez más dudosa sólo será posible si el 6 de mayo los votantes de Marine Le Pen, magnetizados por sus numerosos guiños, se trasladan en masa a votarle.
Hay muchas dudas respecto a la huella que dejará Sarkozy en la historia de la presidencia francesa. Pero, después de los resultados de la primera vuelta, pocas hay respecto a los efectos de su paso sobre la configuración del campo conservador. La levedad de Sarkozy como presidente es tan notable como su carácter transformador en relación a su partido y a la derecha en general: también en ambas cosas hay algo que le aproxima al español Rodríguez Zapatero.
Es casi seguro que de esta elección presidencial saldrá un nuevo paisaje político, suceda lo que suceda en la segunda vuelta. Si gana Sarkozy, gracias a su viraje hacia el cabo de la derecha, la UMP soltará algo de lastre por el centro y evolucionará hacia un nuevo partido que se habrá apropiado de buena parte del programa y de la cultura política del lepenismo, pero sin las más lacerantes desventajas del Frente Nacional y del apellido Le Pen; es decir, una derecha bien extrema y populista, eurófoba e incluso xenófoba, pero dirigida e incluso moderada por su caudillo conservador.
Si gana Hollande, las bandas del Frente Nacional (FN) abandonarán definitivamente su Finisterre político y penetrarán en territorio de la derecha clásica, con Marine le Pen, su victorioso condotieri al frente. La transformación será todavía mayor, porque la derrota de Sarkozy dejará descabezada y dividida a la UMP, que fácilmente se fragmentará en todas direcciones.
Todo esto no empezará a suceder hasta las elecciones legislativas (10 y 17 de junio) en las que se cosechará en diputados la siembra de los votos recogidos ahora en las dos vueltas presidenciales. El sistema mayoritario a doble vuelta francés no tendrá piedad con la derecha presidencial si sale Sarkozy derrotado, y situará a muchos de sus candidatos en la tesitura de aliarse con el Frente Nacional o entregar la circunscripción a la izquierda.
El candidato conservador ha prohibido a los suyos que hablen en público de este momento crucial que serán las legislativas: los quiere concentrados sólo en la segunda vuelta. El FN se ocupa de lo contrario. Prepara incluso un cambio de nombre en el que se exprese la vocación mayoritaria de su nueva etapa: Encuentro blue Marine, barajado para una nueva formación que sustraería a la vieja derecha la idea de la asamblea o unión gaullista, el encuentro, así como el color azul marino que incluye el nombre del nuevo caudillo de la derecha. Y sin las siglas ni el nacional del FN, y menos todavía el apellido de su descarado e impresentable fundador y dirigente, Jean-Marie Le Pen.
Marine ha hecho un buen trabajo para diferenciarse de su padre, manteniendo el patrimonio mientras acrecentaba su capital electoral. Y Sarkozy ha contribuido notablemente a allanarle el camino, con su ruptura de los tabúes republicanos y gaullistas, el mayor de todos la prohibición de tratar con la extrema derecha heredera del régimen colaboracionista de Vichy. Si la derecha extrema deriva todavía más hacia la derecha, la extrema derecha se expande para ocupar todo el espacio de su hemisferio político, con la eventualidad de que toda la derecha salga transformada. El desplazamiento y confusión de líneas entre la derecha extrema y la extrema derecha también modificará necesariamente el entero espacio político francés tal como lo hemos conocido hasta ahora, aunque con toda seguridad tendrá también consecuencias en el conjunto de Europa.