Golfo de California: Mar, desierto, noches estrelladas y carreteras
Recorre caminos solitarios que atraviesan desiertos majestuosos, poblados de cactus y arenas infinitas, y déjate sorprender por playas paradisíacas, aguas cristalinas y atardeceres que tiñen de oro paisajes vírgenes llenos de vida
La carretera larga y vacía serpenteaba entre planicies de silencio, y el único indicio de humanidad era el autobús mismo que transitaba bajo el sol ardiente, rodeado por la soledad de los kilómetros, y llevando consigo una cuadrilla de turistas felices y desorientados. Dejando La Paz y su malecón escénico, pronto se hizo presente la autoridad inamovible del desierto. Montañas pedregosas con matorrales y plantas de espinas, y despeñaderos donde los cactus contrarían las razones de la gravedad. Cactus por todas partes, hasta donde se alce la vista, de todas formas y tamaños, como centinelas del desierto y de sus planicies arenosas donde el sol rebota y encandila, y sofoca hasta los murmullos. Arena como si no fuera a acabarse nunca, hasta que de pronto, en el horizonte, apareció el mar.
El mar señalado por un niño con el dedo. El mar asomándose entre las arenas blancas, al fondo de los horizontes desérticos, un mar cristalino y resplandeciente donde el azul se fragmenta en todas las posibilidades del color, un mar manso cuya superficie es un espejo, apenas con olas, breves ondulaciones de luz relamiendo los acantilados, la arena blanca como perla. En el interior de autobús se escuchó un suspiro multitudinario. El conductor, que identificó al instante las razones del atolondramiento, sonrió como si ya no le quedara nada en la vida que lo sorprendiera, diferenciado del resto de los seres de este mundo por el privilegio de haber nacido ahí. Era un hombre del mar.
“Esto no es nada” dijo, identificando las razones del atolondramiento. “Toda la Península es un paraíso”.
Lo es. El paraíso existe, y de muchas formas, pero pocas veces como el que se encuentra en el Golfo de California, y el majestuoso Mar de Cortés. Un mar tan paradisíaco que parece imposible, y que baña las costas de desiertos eternos de la Península de Baja California con sus aguas desmesuradas de riqueza y de vida. El Golfo de California es un paraíso al alcance desde todos los Estados que baña, desde Baja California Norte y Baja California Sur, Sonora y Sinaloa, aunque es en la Península de Baja California donde se encuentran sus sitios más paradisiacos.
El pequeño paraíso costero de La Paz
La Paz, capital de Baja California Sur, es una ciudad pequeña y tranquila; encarando el mar prístino desde su malecón donde, al caer la tarde y cuando el sol deja de ser un azote invivible, la gente recupera los hábitos felices de la vida. El malecón es un recorrido de varios kilómetros de distancia que serpentea frente al mar, ornamentado con esculturas de artistas nacionales e internacionales, con diversas actividades crepusculares, recintos gastronómicos donde sirven infalibles tacos de pescado, camarón capeado, mariscos recién sacados de las aguas, y burritos temibles de machaca de mantarraya. Por doquier se encuentran agencias turísticas que se internan con sus pangas en el espejo del mar, sus islas recónditas y playas distantes.
Pero La Paz es mucho más que sus aguas idílicas. Una caminata por sus calles debe incluir una visita a la Catedral de Nuestra Señora de la Paz, cuya construcción actual inició en 1861, en el mismo sitio donde los jesuitas aguerridos que sortearon los percances del desierto fundaron una misión durante el siglo XVIII. Sus dos torres se añadieron en 1910 y 1920, y es una pequeña joya arquitectónica de estilo neoclásico, rodeada del Jardín Velasco y sus jardineras desérticas, y a ratos se asemeja a las capillas norteamericanas.
El Museo de la Ballena ofrece una importante exhibición de estos animales que año con año visitan la bahía por montones, mientras que el Museo Regional de Antropología e Historia es una inmersión al pasado de Baja California Sur, desde sus primeros pobladores, hasta las misiones evangelizadoras y los esfuerzos de los sudcalifornianos por ser independientes. Para coronar el paseo, no puede perderse de un helado, una paleta o un cono de nieve en La Fuente, la nevería más famosa de La Paz y saborearla mientras el atardecer creciente tiñe a la bahía de oro.
El mar resplandeciente es una realidad desde cualquier esquina, y los paceños están tan habituados a sus maravillas, que no se estremecen ante la visión de peces de todos colores nadando entre los bañistas aún en las playas más públicas, ni mucho menos ante los delfines ocasionales que de tanto en tanto saltan sobre el horizonte por montones, las migraciones anuales de ballenas, las hordas de mantarrayas que vuelan como pájaros en el cielo sin aire bajo las olas, y los tiburones ballenas mansos que devoran kilos de plancton frente a las dunas del Mogote, donde es posible surfear sobre los surcos dorados de la arena.
Un refugio de biodiversidad y riqueza
El Mar de Cortés se extiende a lo largo de más de 900 mil hectáreas, con innumerables especies animales, incontables islas desperdigadas entre los oleajes -siendo la Isla Tiburón la más grande de México-, y es tan rico en biodiversidad gracias a la abundancia de luz y aguas saturadas de nutrientes, que el célebre oceanógrafo francés Jacques-Yves Cousteau lo llamó “el acuario del mundo”.
“En este mar hay sistemas súper complejos. Las islas tienen muchísimos manglares, y se tienen diferentes ecosistemas de coral y diferentes áreas que facilitan que se vaya dando la vida”, comenta Guillermo Franz, guía turístico, y cuyo trabajo es llevar a los visitantes a conocer las maravillas del mar. Originario de Guadalajara, lleva una temporada viviendo en La Paz, de donde no piensa moverse, pues encontró el paraíso en la tierra.
“Son aguas muy tranquilas, es el Golfo, estás entre el continente y la península, entonces aquí no hay oleajes grandes. Justamente los animales buscan lo tranquilo de estas aguas. He visto todo. Me ha tocado ver orcas, cachalotes, ballena jorobada, ballena gris, ballena azul. Tiburones, tiburón martillo, grupos de cientos de delfines, mantarrayas por montones, vienen por miles a reproducirse”.
El Golfo de California es refugio de ballenas azules, grises, jorobadas, cachalotes, delfines, rayas, tiburones, tiburones ballenas, orcas, lobos marinos, tortugas y toda la vida del mar, del aire y de la tierra que a la vida misma se le ocurra. Es el hogar de la mítica y vulnerada vaquita marina, de la que se estima que no quedan más que un aproximado de 10 ejemplares destinadas a la incertidumbre gracias a la intransigencia de nuestro género humano, en sus planicies submarinas existen importantes arrecifes de coral, y es reconocido por la UNESCO como Patrimonio Mundial.
La experiencia de perderse entre mares y desiertos
Pero el verdadero paraíso aguarda en playas más distantes como El Saltito, el Requesón, Pulguero y el Coyote, entre otras que de tantas es imposible mencionarlas todas, a donde sólo puede llegarse en coche atravesando el desierto, y donde no hay nada más que la naturaleza en todo su esplendor. En la temporada de lluvias, incluso, es posible atestiguar bioluminiscencia.
Para los paceños es un hábito envidiable simplemente tomar sus enseres, manejar por la carretera, y encontrar un edén donde acampar y pasar la noche frente al mar y bajo el océano de estrellas. En las noches de luna, el mar sigue siendo un remanso, y aunque ya no exista la presencia del sol, uno se sumerge en el agua y sigue viendo su cuerpo entero, como si se nadara en un cristal pálido en el epicentro de la madrugada. Una verdadera experiencia en el Golfo de California no puede considerarse completa sin una noche de acampada en sus infinitas playas solitarias.
Sin lujos, sin comodidades hoteleras, sin turistas ni la intransigencia del inglés. No ocurre otra cosa más que el silencio, las olas, el murmullo del desierto. Sin señal, sin redes telefónicas, nada más que la vida pura, como era antes, en una costumbre que para los citadinos tiene las características del ensueño. Sin peligros, sin preocupaciones, sin los riesgos de las grandes urbes. Nada más que tranquilidad. El paraíso en la tierra existe, y está en México. Se encuentra en los mares y los desiertos indómitos del Golfo de California.
Playas cercanas a La Paz: pequeños paraísos mexicanos
Playas como el Coromuel, la Concha y el Caimancito ofrecen todas las facilidades para los turistas y están a tan sólo unos cuantos minutos del centro de la ciudad, con instalaciones incluyentes para personas con discapacidad, palapas, baños y regaderas, y las aguas cristalinas plagadas de bancos de peces minúsculos y cangrejos entre las boyas. Para los amantes del senderismo, en los extremos de La Paz se encuentra el famoso Cerro de la Calavera, una caminata calurosa entre despeñaderos y cactus, con formaciones rocosas caprichosas que se asemejan a panales de avispas. Es un ascenso cansino pero gratificante, en cuya cima se puede apreciar la bahía como una media luna de oro, la mar inmensa de azules imposibles, y el atardecer del mundo entero.
No obstante, la aventura verdadera se encuentra en las afueras de La Paz, donde aguardan los misterios combinados de la mar y del desierto. Es una combinación dramática, dos contrastes en apariencia irreconciliables que hacen comunión bajo el cielo: la arena desértica, los cactus espinosos, las rocas áridas, los horizontes secos, y el mar fresco, cristalino, de tantos colores que uno comprende de pronto que la realidad no conocía las posibilidades del azul. A playas como Balandra y El Tecolote, a menos de 40 minutos de La Paz, se llega por medio del transporte público, con el “Playa Bus”, un autobús que por sólo 80 pesos conduce al visitante a estos destinos.
Muchas veces se ha llamado a Balandra la playa más hermosa del mundo, y lo es en el sentido en el que concentra mucha de la belleza y la majestuosidad del Golfo de California en sus aguas turquesas y arenas blanquecinas, aunque en realidad todo cuanto existe en el Golfo es un pedazo del paraíso. Balandra es una Área Natural Protegida, tiene un límite de visitantes por día, y maneja horarios establecidos para acceder a la playa y no saturarla.
Entre las montañas que la rodean hay caminos para los senderistas, con vistas impresionantes de la bahía, y oportunidad de acceder a playas más desérticas y solitarias, como el Tecolotito. El Tecolote, por otra parte, es una playa larga, llena de palapas con mariscos frescos y cervezas bañadas en transpiración, y el mismo regalo del mar donde por más que nades sigues viendo tus pies bajo el agua, suscitando la curiosidad de los peces.
Otro gran atractivo es la isla Espíritu Santo, visible como una enorme masa de roca en el medio del mar, y donde existen enormes poblaciones de lobos marinos. Diversas agencias turísticas, e incluso pescadores locales, ofrecen sus pangas para que el turista conozca los ritos de estos mamíferos de las aguas.