Internacional

Diez años de vivir bajo la sombra de la guerra

El nuevo Iraq tiene poco que ver con aquel ''modelo de democracia para la región'' que prometiera George W. Bush

BAGDAD, IRAQ (25/MAR/2013).- El parque de atracciones Al Zawra se llena los viernes por la noche de familias en busca de diversión para los pequeños y distracción para los mayores. Hay luces de color. Los carruseles dan vueltas. Los gritos y risas de los niños han sustituido al tableteo de ametralladora que se había convertido en la banda sonora de Bagdad. De nuevo, es posible salir a la calle sin (mucho) miedo. Y los iraquíes no pierden un minuto para disfrutar esa sensación de recuperada normalidad que transmite la feria en el barrio de Mansur.

“Es cierto que la seguridad personal ha mejorado bastante, se han reducido los secuestros y ya casi no se oyen explosiones y tiroteos”, admite Karim A., mientras su hijo Hamudi insiste en montarse otra vez en el balancín y su mujer, Ruquiya, cuida de que la pequeña Amal no se aleje demasiado.

Hace dos o tres años la escena hubiera sido inimaginable en esta ciudad a la que la invasión estadounidense de 2003 transformó hasta dejarla irreconocible a base de alambradas, muros de hormigón, calles cortadas y comunidades segregadas según el origen étnico o la confesión religiosa. La pareja celebró entonces la caída de Saddam Hussein, sin embargo, ahora hablan de irse de Iraq.

Ambos temen el regreso del sectarismo que entre 2006 y 2008 puso al país al borde de la guerra civil. Son profesionales con un alto nivel de inglés, quieren una buena educación para sus hijos y sospechan que las cosas no van a mejorar en el futuro inmediato. Como muchos iraquíes, están empezando a perder la paciencia.

Diez años y 122 mil muertos después, el nuevo Iraq tiene poco que ver con aquel “modelo de democracia para la región” que les prometiera George W. Bush. Esa cifra es la que facilita el contador del Iraqi Body Count, una organización sin ánimo de lucro que contabiliza las víctimas mortales civiles desde la invasión y que se actualiza a diario con fuentes contrastadas. Pero una famosa y polémica proyección de The Lancet elevaba su número a 650 mil hasta 2006, lo que haría que ahora rondaran en un millón. La distancia entre las expectativas que se crearon con el derribo de Saddam y la realidad es igual de enorme.

“Tenemos una paz, una seguridad y un sistema político muy frágiles. A pesar de la nueva Constitución y las dos elecciones, no se han puesto las bases para un sistema democrático sólido”, explica Hanaa Edwar, secretaria general de Al Amal, una ONG que promueve la sociedad civil, activa desde 1992 pero que sólo en 2003 pudo instalarse en Bagdad. “Queda mucho por construir: el respeto de los derechos humanos, la igualdad de género, la justicia social… Está siendo un parto muy complicado”.

Política y economía

La Constitución de 2005 establece las bases necesarias para ello pero, como recuerda un europeo que ha pasado la mayor parte de la década asesorando al Gobierno iraquí, no se ha desarrollado. “Nadie se atreve a tocar nada por temor a que el precario equilibrio (étnico y sectario) alcanzado salte por los aires”, apunta desde el anonimato porque no está autorizado a hablar con la prensa.

“Se hizo deprisa y corriendo. Con actores que ya no están en el poder (a excepción del presidente Yalal Talabani, en la actualidad de baja) y los nuevos no entienden aquel texto constitucional, o se opusieron directamente a él, como es el caso de Múqtada al Sadr o Nuri al Maliki (dos actores clave en la actualidad)”, explica el interlocutor. Desde posturas políticas distintas, ambos dirigentes chiíes se opusieron al federalismo y el estado centralizado que ha mantenido y reforzado el segundo como primer ministro es la clave.

El problema arranca del Consejo de Gobierno nombrado por los ocupantes en el verano de 2003. Se distribuyeron los 25 sitios de acuerdo con cuotas sectarias que dieron carta de naturaleza a unas diferencias que hasta entonces se mantenían en segundo plano. Los iraquíes empezaron a verse (y a actuar) de acuerdo con ese estereotipo. Y los nuevos dirigentes políticos lo han explotado desde entonces.

El empate virtual en las últimas elecciones entre la Alianza Nacional del primer ministro, Nuri al Maliki, y el bloque Iraquiya de Ayad Alaui, forzó un Gabinete de unidad nacional en el que están representados la mayoría árabe chií y las minorías árabe suní y kurda, pero que ha trasformado el encaje de bolillos sectario en parálisis política absoluta.

Falta por ver si las elecciones del próximo año son capaces de producir un Ejecutivo con un mandato claro. Muchos observadores, lo dudan.

Faltos de cultura política, embrutecidos por tres décadas de tiranía y guerras, los iraquíes no tienen rivales políticos sino enemigos. Se pierde o se gana. Además, se están quedando sin mediadores.

Otra figura respetada para esa función era el presidente Talabani, a quien la enfermedad ha sumido en el silencio. Sólo el guía espiritual de los chiíes, el ayatolá Ali Sistaní, parece servir de freno a los excesos autoritarios de Al Maliki, tal vez consciente de que el agravamiento del sectarismo sólo puede terminar dando la razón a quienes profetizaban la fractura de Iraq en tres entidades nacionales.

Más grave aún para el día a día inmediato de los iraquíes, en vez de “un país económicamente próspero que iba a arrastrar a los vecinos” como auguraba Estados Unidos, Iraq se ha convertido en el octavo más corrupto del mundo, según el índice que elabora anualmente Transparency International. Así que los enormes ingresos del petróleo, que el año pasado alcanzaron los 73 mil millones de euros, no se han traducido en una mejora generalizada y equitativa del nivel de vida de los iraquíes.

FRASES


''La seguridad personal ha mejorado bastante, se han reducido los secuestros y ya casi no se oyen explosiones''.

Karim A., ciudadano de Bagdad.

''Carecemos de Estado, las instituciones no funcionan y no se respeta la ley''.

Hanaa Edwar,
secretaria general de la ONG iraquí Al Amal.

EL PAÍS

> SIN CALIDAD DE VIDA

Población en el olvido

BAGDAD, IRAQ.-
Aunque los salarios de los empleados públicos van de los 400 euros de un maestro a los 800 euros de un policía, frente a apenas un euro que oficialmente cobraban en los últimos años del régimen de Saddam, la mayoría aún sobrevive haciendo chapuzas o trabajos informales, sin seguro médico ni posibilidad de cobrar una jubilación.

Ni siquiera en los barrios típicamente chiíes, como Al Kadhimiya o Ciudad Sadr, los más “beneficiados” por un Gobierno afín, se han asfaltado las calles o hay un sistema de recolección de basura.

A pesar de los 60 mil millones de dólares que Estados Unidos invirtió en la reconstrucción, la única influencia visible que ha dejado el país es el look macarra-militar, que los soldados iraquíes reproducen sin complejo.

El tráfico y la penuria de los servicios públicos son sin duda lo que más irritación causa entre los iraquíes. El sistema educativo está destrozado. El transporte público es una quimera. Gran parte de la población sigue sin agua potable. Y aunque el abastecimiento de electricidad se ha duplicado entre 2004 y 2012, no ha conseguido acabar con el desquiciante runrún de los generadores y el olor a gasolina que inunda la ciudad.

“Se está agrandando la brecha entre ricos y pobres”, constata Hanaa Edwar que también recuerda que tres décadas de guerras han dejado 1.5 millones de viudas sin fuente de ingresos. Además, todavía hay 1.3 millones de desplazados que no han podido volver a sus casas porque están destruidas o porque han sido ocupadas por otras familias. “Se necesitan dos millones de viviendas en todo el país, al menos una cuarta parte de ellas en Bagdad”, señala Ghada al Siliq, una arquitecta que trabaja como consultora para el Ayuntamiento de la capital.    

EL PAÍS

> ANÁLISIS

Década frustrante

La sucesión de bombas que mató ayer a más de medio centenar de personas en barrios chiíes de Bagdad no es un hecho excepcional en un país donde mueren cada año cerca de cuatro mil en atentados. Más bien ilustra trágicamente la realidad de Iraq 10 años después de su invasión por Estados Unidos en aras de la “seguridad mundial”, según el ultimátum de George W. Bush a Saddam Hussein.

Ni había armas nucleares o biológicas en Iraq, ni Bagdad patrocinaba el terrorismo islamista. La campaña que destruyó las estructuras militares y políticas de la dictadura alumbró una guerra civil con decenas de miles de muertos, la mayoría a manos de las milicias surgidas del vacío de poder. Una década y un billón de dólares después, nadie puede asegurar que el país árabe vaya a pervivir como un Estado unificado y democrático.

Sobre el papel, el Gobierno soberano iraquí armoniza los intereses de la mayoría chií y las minorías suní y kurda. En realidad, un primer ministro de tendencias dictatoriales, el chií Nuri al Maliki, llegado al poder en 2005, ejerce un férreo control sobre decenas de servicios de seguridad y busca perpetuarse al final de su segundo mandato, contra lo decidido por el Parlamento. Los suníes, dominantes con Saddam, son ahora los oprimidos, en abierta rebelión contra el Gobierno. En el norte, los kurdos, virtualmente independientes y engrasados por su petróleo, quieren saber poco o nada de su pertenencia a Iraq.

Bush y Blair ignoraron las fuerzas que desataría el derrocamiento del tirano. No sólo eran falsos los presupuestos que justificaron la invasión, cuyo eco resuena hoy en la pasividad de la política de Obama en Oriente Próximo; también han resultado serlo sus supuestas consecuencias. Ni la democracia ha echado raíces, ni el terrorismo ha sido extirpado de un Iraq laboratorio en buena medida del fanatismo islamista. Tampoco Bagdad se ha convertido en estrecho aliado de EU (es más bien el Irán chií el que profundiza su penetración) ni en su privilegiado proveedor de crudo.

Pocos en Iraq creen posible regresar a la salvaje guerra civil de hace pocos años. Pero también pocos creen en el progreso de un país dividido, cuyos dirigentes están más atentos a la intriga sectaria que al hecho de que casi la mitad de la población adulta no tenga trabajo; o a que Bagdad, donde habita 20% de los iraquíes, siga siendo territorio de los dinamiteros, pese a su asfixiante telaraña de seguridad.

EL PAÍS

>
VISITA SORPRESA

John Kerry reclama a Iraq por permitir el paso de aviones iraníes rumbo a Siria

BAGDAD, IRAQ.-
El secretario de Estado estadounidense, John Kerry, efectuó una visita sorpresa a Bagdad en la que reprendió al Gobierno iraquí por supuestamente permitir que aviones iraníes atraviesen el espacio aéreo iraquí rumbo a Siria.

En su primer viaje al país como jefe de la diplomacia estadounidense, Kerry se entrevistó con el primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, a quien expresó su preocupación por la falta de inspecciones de esos aviones iraníes “cargados de equipamiento militar y combatientes” en suelo iraquí.

Para los legisladores estadounidenses, resulta contradictorio que un “socio” como Iraq, pueda ayudar al régimen sirio de esa manera.

Frente a esa posibilidad, Kerry reclamó a Al Maliki, musulmán chií, que contribuya a lograr la renuncia de Al Asad, de confesión alauí, una secta derivada del chiísmo.

En el comunicado, Al Maliki no mencionó los vuelos iraníes y se limitó a decir que coincidió con Kerry en la necesidad de hallar una solución política que evite más sufrimiento al pueblo sirio.

“Ningún país puede aislarse de lo que pasa a su alrededor”, apuntó el jefe del Gobierno iraquí.

La visita de Kerry coincidió con el décimo aniversario de la invasión estadounidense de Iraq.

EFE

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